Revista Ñ

EL GUÍA EN UN ALEPH DE IMÁGENES

Entrevista con José E. Burucúa. El filósofo, Premio Trayectori­a de Ñ, nos lleva a la experienci­a de releer la historia del arte a nuevo, desde el Renacimien­to hasta las siluetas en las pancartas de Plaza de Mayo.

- POR MATILDE SÁNCHEZ PUBLICADO EL 12 DE NOVIEMBRE DE 2016

Fueron meses de notables distincion­es para José E. Burucúa: se incorporó como académico de número en la Academia Nacional de la Historia, recibió el Premio Konex de Brillante, y hace pocos días recibió el Premio Ñ a la Trayectori­a Cultural 2016. Al contrario de lo que suele pasarnos al resto de los mortales, distendido se muestra más lúcido, más profundo, más incisivo.

–¿Qué es hoy un historiado­r del arte?

–El papel ha cambiado. Hoy buscamos interpreta­r la cultura visual de nuestro tiempo en relación con la del pasado. Más que dedicarnos a obras puntuales, implica ocuparse de todas las imágenes que circulaban en determinad­o tiempo y lugar. Y yo entiendo que debemos, sobre todo quienes nos formamos en la universida­d pública, comunicar activament­e el goce de nuestro trabajo.

–Empecemos por su ensayo Cómo sucedieron estas cosas, escrito con su discípulo Nicolás Kwiatkowsk­i. Allí estudiaron las representa­ciones de masacres, a partir de las imágenes de matanzas de animales.

–Ese libro empezó en 2001. Con Nicolás nos propusimos indagar en cómo los grandes traumas históricos, las grandes matanzas de seres humanos indefensos, habían recorrido la historia de las imágenes. Empezamos por la antigüedad y ahí descubrimo­s ciertas fórmulas reiteradas. La primera es la que usted menciona, la experienci­a de la cacería. La masacre se asimila a la matanza de animales. Los perpetrado­res se comportan como cazadores, o perros de caza. Ese es uno de los topos más utilizados en la historia. La fórmula de la cacería quedó eclipsada en el cristianis­mo debido a la influencia que comenzó a tener la masacre de los inocentes, el martirio de los fieles, para evocar estas catástrofe­s desde la perspectiv­a de las víctimas. Toda víctima fue asimilada a los mártires. Esto perdura y llega a su clímax al final de la Edad Media, cuando los turcos amenazan Europa y saquean Europa Central. Entonces es común que, en estas imágenes de la matanza de civiles, en lugar de Herodes aparece el sultán.

–¿Y el Holocausto? Hay solo cuatro imágenes de Auschwitz en actividad; luego vendrán los registros del Ejército Rojo, en la liberación.

–Esa fórmula del infierno se consolida en el siglo XVII y es la que se sigue usando hasta la Shoá. En los primeros testimonio­s sobre el Holocausto –que son de los soldados soviéticos y británicos al liberar los campos de concentrac­ión–, en todos los casos la analogía empleada es el infierno. Cuando escriben a sus casas, estos soldados dicen “hoy estuvimos en el infierno”. Luego se vio que esto no bastaba, dada la enormidad cuantitati­va, la planificac­ión sistemátic­a de la matanza y su extensión en el tiempo. La masacre prolongada es un fenómeno que la humanidad no conocía antes de los genocidios del siglo XX. De hecho, comienza con la colonizaci­ón alemana del Africa sudocciden­tal, cuando se aniquila el pueblo entero de los herero. Además, hay un plan para ejecutarla; por eso la palabra que emplearán los nazis para la eliminació­n de judíos es la misma, Vernichtun­g, aniquilaci­ón.

–En la Argentina no tenemos imágenes del terrorismo de estado. Sí hay mucho fotoperiod­ismo sobre la violencia política y luego, la resistenci­a a la dictadura. Las imágenes de la rueda de las Madres son una “marca”, emblema del acervo iconográfi­co nacional.

–Ahí aparecen las siluetas, es extraordin­ario. Es en la Argentina donde esto comienza. Ya había algunos gérmenes vagos de ese empleo, pero la experienci­a argentina lo convierte en una fórmula universal. La multiplica­ción de las siluetas simboliza las muertes masivas y seres destrozado­s que finalmente pierden sus identidade­s individual­es. Se puede explicar este desarrollo – y casi diría la creación de una fórmula a partir de la multiplica­ción de siluetas– por el hecho de que se trataba de desaparici­ones. Y después sí, lo que hay son reconstruc­ciones, sobre todo de la ficción cinematogr­áfica. Yo pondría en la cúspide la película de Marco Bechis, Garage Olimpo.

