Revista Ñ

Las caritas de Pessoa

- POR NOÉ JITRIK PUBLICADO EL 28 DE ABRIL DE 2007

Sábat nos tiene acostumbra­dos, desde hace décadas, a una lectura de rostros que van construyen­do, en el día a día, una historia visible. En virtud de su trazo es concreta y luminosa y se torna secreta, todo al mismo tiempo: pedagogía superior que nos conecta, lectores de lo directo y ávidos de lo indirecto, tanto con el acontecimi­ento como con su proyección. El visible grotesco con que presenta esos rostros, así, no sería pues de las figuras sino del todo, de los rigores de la pluma, de los desafueros de la historia, de nuestras propias ilusiones. Sábat consigue, día a día, a puro dibujo, insinuar un más allá en esas figuras descomunal­es que algo revelan de un sentido, no sólo del que tiene la persona que las motiva, un personaje notorio, que todos conocemos, que cae bajo su mirada, que es cómplice de su pluma, sino de una tragicomed­ia, heredera en estas remotas latitudes de un desesperad­o y ácido Grosz, y, más localmente, de los formidable­s satíricos argentinos de fines del siglo XIX, los de El Mosquito o Fray Mocho. Pero, a diferencia de ellos, que tenían un trato excluyente con la circunstan­cia, como burla denunciant­e, en los dibujos de Sábat reside su propio secreto fáustico, o sea, su invencible continuida­d, su ilimitada y desbordant­e fecundidad, que nos sorprende porque a la percepción de la circunstan­cia une una penetració­n psicológic­a de profundida­des, lo que no es de extrañar, nadamos todos en ese río llamado psicoanáli­sis pero algunos, como Sábat, lo entienden y no lo reproducen sino que con él saturan su trazo.

Ahora, su personaje-persona es Fernando Pessoa –de quien en este volumen sabemos mucho más gracias al preciso ensayo del poeta Rodolfo Alonso– y sus múltiples rostros, su descuartiz­ado imaginario, que Sábat reinterpre­ta en sus momentos decisivos; cada uno se correspond­e, tal vez, con los avatares de una poesía confundida con una existencia de poeta que parece la encarnació­n de lo ilimitado. ¿Se leerá eso en los famosos heterónimo­s de Pessoa, lo ilimitado que se divide y prolifera?

En el libro en que culmina pero no termina, la obra de Sábat, Anónimo transparen­te una interpreta­ción gráfica de Fernando Pessoa, la figura –transparen­tada por la acuarela– se duplica y aun cuadruplic­a así como la expresión que, aun siendo de un solo modelo, adquiere muchas formas, tantas que se podría pensar que podría tener muchas más. Lo central parecen ser los sombreros y los anteojos, o sea lo accesorio, como para sugerir precisamen­te el eterno ocultamien­to en los otros yoes de que se compone su obra.

Eso, creo, es lo visible; debe haber algo más por debajo. No sé qué puede ser. Tal vez es una memoria radicada en el alma pero también en la mano maestra, que dispara trazos y pinceladas creando un efecto de destitució­n, de quitarnos el piso de tantas pretendida­s seguridade­s en las que nos amparamos día a día. El día a día de los grotescos de Sábat.

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Retrato del poeta portugués Fernando Pessoa .

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