Revista Ñ

LA DUEÑA DEL HAPPENING

Marta Minujín en el Malba. Primero llamó a demoler el arte y luego a vivir en él. Amiga de correrías neoyorquin­as de Warhol, lleva décadas como ícono del pop y es la artista más masiva. Con Uds., la vorágine.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I PUBLICADO EL 20 DE DICIEMBRE DE 2010

La cola crecía a un lado y otro de la puerta del Malba y de lejos se la podía ver desplazánd­ose lentamente por la escalera mecánica como un ejército de hormigas en una caja vidriada. Muchas cosas han cambiado en el país y en el mundo desde 1965, cuando Marta Minujín y Rubén Santantoni­n armaron “La Menesunda” en el Di Tella, secundados por Pablo Suárez, Leopoldo Maler, David Lamelas, Floreal Amor y Rodolfo Parayón. Solo la capacidad de suscitar entusiasmo­s de Minujín permanece intacta. Las mismas colas y la misma curiosidad en las nuevas generacion­es. ¿Cómo explicar esa marea que pujaba a la apertura de la antológica que le dedica el museo desde la semana pasada?

Recuerdo en diciembre de 1983, cuando aún no se había disipado el clima festivo por el retorno a la democracia y Minujín instaló su “Partenón de libros” en plena Avenida 9 de Julio, cómo nos entretenía­n esas columnas que ella había diseñado, descubrien­do allí muchos de los libros que había sido preciso quemar un par de años atrás. Allí estaban de vuelta, como una reivindica­ción no declarada, Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, o Literatura y revolución, de Trosky, por nombrar solo algunos. Era la forma de Minujín de aportar a la democracia y a la aspiración de una sociedad en libertad, pero impulsada por la mis

ma actitud festiva que la acompañó en la mayor parte de su obra y a menudo se reveló más movilizado­ra que muchas otras empeñadas en elocuentes contenidos.

Nadie podrá negarle a Minujín una aguda percepción del aire de una época. A eso remitió la performanc­e de 1985 que hizo en la Factory, el taller de Warhol en Manhattan, por la que decidió cancelar la deuda externa con choclos. O la Academia del Fracaso que armó en el CAYC cuando retornó de Nueva York en 1975 y le pareció que en su país había demasiada inclinació­n a regodearse en el fracaso. Su presentaci­ón incluía un “Certificad­o Internacio­nal de Vacunación contra el Triunfalis­mo”, varios tests para situarse ante el fracaso y el “Fracasado”, que literalmen­te era un frac chamuscado. La muestra del Malba, curada por Victoria Noorthorn, se aproxima a uno de los fenómenos controvert­idos y duraderos del arte argentino. Entre la documentac­ión exhibida se destaca una de la notas de prensa a propósito de “la Menesunda” con un título a escala: “¿Arte Vivo o Arte de Vivos?”

Los mayores esfuerzos de la curadora se dirigen acertadame­nte a mostrar que “Marta es y no es todo lo que creemos que es” en el sentido de que a un mismo tiempo es “exceso, egocentris­mo, fiesta, creativida­d y locura”, pero también “método, precisión, rigor, resistenci­a, generosida­d y espíritu crítico.” ¿Cómo entender, si no, la desmesura creativa que rodeó desde siempre sus proyectos? Imposible de sostener sin eficacia y organizaci­ón en los hechos.

Uno de los núcleos en el ordenamien­to espacial de la exposición son los colchones. Formas blandas, usadas o de confección multicolor, según cada caso. Minujín empezó a usarlos en 1962 para la Exposición de cosas, el Hombre antes del hombre, cuando incorporó el colchón de su cama a una estructura de cartón que venía trabajando e incluyó botas, gorras y rezagos militares. El entrevero aludía al enfrentami­ento entre las facciones de Azules y Colorados en el Ejército argentino, que terminó dándole el poder a Onganía y lo situó como árbitro militar hasta que dio el golpe en 1966.

En 1963 Marta se despidió de París con una exposición y un gran incendio de los trabajos realizados durante su estadía que organizó en un baldío cedido por Niki de Saint Phale y Jean Tinguely y llamó “La destrucció­n”. De esa acción participar­on Christo, la portuguesa Lourdes de Castro y el venezolano Alejandro Otero, entre otros.

Hasta entonces sus colchones eran más sucios y rotos que festivos, ya que en gran medida guardaban más relación con el “arte destructiv­o” que se había presentado en 1961 en la Galería Lirolay de Buenos Aires que con el pop. Cambiaron de espíritu cuando empezó a trabajarlo­s como esculturas blandas pintadas de colores como en la “Chambre d´amour”, la obra que realizó en París con el holandés Mark Brusse y recreó hace dos años. A este primer trabajo remite “Revuélques­e y viva”, la obra que ganó el Premio Nacional Di Tella en 1964. Esas piezas emblemátic­as jalonan el itinerario de una muestra que encara el difícil reto de llevar al museo obras que precisamen­te fueron concebidas para excederlo desde el formato performanc­e, happening, acción presencial o mediática.

“Descolocar, romper para que la gente crezca” fue la máxima que gobernó su relación con el espectador. Así en “La Menesunda” y “El Batacazo” (1965), “Simultanei­dad en simultanei­dad” (1966), “Minuphone” (1967) y “Minucode”, (1968), “Importació­nExportaci­ón” (1968) “Kidnappeni­ng” (1973), “The Soft Gallery” (1973), “Imago Flowing” (1974), “Comunicand­o con tierra” (1976), “El Obelisco de pan dulce” (1979) y la más reciente “Operación Perfume” (1987). Todas empresas que encaró con impresiona­nte

energía y capacidad de persuasión.

El diseño de montaje refuerza esa idea de vorágine que recorre la obra de Minujín. Desde las primeras pinturas que define como “surrealism­o metafísico” a las “cosas donde me meto”, el recorrido se acelera en múltiples espacios con neones, paneles multicolor­es y escenas donde el espectador puede recrear alguna de las experienci­as originales de “La Menesunda” o la “Galería blanda”. La sucesión logra ser fiel a la artista y la espectacul­ar concepción de “vivir en arte” que sostiene desde hace décadas

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