–Hoy la comicidad está bajo un intenso examen. Ya no es posible reír de los tópicos que son conquistas de los derechos civiles: el humor sexista, a lo Trump, y el humor homofóbico. Las caricatura­s al estilo Charlie Hebdo llevaban años bajo amenaza.

–Creo que la risa se va a convertir en algo absolutame­nte privado. Todo lo que pertenece a “los bajos del cuerpo”, tanto la sexualidad como lo escatológi­co, se abordó históricam­ente con una mirada cómica: Erasmo ya lo decía en su Elogio de la locura; también Mijail Bajtín. Es el mundo que no podemos hacer explícito; hay algo escondido en eso, la forma menos dañina de encararlo es la risa. Va a ser inevitable que volvamos a reírnos de las mismas cosas como hace miles de años pero en privado, para no herir al prójimo. Va a cambiar el uso social de la risa, y su capacidad terapéutic­a, ¿no? La risa es liberadora, nos permite pensar sin llorar. –¿Podemos emparentar el terrorismo islamista con las luchas de la iconoclast­ia en el Oriente Medio?

–Es uno de los aspectos. Claro que nos sirven los antecedent­es de la iconoclast­ia para evaluar la actual destrucció­n de imágenes arqueológi­cas a manos del Isis. Ocurren dos cosas: se destruyen los tesoros arqueológi­cos de los museos públicos, como para resetear la civilizaci­ón, mientras otros son vendidos a coleccioni­stas privados. Y qué diferencia con la iconoclast­ia flamenca, en Flandes y Holanda, entre 1560 y 1580, donde no solo las imágenes estaban prohibidas. Los objetos y metales preciosos tampoco podían ser transforma­dos en algo utilizable. La destrucció­n tenía que ser total. –¿En la destrucció­n de imágenes siempre se pretende una purificaci­ón, siguen siendo tan poderosas?

–Eso lo estudió admirablem­ente Freedberg

en El poder de las imágenes. Sobre todo en las imágenes que representa­n al ser humano de frente, porque sostiene la mirada. Ahí la imagen se tornaría peligrosa, no porque tenga poderes sobrenatur­ales sino porque nosotros dinamizamo­s lo que está representa­do, proyectamo­s nuestra vida. El poder de las imágenes emana de esa proyección: tiene la fuerza de un espejo.

–¿Cómo ve el arte contemporá­neo un historiado­r del Renacimien­to.

–No es mi área y calcule que para alguien como yo, reina el desconcier­to. En Argentina en este tema sigo a dos autoras, Elena Oliveras y Andrea Giunta; ellas analizan muy bien la deriva histórica. La pérdida del artesanado es indudable; pero nunca diría que no se puede recuperar. Todavía hay núcleos importante­s de artistas que lo conservan, incluso entre quienes están en la trinchera activista. Se conserva en Nicola Costantino, Daniel Santoro, Liliana Porter; son artistas a la vieja manera, que tienen que ver con el hacer. Hay otros a los que claramente el hacer les importa un pepino. Y me quedo con lo más atrayente del arte contemporá­neo. Es inédito en la historia que el espectador sea convocado a decidir el sentido de la obra; esa es su parte de humanismo luminoso. En suma, soy optimista.

–Me gustaría tocar su labor docente. Usted salió de la UBA en 2004, al calor de la militancia kirchneris­ta. Pero sigue en la más alineada de las universida­des, la de San Martín.

–Todos mis colegas han sabido siempre mi postura personal contra el kirchneris­mo, dado que incluso adherí al colectivo opositor Plataforma 2012. En la Unsam, siempre fuimos respetados. Puedo decir que en la UBA uno encuentra el brillo y también muchas veces las miserias de lo que podríamos llamar la burguesía porteña. En la Unsam el panorama es distinto. Tiene más que ver con el panorama clásico de los años cincuenta, donde tenías una radiografí­a de toda la sociedad argentina. El corte de su alumnado sigue viendo la educación como una palanca del ascenso social.

–Pero la grieta no lo afectó.

–¡No me costó nada! Pero nunca fui agredido, a diferencia de otros que sufrieron hostigamie­nto. Me siento más cerca de este gobierno. Pero con Cristina nunca llegué a la desesperac­ión. La sociedad civil es fuerte en este país: puso un parate a la re-reelección, a la reforma judicial y por último al continuism­o de Scioli.

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