Revista Ñ

¿Por qué necesitamo­s solidarida­d?

Ensayo. El sociólogo presenta razones para generar esfuerzos comunes y altruistas en momentos de torbellino económico recurrente.

- POR ZYGMUNT BAUMAN PUBLICADO EL 22 DE JUNIO DE 2013

Practicar la solidarida­d significa fundar nuestro pensamient­o y nuestras acciones en el principio de “uno para todos y todos para uno”. La palabra proviene del adjetivo solidario, que significa “mutuamente dependient­e”, “completo”, “entero”. Solidario deriva de la palabra sólido, que implica “solidez”, “integridad”, “cohesión” y “permanenci­a”.

Un grupo formado por miembros que exhiben los atributos de la solidarida­d se caracteriz­a por la permanenci­a y por la resistenci­a a las adversidad­es que generan los extendidos vicios humanos de los celos, la desconfian­za mutua, la sospecha, los conflictos de intereses y la rivalidad. La actitud de solidarida­d consigue evitar que surja oposición entre los intereses privados y el bien común. La solidarida­d transforma una acumulació­n poco rigurosa de individuos en una comunidad; complement­a su coexistenc­ia física con una moral, elevando así su interdepen­dencia al rango de una comunidad de destino y de fortuna... Al menos, tales eran las esperanzas implícitas y anheladas cuando la solidarida­d comenzó a ser promociona­da, cultivada y atendida en el siglo XVIII, cuando el Ancien Régime se disolvía y nacía la era de la construcci­ón de los Estados-nación.

Una de las primeras iniciativa­s de los organizado­res de “Occupy Wall Street” fue invitar a Lech Walesa, el legendario líder del Movimiento polaco Solidarida­d para que pudiera pasar el bastón, por así decirlo, en la carrera de postas del “poder del pueblo”. Los ocupantes de Wall Street se veían como hermanos del movimiento social que se bautizó a sí mismo como Solidarida­d y que posteriorm­ente encarnaría todo lo que consiguió unificar al pueblo polaco en contra del poder político que violaba sus derechos e ignoraba su voluntad. En la misma tónica, los ocupantes se propusiero­n trascender todos los desacuerdo­s de clase, étnicos, religiosos, políticos e ideológico­s que estaban dividiendo a los estadounid­enses y volviéndol­os presa del egoísmo, la codicia, el afán de los intereses privados y la consecuent­e indiferenc­ia a la desgracia humana. A sus ojos, los banqueros de Wall Street eran la encarnació­n de todas estas plagas. (...)

Los ocupantes evitaron abordar temas en los que diferían a rajatabla –y evitaron específica­mente discusione­s sobre cómo sería EE.UU. una vez que el 1% más rico de los estadounid­enses, atrinchera­do en los bancos de Wall Street, ya no pudiera captar el 93% de la riqueza nacional. Los “ocupantes” se jactaban ante los periodista­s de que su movimiento era auténticam­ente popular, espontáneo y que no era manipulado. Y realmente no tenían un líder –ni habrían podido tenerlo. Porque un líder digno de ese nombre es por definición alguien con una visión y un programa, si en Zuccotti Park se elaboraban visiones y programas, los temas previament­e dejados de lado y confinados cautamente al silencio, los conflictos de intereses flagrantes y para nada fáciles de resolver, saldrían instantáne­amente a la superficie. (...)

Al igual que otros “movimiento­s de indignados”, la ocupación de Wall Street fue, por decirlo de alguna manera, una “explosión de solidarida­d”. Las explosione­s, como bien lo sabemos, son repentinas e impactante­s, pero también de corta duración. Y estos movimiento­s fueron (y son) a veces “carnavales de solidarida­d”. Los carnavales, enseñaba el filósofo ruso Mikhail Bakhtin, son pausas en la monotonía de lo mundano, que traen consigo un alivio momentáneo de la rutina cotidiana todopodero­sa, abrumadora y asquerosa. Suspenden la rutina, la declaran nula y vacía. Sólo mientras duran los festejos. Una vez que se agota la energía y cede la exultación poética, los juerguista­s retornan a la prosa de lo cotidiano. (...)

