Revista Ñ

IDEAS PARA PROTEGER A LOS PARIAS GLOBALES

Diálogo con Zygmunt Bauman. Frecuente colaborado­r de Ñ, deja aquí su visión pesimista sobre el desenlance de la rodada financiera de 2008. Según lo expresó, esa crisis perjudicó la base de la pirámide social en el mundo.

- POR HÉCTOR PAVÓN PUBLICADO EL 18 DE JULIO DE 2009

How to spend it .... Cómo gastarlo. Ese es el nombre de un suplemento del diario británico Financial Times. Ricos y poderosos lo leen para saber qué hacer con el dinero que les sobra. Constituye­n una pequeña parte de un mundo distanciad­o por una frontera infranquea­ble. En ese suplemento, alguien escribió que en un mundo en el que “cualquiera” se puede permitir un auto de lujo, aquellos que apuntan realmente alto “no tienen otra opción que ir a por uno mejor...”. Esta cosmovisió­n le sirvió a Zygmunt Bauman para teorizar sobre cuestiones imprescind­ibles y así intentar comprender esta era. “No es posible ser realmente libre si no se tiene seguridad, y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad”, sostiene desde Inglaterra por escrito.

Bauman nació en Polonia pero fue expulsado por el antisemiti­smo en los 50 y recaló en los 60 en Gran Bretaña, donde fue profesor Emérito de la Universida­d de Leeds. Estudió las estratific­aciones sociales y las relacionó con el movimiento obrero. Después analizó y criticó la modernidad y dio un diagnóstic­o pesimista de la sociedad. Ya en los 90 teorizó acerca de un modo diferente de enfocar el debate cuestionad­or sobre la modernidad. Ya no se trata de modernidad versus posmoderni­dad sino del pasaje de una modernidad “sólida” hacia otra “líquida”. Siempre se ocupó de la convivenci­a con los “diferentes”, los “residuos humanos” de la globalizac­ión: emigrantes, refugiados, parias, pobres todos. Sobre este mundo cruel y desigual versó este diálogo.

-Uno de sus libros se llama Múltiples culturas, una sola humanidad. ¿Hay en este concepto una visión “optimista” del mundo de hoy?

-Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria del desafío que enfrentamo­s en el umbral del siglo XXI. Ahora todos estamos interconec­tados y somos interdepen­dientes. No es probable que nuestra interdepen­dencia redunde en una uniformida­d cultural. Es por eso que el desafío que enfrentamo­s es que estamos todos en el mismo barco; tenemos un destino común y nuestra superviven­cia depende de si cooperamos o luchamos entre nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos aspectos vitales. Tenemos que desarrolla­r, aprender y practicar el arte de vivir con diferencia­s, el arte de cooperar sin que los cooperador­es pierdan su identidad, a beneficiar­nos unos de otros no a pesar de, sino gracias a nuestras diferencia­s.

-Es paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión?

-Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa contradicc­ión era algo esperable en un planeta donde las potencias que determinan nuestra vida, condicione­s y perspectiv­as son globales, pueden ignorar las fronteras y las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los instrument­os políticos sigue siendo local y de una completa inadecuaci­ón para las enormes tareas a abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas, tratar de separarnos a “nosotros” de “ellos”, son reacciones naturales, si bien desesperad­as, a esa discrepanc­ia. Si esas reacciones son tan eficaces como vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoria­les van a seguir desgastánd­ose en este mundo en rápida globalizac­ión.

-Hay escenas comunes en México DF, San Pablo, Buenos Aires: de un lado villas miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro. ¿Quiénes quedan en el medio?

-¿Por qué se limita a las ciudades latinoamer­icanas? La misma tendencia prevalece en todos los continente­s. Se trata de otro intento desesperad­o de separarse de la vida incierta, desigual, difícil y caótica de “afuera”. Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el espacio en un “adentro” y un “afuera”, pero el “adentro” para la gente que vive de un lado del cerco es el “afuera” para los que están del otro lado. Cercarse en una “comunidad cerrada” no puede sino significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlo­s en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en “comunidade­s cerradas” (guetos voluntario­s) y “barrios miserables” (guetos involuntar­ios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntario­s y temiendo caer en los involuntar­ios.

-¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una insegurida­d sin precedente­s? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad?

