Rebeldes del universo latino
La contestataria Mafalda no es sólo un personaje de historieta más; es, sin duda, el personaje de los años setenta. Si para definirla se ha utilizado el adjetivo “contestataria”, no ha sido para alinearla en la moda del anticonformismo a toda costa. Mafalda es una verdadera heroína “rebelde” que rechaza al mundo tal cual es. En verdad, tiene ideas confusas en materia política: no consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen los pobres, desconfía del Estado y está preocupada por la presencia de los chinos. Tiene en cambio una única certeza: no está conforme. La rodea una pequeña corte de personajes mucho más “unidimensionales”: Manolito, plenamente integrado a un capitalismo de barrio, que sabe con total certidumbre que el valor esencial en este mundo es el dinero; Felipe, el soñador tranquilo; Susanita, beatíficamente enferma de espíritu materno, narcotizada por sus sueños pequeñoburguerica ses. Y luego, los padres de Mafalda, resignados, que como si no les bastara lo duro que resulta aceptar la rutina cotidiana (recurriendo al paliativo farmacéutico “Nervocalm”), se ven agobiados por el tremendo destino que hizo de ellos los custodios de la Contestataria.
El universo de Mafalda es el de una AméLatina urbana y desarrollada, y es también, de modo general y en muchos aspectos, un universo latino. En un último análisis, Mafalda es una “heroína de nuestro tiempo”, y no debe pensarse que ésta es una calificación exagerada para el pequeño personaje de papel y tinta que Quino nos propone.
Ya nadie niega hoy que las historietas (cuando alcanzan cierto nivel de calidad) asumen una función cuestionadora de las costumbres. Y en Mafalda se reflejan las tendencias de una juventud inquieta que asume aquí el paradójico aspecto de disenso infantil, de esquemas psicológicos de reacción a los medios de comunicación de masas, de una urticaria moral provocada por la lógica de un mundo dividido, de un asma intelectual causada por el hongo atómico. Ya que nuestros hijos se preparan para convertirse –por mérito nuestro– en una multitud de Mafaldas, será prudente que la tratemos con el respeto que merece un personaje real.