EL GUÍA EN UN ALEPH DE IMÁGENES
Entrevista con José E. Burucúa. El filósofo, Premio Trayectoria de Ñ, nos lleva a la experiencia de releer la historia del arte a nuevo, desde el Renacimiento hasta las siluetas en las pancartas de Plaza de Mayo.
Fueron meses de notables distinciones para José E. Burucúa: se incorporó como académico de número en la Academia Nacional de la Historia, recibió el Premio Konex de Brillante, y hace pocos días recibió el Premio Ñ a la Trayectoria Cultural 2016. Al contrario de lo que suele pasarnos al resto de los mortales, distendido se muestra más lúcido, más profundo, más incisivo.
–¿Qué es hoy un historiador del arte?
–El papel ha cambiado. Hoy buscamos interpretar la cultura visual de nuestro tiempo en relación con la del pasado. Más que dedicarnos a obras puntuales, implica ocuparse de todas las imágenes que circulaban en determinado tiempo y lugar. Y yo entiendo que debemos, sobre todo quienes nos formamos en la universidad pública, comunicar activamente el goce de nuestro trabajo.
–Empecemos por su ensayo Cómo sucedieron estas cosas, escrito con su discípulo Nicolás Kwiatkowski. Allí estudiaron las representaciones de masacres, a partir de las imágenes de matanzas de animales.
–Ese libro empezó en 2001. Con Nicolás nos propusimos indagar en cómo los grandes traumas históricos, las grandes matanzas de seres humanos indefensos, habían recorrido la historia de las imágenes. Empezamos por la antigüedad y ahí descubrimos ciertas fórmulas reiteradas. La primera es la que usted menciona, la experiencia de la cacería. La masacre se asimila a la matanza de animales. Los perpetradores se comportan como cazadores, o perros de caza. Ese es uno de los topos más utilizados en la historia. La fórmula de la cacería quedó eclipsada en el cristianismo debido a la influencia que comenzó a tener la masacre de los inocentes, el martirio de los fieles, para evocar estas catástrofes desde la perspectiva de las víctimas. Toda víctima fue asimilada a los mártires. Esto perdura y llega a su clímax al final de la Edad Media, cuando los turcos amenazan Europa y saquean Europa Central. Entonces es común que, en estas imágenes de la matanza de civiles, en lugar de Herodes aparece el sultán.
–¿Y el Holocausto? Hay solo cuatro imágenes de Auschwitz en actividad; luego vendrán los registros del Ejército Rojo, en la liberación.
–Esa fórmula del infierno se consolida en el siglo XVII y es la que se sigue usando hasta la Shoá. En los primeros testimonios sobre el Holocausto –que son de los soldados soviéticos y británicos al liberar los campos de concentración–, en todos los casos la analogía empleada es el infierno. Cuando escriben a sus casas, estos soldados dicen “hoy estuvimos en el infierno”. Luego se vio que esto no bastaba, dada la enormidad cuantitativa, la planificación sistemática de la matanza y su extensión en el tiempo. La masacre prolongada es un fenómeno que la humanidad no conocía antes de los genocidios del siglo XX. De hecho, comienza con la colonización alemana del Africa sudoccidental, cuando se aniquila el pueblo entero de los herero. Además, hay un plan para ejecutarla; por eso la palabra que emplearán los nazis para la eliminación de judíos es la misma, Vernichtung, aniquilación.
–En la Argentina no tenemos imágenes del terrorismo de estado. Sí hay mucho fotoperiodismo sobre la violencia política y luego, la resistencia a la dictadura. Las imágenes de la rueda de las Madres son una “marca”, emblema del acervo iconográfico nacional.
–Ahí aparecen las siluetas, es extraordinario. Es en la Argentina donde esto comienza. Ya había algunos gérmenes vagos de ese empleo, pero la experiencia argentina lo convierte en una fórmula universal. La multiplicación de las siluetas simboliza las muertes masivas y seres destrozados que finalmente pierden sus identidades individuales. Se puede explicar este desarrollo – y casi diría la creación de una fórmula a partir de la multiplicación de siluetas– por el hecho de que se trataba de desapariciones. Y después sí, lo que hay son reconstrucciones, sobre todo de la ficción cinematográfica. Yo pondría en la cúspide la película de Marco Bechis, Garage Olimpo.