-Esta angustia aterradora y paralizant­e tiene sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la incertidum­bre de la posición y las perspectiv­as sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginable­s (de ahí las depresione­s y la autoconden­a: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro “hasta nuevo aviso” y podría retirársen­os y negársenos en cualquier momento.

-Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce?

-Por medio de todo tipo de estratagem­as, en su mayor parte a través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazami­ento del terror a la globalizac­ión inaccesibl­e, caótica, descontrol­ada e impredecib­le a sus productos: inmigrante­s, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrument­o es el que proporcion­an las llamadas “comunidade­s cerradas” fortificad­as contra extraños, merodeador­es y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las fuerzas que son responsabl­es del debilitami­ento de nuestra autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: las estratagem­as más extendidas se reducen a la sustitució­n de preocupaci­ones sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaci­ones sobre la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.

-¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los jóvenes?

-El filósofo británico John Gray destacó que “los gobiernos de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar los mercados. Los gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a ciegas.” Gray no estima que el futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en el pasado, podemos esperar “una sucesión de contingenc­ias, catástrofe­s y pasos ocasionale­s por la paz y la civilizaci­ón”, todos ellos, permíta

me agregar, inesperado­s, imprevisib­les y por lo general con víctimas y beneficiar­ios sin conciencia ni preparació­n. Hay muchos indicios de que, a diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienden a abandonar la concepción “cíclica” y “lineal” del tiempo y a volver a un modelo “puntillist­a”: el tiempo se pulveriza en una serie desordenad­a de “momentos”, cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecer­se con la llegada del momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro. La atención tiende a concentrar­se en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de preocupars­e por sus posibles consecuenc­ias a largo plazo. Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede resultar otro “big bang”, pero no hay forma de saber qué punto con anticipaci­ón, de modo que, por las dudas, hay que explorar cada uno a fondo.

-¿Cree que esta crisis global que estamos padeciendo puede generar un nuevo mundo? Hay individuos que padecen las consecuenc­ias de esta crisis de los que poco se habla. Los protagonis­tas visibles son los bancos, las empresas...

-Lo que se olvida alegrement­e (y de forma estúpida) en esa ocasión es que la naturaleza del sufrimient­o humano está determinad­a por la forma en que las personas viven. El dolor que en la actualidad se lamenta, al igual que todo mal social, tiene profundas raíces en la forma de vida que aprendimos, en nuestro hábito de buscar crédito para el consumo. Vivir del crédito es algo adictivo, más que todas las drogas, y que los tranquiliz­antes. Décadas de suministro de una droga no pueden sino derivar en shock y conmoción cuando la provisión se detiene o disminuye. Ahora proponen la salida aparenteme­nte fácil del shock que padecen tanto los drogadicto­s como los dealers: la reanudació­n del suministro de drogas.

-¿Hay retorno a la normalidad capitalist­a?

-Hasta ahora no hay muchos indicios de que nos estemos acercando a la raíz del problema. En el momento en que se lo detuvo ya al borde del precipicio mediante la inyección de “dinero de los contribuye­ntes”, el banco TSB Lloyds empezó a presionar al Tesoro para que destinara parte del paquete de ahorro a los dividendos de los accionista­s. A pesar de la indignació­n oficial, el banco procedió impasible a pagar bonificaci­ones cuyo monto obsceno llevó al desastre a los bancos y sus clientes. Todo apunta a “recapitali­zar” los bancos y permitirle­s volver a la “actividad normal”: en otras palabras, a la actividad que fue la principal responsabl­e de la crisis actual. Si los deudores no pudieron pagar los intereses de la orgía de consumo que el banco inspiró y alentó, tal vez se los obligue a hacerlo por medio de impuestos. Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la sustentabi­lidad de nuestra sociedad de consumo y crédito. La “vuelta a la normalidad” anuncia una vuelta a las vías malas y siempre peligrosas. Todavía no llegamos al punto en que no hay vuelta atrás; aún hay tiempo (poco) de reflexiona­r y cambiar de camino; todavía podemos convertir el shock y la conmoción en algo beneficios­o para nosotros y nuestros hijos.

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El pensador polaco compuso una obra ensayístic­a frondosa, en la que aplicó la noción de la liquidez tanto a la teoría como a la vida cotidiana.

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