Las caritas de Pessoa
Sábat nos tiene acostumbrados, desde hace décadas, a una lectura de rostros que van construyendo, en el día a día, una historia visible. En virtud de su trazo es concreta y luminosa y se torna secreta, todo al mismo tiempo: pedagogía superior que nos conecta, lectores de lo directo y ávidos de lo indirecto, tanto con el acontecimiento como con su proyección. El visible grotesco con que presenta esos rostros, así, no sería pues de las figuras sino del todo, de los rigores de la pluma, de los desafueros de la historia, de nuestras propias ilusiones. Sábat consigue, día a día, a puro dibujo, insinuar un más allá en esas figuras descomunales que algo revelan de un sentido, no sólo del que tiene la persona que las motiva, un personaje notorio, que todos conocemos, que cae bajo su mirada, que es cómplice de su pluma, sino de una tragicomedia, heredera en estas remotas latitudes de un desesperado y ácido Grosz, y, más localmente, de los formidables satíricos argentinos de fines del siglo XIX, los de El Mosquito o Fray Mocho. Pero, a diferencia de ellos, que tenían un trato excluyente con la circunstancia, como burla denunciante, en los dibujos de Sábat reside su propio secreto fáustico, o sea, su invencible continuidad, su ilimitada y desbordante fecundidad, que nos sorprende porque a la percepción de la circunstancia une una penetración psicológica de profundidades, lo que no es de extrañar, nadamos todos en ese río llamado psicoanálisis pero algunos, como Sábat, lo entienden y no lo reproducen sino que con él saturan su trazo.
Ahora, su personaje-persona es Fernando Pessoa –de quien en este volumen sabemos mucho más gracias al preciso ensayo del poeta Rodolfo Alonso– y sus múltiples rostros, su descuartizado imaginario, que Sábat reinterpreta en sus momentos decisivos; cada uno se corresponde, tal vez, con los avatares de una poesía confundida con una existencia de poeta que parece la encarnación de lo ilimitado. ¿Se leerá eso en los famosos heterónimos de Pessoa, lo ilimitado que se divide y prolifera?
En el libro en que culmina pero no termina, la obra de Sábat, Anónimo transparente una interpretación gráfica de Fernando Pessoa, la figura –transparentada por la acuarela– se duplica y aun cuadruplica así como la expresión que, aun siendo de un solo modelo, adquiere muchas formas, tantas que se podría pensar que podría tener muchas más. Lo central parecen ser los sombreros y los anteojos, o sea lo accesorio, como para sugerir precisamente el eterno ocultamiento en los otros yoes de que se compone su obra.
Eso, creo, es lo visible; debe haber algo más por debajo. No sé qué puede ser. Tal vez es una memoria radicada en el alma pero también en la mano maestra, que dispara trazos y pinceladas creando un efecto de destitución, de quitarnos el piso de tantas pretendidas seguridades en las que nos amparamos día a día. El día a día de los grotescos de Sábat.