–Hoy la comicidad está bajo un intenso examen. Ya no es posible reír de los tópicos que son conquistas de los derechos civiles: el humor sexista, a lo Trump, y el humor homofóbico. Las caricaturas al estilo Charlie Hebdo llevaban años bajo amenaza.
–Creo que la risa se va a convertir en algo absolutamente privado. Todo lo que pertenece a “los bajos del cuerpo”, tanto la sexualidad como lo escatológico, se abordó históricamente con una mirada cómica: Erasmo ya lo decía en su Elogio de la locura; también Mijail Bajtín. Es el mundo que no podemos hacer explícito; hay algo escondido en eso, la forma menos dañina de encararlo es la risa. Va a ser inevitable que volvamos a reírnos de las mismas cosas como hace miles de años pero en privado, para no herir al prójimo. Va a cambiar el uso social de la risa, y su capacidad terapéutica, ¿no? La risa es liberadora, nos permite pensar sin llorar. –¿Podemos emparentar el terrorismo islamista con las luchas de la iconoclastia en el Oriente Medio?
–Es uno de los aspectos. Claro que nos sirven los antecedentes de la iconoclastia para evaluar la actual destrucción de imágenes arqueológicas a manos del Isis. Ocurren dos cosas: se destruyen los tesoros arqueológicos de los museos públicos, como para resetear la civilización, mientras otros son vendidos a coleccionistas privados. Y qué diferencia con la iconoclastia flamenca, en Flandes y Holanda, entre 1560 y 1580, donde no solo las imágenes estaban prohibidas. Los objetos y metales preciosos tampoco podían ser transformados en algo utilizable. La destrucción tenía que ser total. –¿En la destrucción de imágenes siempre se pretende una purificación, siguen siendo tan poderosas?
–Eso lo estudió admirablemente Freedberg
en El poder de las imágenes. Sobre todo en las imágenes que representan al ser humano de frente, porque sostiene la mirada. Ahí la imagen se tornaría peligrosa, no porque tenga poderes sobrenaturales sino porque nosotros dinamizamos lo que está representado, proyectamos nuestra vida. El poder de las imágenes emana de esa proyección: tiene la fuerza de un espejo.
–¿Cómo ve el arte contemporáneo un historiador del Renacimiento.
–No es mi área y calcule que para alguien como yo, reina el desconcierto. En Argentina en este tema sigo a dos autoras, Elena Oliveras y Andrea Giunta; ellas analizan muy bien la deriva histórica. La pérdida del artesanado es indudable; pero nunca diría que no se puede recuperar. Todavía hay núcleos importantes de artistas que lo conservan, incluso entre quienes están en la trinchera activista. Se conserva en Nicola Costantino, Daniel Santoro, Liliana Porter; son artistas a la vieja manera, que tienen que ver con el hacer. Hay otros a los que claramente el hacer les importa un pepino. Y me quedo con lo más atrayente del arte contemporáneo. Es inédito en la historia que el espectador sea convocado a decidir el sentido de la obra; esa es su parte de humanismo luminoso. En suma, soy optimista.
–Me gustaría tocar su labor docente. Usted salió de la UBA en 2004, al calor de la militancia kirchnerista. Pero sigue en la más alineada de las universidades, la de San Martín.
–Todos mis colegas han sabido siempre mi postura personal contra el kirchnerismo, dado que incluso adherí al colectivo opositor Plataforma 2012. En la Unsam, siempre fuimos respetados. Puedo decir que en la UBA uno encuentra el brillo y también muchas veces las miserias de lo que podríamos llamar la burguesía porteña. En la Unsam el panorama es distinto. Tiene más que ver con el panorama clásico de los años cincuenta, donde tenías una radiografía de toda la sociedad argentina. El corte de su alumnado sigue viendo la educación como una palanca del ascenso social.
–Pero la grieta no lo afectó.
–¡No me costó nada! Pero nunca fui agredido, a diferencia de otros que sufrieron hostigamiento. Me siento más cerca de este gobierno. Pero con Cristina nunca llegué a la desesperación. La sociedad civil es fuerte en este país: puso un parate a la re-reelección, a la reforma judicial y por último al continuismo de Scioli.