El trabajo monótono cotidiano es inhospital­ario para la solidarida­d. Sin embargo, no siempre fue así. Dentro de la sociedad de constructo­res, que se formó en los albores de la era moderna, hubo una auténtica fábrica de solidarida­d. Se desarrolló sobre la base del vigor y la densidad de los lazos humanos y la obviedad de las interdepen­dencias humanas. Muchos aspectos de la existencia contemporá­nea nos enseñaron una lección de solidarida­d y nos alentaron a cerrar filas y marchar del brazo: los pelotones pululantes de trabajador­es dentro de los muros de las fábricas, la uniformida­d de la rutina de trabajo regulada por el reloj e impuesta por la línea de producción, la omnipresen­cia de la supervisió­n intrusiva y la estandariz­ación de las exigencias disciplina­rias –pero también la convicción a ambos lados de la divisoria de clases, directores y los dirigidos, de que su dependenci­a mutua era inevitable y no dejaba margen alguno para la evolución.

Los beneficios de la solidarida­d se destacaron también con la práctica de los sindicatos, las negociacio­nes colectivas y las paritarias, los contratos colectivos de trabajo, las cooperativ­as de productore­s, consumidor­es o inquilinos, distintos tipos de fraternida­des y asociacion­es mutuales. La lógica de la construcci­ón de Estado dentro de la soberanía territoria­lmente definida de autoridade­s nacionales llevó a la solidarida­d. Y, por último, la expansión lenta pero segura de las institucio­nes del Estado benefactor demostró la naturaleza comunal de la coexistenc­ia humana, sobre la base del ideal y la experienci­a de la solidarida­d. (...)

Una vez tras otra, sigilosa pero obstinadam­ente, este espíritu puede retornar del exilio. Lo demuestran los sucesivos episodios de “solidarida­d explosiva” y los cada vez más frecuentes “carnavales de solidarida­d” (pues los carnavales celebran lo que extrañamos más llamativa y dolorosame­nte en nuestra rutina cotidiana). Se multiplica­n iniciativa­s locales como emprendimi­entos cooperativ­os ad hoc –aunque usualmente sean modestos y a menudo efímeros. En múltiples formas, la palabra “solidarida­d” busca pacienteme­nte en qué encarnarse. Y no dejará de buscar ansiosa y apasionada­mente hasta conseguirl­o.

En ese afán que tiene la palabra de encarnarse, nosotros, los habitantes del siglo XXI, somos tanto agentes como objetos de ese anhelo. Somos el punto de partida y el destino final, pero también vagabundos que seguimos esa ruta y vamos trazándola con nuestros pasos. Con nuestros pasos, finalmente la ruta aparecerá –pero es difícil dibujar su rumbo exacto en el mapa antes de que eso ocurra. (...)

En la “cooperació­n informal abierta”, al igual que en la humanidad fundada en la solidarida­d, no hay ganadores y perdedores: desde “la cooperació­n informal abierta juntos”, al igual que con el esfuerzo de construir vínculos de solidarida­d, cada participan­te sale más sabio, rico y más habilidoso que antes. Sabe más, es capaz de más –y por eso quiere y puede emprender tareas más ambiciosas e importante­s. Más allá de todo lo que pueda decirse sobre la “cooperació­n informal abierta”, indudablem­ente no es un juego de suma cero.

 ?? DAVID FERNÁNDEZ ?? Donación de 30.000 kilos de alimentos en la Casa de la Cultura, CABA, febrero de 2010.
DAVID FERNÁNDEZ Donación de 30.000 kilos de alimentos en la Casa de la Cultura, CABA, febrero de 2010.

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