LA DUEÑA DEL HAPPENING
Marta Minujín en el Malba. Primero llamó a demoler el arte y luego a vivir en él. Amiga de correrías neoyorquinas de Warhol, lleva décadas como ícono del pop y es la artista más masiva. Con Uds., la vorágine.
La cola crecía a un lado y otro de la puerta del Malba y de lejos se la podía ver desplazándose lentamente por la escalera mecánica como un ejército de hormigas en una caja vidriada. Muchas cosas han cambiado en el país y en el mundo desde 1965, cuando Marta Minujín y Rubén Santantonin armaron “La Menesunda” en el Di Tella, secundados por Pablo Suárez, Leopoldo Maler, David Lamelas, Floreal Amor y Rodolfo Parayón. Solo la capacidad de suscitar entusiasmos de Minujín permanece intacta. Las mismas colas y la misma curiosidad en las nuevas generaciones. ¿Cómo explicar esa marea que pujaba a la apertura de la antológica que le dedica el museo desde la semana pasada?
Recuerdo en diciembre de 1983, cuando aún no se había disipado el clima festivo por el retorno a la democracia y Minujín instaló su “Partenón de libros” en plena Avenida 9 de Julio, cómo nos entretenían esas columnas que ella había diseñado, descubriendo allí muchos de los libros que había sido preciso quemar un par de años atrás. Allí estaban de vuelta, como una reivindicación no declarada, Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, o Literatura y revolución, de Trosky, por nombrar solo algunos. Era la forma de Minujín de aportar a la democracia y a la aspiración de una sociedad en libertad, pero impulsada por la mis
ma actitud festiva que la acompañó en la mayor parte de su obra y a menudo se reveló más movilizadora que muchas otras empeñadas en elocuentes contenidos.
Nadie podrá negarle a Minujín una aguda percepción del aire de una época. A eso remitió la performance de 1985 que hizo en la Factory, el taller de Warhol en Manhattan, por la que decidió cancelar la deuda externa con choclos. O la Academia del Fracaso que armó en el CAYC cuando retornó de Nueva York en 1975 y le pareció que en su país había demasiada inclinación a regodearse en el fracaso. Su presentación incluía un “Certificado Internacional de Vacunación contra el Triunfalismo”, varios tests para situarse ante el fracaso y el “Fracasado”, que literalmente era un frac chamuscado. La muestra del Malba, curada por Victoria Noorthorn, se aproxima a uno de los fenómenos controvertidos y duraderos del arte argentino. Entre la documentación exhibida se destaca una de la notas de prensa a propósito de “la Menesunda” con un título a escala: “¿Arte Vivo o Arte de Vivos?”
Los mayores esfuerzos de la curadora se dirigen acertadamente a mostrar que “Marta es y no es todo lo que creemos que es” en el sentido de que a un mismo tiempo es “exceso, egocentrismo, fiesta, creatividad y locura”, pero también “método, precisión, rigor, resistencia, generosidad y espíritu crítico.” ¿Cómo entender, si no, la desmesura creativa que rodeó desde siempre sus proyectos? Imposible de sostener sin eficacia y organización en los hechos.
Uno de los núcleos en el ordenamiento espacial de la exposición son los colchones. Formas blandas, usadas o de confección multicolor, según cada caso. Minujín empezó a usarlos en 1962 para la Exposición de cosas, el Hombre antes del hombre, cuando incorporó el colchón de su cama a una estructura de cartón que venía trabajando e incluyó botas, gorras y rezagos militares. El entrevero aludía al enfrentamiento entre las facciones de Azules y Colorados en el Ejército argentino, que terminó dándole el poder a Onganía y lo situó como árbitro militar hasta que dio el golpe en 1966.
En 1963 Marta se despidió de París con una exposición y un gran incendio de los trabajos realizados durante su estadía que organizó en un baldío cedido por Niki de Saint Phale y Jean Tinguely y llamó “La destrucción”. De esa acción participaron Christo, la portuguesa Lourdes de Castro y el venezolano Alejandro Otero, entre otros.
Hasta entonces sus colchones eran más sucios y rotos que festivos, ya que en gran medida guardaban más relación con el “arte destructivo” que se había presentado en 1961 en la Galería Lirolay de Buenos Aires que con el pop. Cambiaron de espíritu cuando empezó a trabajarlos como esculturas blandas pintadas de colores como en la “Chambre d´amour”, la obra que realizó en París con el holandés Mark Brusse y recreó hace dos años. A este primer trabajo remite “Revuélquese y viva”, la obra que ganó el Premio Nacional Di Tella en 1964. Esas piezas emblemáticas jalonan el itinerario de una muestra que encara el difícil reto de llevar al museo obras que precisamente fueron concebidas para excederlo desde el formato performance, happening, acción presencial o mediática.
“Descolocar, romper para que la gente crezca” fue la máxima que gobernó su relación con el espectador. Así en “La Menesunda” y “El Batacazo” (1965), “Simultaneidad en simultaneidad” (1966), “Minuphone” (1967) y “Minucode”, (1968), “ImportaciónExportación” (1968) “Kidnappening” (1973), “The Soft Gallery” (1973), “Imago Flowing” (1974), “Comunicando con tierra” (1976), “El Obelisco de pan dulce” (1979) y la más reciente “Operación Perfume” (1987). Todas empresas que encaró con impresionante
energía y capacidad de persuasión.
El diseño de montaje refuerza esa idea de vorágine que recorre la obra de Minujín. Desde las primeras pinturas que define como “surrealismo metafísico” a las “cosas donde me meto”, el recorrido se acelera en múltiples espacios con neones, paneles multicolores y escenas donde el espectador puede recrear alguna de las experiencias originales de “La Menesunda” o la “Galería blanda”. La sucesión logra ser fiel a la artista y la espectacular concepción de “vivir en arte” que sostiene desde hace décadas