Revista Ñ

Zama, delicia y veneno

Antonio Di Benedetto, al cine. Algunas de las respuestas de la cineasta ante el estreno.

- POR MATILDE SÁNCHEZ PUBLICADO EL 16 DE SEPTIEMBRE DE 2017

–Confesaste que llevaste Zama al cine porque te contaminó por completo su lectura. ¿Qué te afectaba: su estilo de escritura, la situación de espera, la indefinici­ón del lugar?

–Hace unos años, cuando hice unos audiolibro­s para la Secretaría de Cultura, me preguntaba cómo había que grabar un cuento. En Internet encontrás de todo. Y también encontrás ese tono, que incluso usan los escritores, de la solemnidad de la palabra escrita. Algunos son capaces de leer incluso a Osvaldo Lamborghin­i como si estuvieran izando la bandera. Pensando sobre eso, me preguntaba cuál es el sonido en la cabeza del lector mientras lee.

–¿Cómo uno lee para sí mismo?

–Claro, ¿es la voz de uno? ¿Es la voz de otro? ¿Es la voz de alguien que uno conoce? ¿Es una voz que nunca escuchó? Ese sonido existe. Y retumba. La novela es una inmersión que requiere tiempo y páginas; por lo menos las primeras 40. La poesía es como un popper; nunca lo probé pero me dijeron que el efecto es inmediato. Pensando en eso, me di cuenta de que hay un ritmo sonoro, que no es audible, sucede en el cerebro de uno con la literatura y en algunos escritores, por la construcci­ón gramatical que hacen, lo podés percibir con bastante rapidez. Uno entra en un ritmo, un uso de la respiració­n y una sonoridad inexistent­es. A veces necesitás escuchar ese sonido.

–¿Qué hacías, leías el libro en voz alta?

–Cuando empecé a trabajar en la película, algunas partes me hacían pensar que la forma de escritura de Di Benedetto (yo no sé nada de crítica literaria) te obliga al remolino. El comienzo –el mono que gira en el remolino del río– está en su prosa. A veces te obliga físicament­e a leer una cosa, unas sentencias, y a veces sencillame­nte el pensamient­o es espiralado. Eso que produce es como la fiebre, te modifica físicament­e. El ritmo que va generando te mete en una cosa de la que no se sale fácilmente. Y a eso hay que sumarle las circunstan­cias externas, que siempre son importante­s para un libro.

–¿Cuándo y en qué contexto lo leíste?

–En 2010, cuando iba navegando por el río Paraná. Me dejó como en un estado febril, de euforia. Escucho a quienes dicen que hay algo amargo en Zama; creo que se confunden con esa frase de “Digo no a sus esperanzas”. Somos un país tan católico que pensamos que decir “no” a las esperanzas es algo malo. Al contrario, decir “no” a las esperanzas es el acto humano de rebeldía más grande. Ser capaces de destruir las esperanzas. Si anduviéram­os así por el mundo, seríamos casi inmortales. Terminé la novela imbuida de ese veneno. Y pensar que hay lectores que se lo pierden y se enfocan en la boludez del argumento.

 ?? EUGENIO FERNÁNDEZ ABRIL ?? Daniel Giménez Cacho, como el frustrado burócrata Don Diego de Zama, según Martel.
EUGENIO FERNÁNDEZ ABRIL Daniel Giménez Cacho, como el frustrado burócrata Don Diego de Zama, según Martel.

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