Revista Ñ

“LA VELOCIDAD ES MI NATURALEZA”

Con Martha Argerich, en su camarín. Cómo aflora su carácter, su vínculo con su país de origen y el aprendizaj­e con Friedrich Gulda, en una rarísima charla íntima con la venerada pianista, antes de un concierto en Rosario.

- POR ROMÁN GARCÍA AZCÁRATE, EN SANTA FE PUBLICADO EL 24 DE NOVIEMBRE DE 2012

Está planchando en su camarín del teatro El Círculo de Rosario. Repasa con meticulosi­dad el vestido azul oscuro que se pondrá para tocar a la noche. Lo primero que surge en la charla es la cuestión de los centros de atención múltiples. En los actores, por ejemplo. Y en los pianistas, con los otros músicos. Ella no solo no dejará de planchar con esmero el vestido y luego la chaqueta al tono. Le gustan las situacione­s informales, pero desde el principio sobrevuela la posibilida­d de que la conversaci­ón se interrumpa. La atención de esta pianista venerada en el mundo entero se repartirá entre el planchado de alforzas diminutas, nuestros temas y la filmación de la escena en el camarín que registra el cineasta Gastón Solnicki, que tiene a Martha en su tercer largo metraje.

–Dicen que tocar el piano hace muy bien al cerebro.

–De la “Sonata para dos pianos”, de Mozart, en la que se ha estudiado el ‘efecto Mozart’.

–No es una sonata muy especial. No parece de las mejores cosas de Mozart, no. No la vamos a tocar hoy. Vamos a tocar una sonata en Re mayor, también de Mozart, pero es para cuatro manos nomás.

Esto lleva la charla al Concierto de Bach para cuatro pianos y orquesta de arcos que Argerich interpretó junto a Pía Sebastiani, Marcelo Balat y Mauricio Vallina en el Teatro Colón en su última visita a Buenos Aires en 2004. Un conflicto gremial y la imposibili­dad de que ella siguiera dando parte de sus conciertos programado­s –relacionad­os con el Festival Martha Argerich que estaba desarrollá­ndose allí– hizo que la artista desistiera de tocar nuevamente en el Colón. De hecho, no volvió a hacerlo en Buenos Aires en los ocho años trascurrid­os desde entonces.

–Ese concierto es una transcripc­ión de Bach de un concierto de Vivaldi para cuatro violines. Bach lo hizo para cuatro, bueno..., cuatro pianos no, sino las cosas que tenían teclado en esa época. Últimament­e estuve tocando en un piano de época, en Varsovia, un piano Erard, de la época de Chopin, y con una orquesta de época también. Me encantó. Es muy diferente ese piano, más sensible. Otro tipo de sonido. Si también tocás con orquestas de la época, que tienen las cuerdas de tripa, entonces suena todo muy diferente. Los instrument­os de viento antiguos también son diferentes. Y esa orquesta era así. Tocamos un concierto de Beethoven. Me en-can-tó.

–¿Disfruta escuchando música?

–Ah, eso muchísimo. Más que tocar.

– Cuando la veo tocar en videos actuales de Internet encuentro gestos que tiene desde su juventud. Con los labios, por ejemplo...

– Pero no lo hago a propósito.

–Es que eso sugiere precisamen­te que está disfrutand­o...

–Ay, los pianistas de jazz son fantástico­s... Erroll Garner, por ejemplo, que tiene un placer y una alegría...

–Era autodidact­a, totalmente...

–Sí. Una vez se encontró con (Friedrich) Gulda en un tren y Gulda le dijo: “Su música me hace acordar a Debussy”. “¿Quién es ese tipo?”, le preguntó Garner.

–¿Tiene preferenci­as de época?

–Cambia. Yo también cambio. No solamente cambio de gustos. El gusto también cambia. Hay épocas en que me gusta algo o que me interesa algo que no me interesaba antes, o al revés... Una vez un maestro mío me contaba que había escuchado un cuarteto por radio. De Beethoven, y le había entusiasma­do muchísimo. Llamó a la radio y quiso tener una grabación porque le pareció fantástico cómo estaba tocado. Se lo mandaron unos días más tarde. Lo escuchó. Y no le gustó. La misma versión. Era él el que lo había escuchado antes y no había nada diferente. Es que uno está diferente. Por eso es muy difícil ser jurado. Porque depende de cómo uno escucha. Uno no escucha siempre igual.

–Hay una sonata de Scarlatti que usted toca de muy joven y luego más recienteme­nte...

–Ah, la toco de bis. Tiqui tiqui tiqui tiqui, muy así. (Es la “Sonata K 141”.)

–Y están las elecciones del intérprete: en EE. UU. al público le gustan las interpreta­ciones rápidas, como la suya en esa sonata.

–Pero yo casi no toco en los Estados Unidos. Igual toco muy rápido. Es una cuestión de temperamen­to. Además esto lo aprendí cuando a los diez años. Sí, ya sé, la velocidad es mi naturaleza, mi tendencia. El demonio que tengo. Un quilombo. “Cuidado con el dominio de la velocidad”, me indicaba mi profesor Nikita Magaloff. Muchas veces me han dicho eso.

–Es mucha la gente que se opone.

–Muchas veces cuando escucho lo que ya

hice, me parece súper rápido. Demasiado. No me gusta así. Pero eso no es fácil.

–En grabacione­s distintas se la escucha a veces rápido y otras menos, según las épocas.

–A veces no me doy cuenta. O es una cosa del momento. ¡Qué sé yo! A veces dicen que es el latido del corazón, cuando a uno le late muy rápido... Es verdad, no me gusta asentarme, en música. No me gusta tampoco el énfasis al empezar una cosa. No es mi carácter. No me gusta el énfasis. No me gusta marcar, a la manera: “Aquí pasa esto”. “Y aquí pasa esto”.“Qué increíble es esto”. No me atrae. No es mi temperamen­to.

–Y cuando lo escucha en otro, ¿es lo mismo?

–Me pasa lo mismo. Me gusta cuando es un poquito más sutil. Pero respeto mucho también a la gente que pone énfasis. Respeto mucho. Además, con el tiempo acepto más eso. Cuando era chica no me gustaba.

–¿Las diferencia­s con los otros?

–No, el énfasis y mostrar la cosa. Antes no me gustaba para nada. Ahora, Gulda sí, que nunca hace eso, y no me gustaba tanto (Claudio) Arrau, que pone mucho énfasis. Es un grandísimo músico pero bueno, justamente, es ese otro temperamen­to, ¿no? Me gustan más las cosas así, digamos, que están, por supuesto, no es que no estén, pero que no se las muestra así. Que no se las subraya.

–Ahora, suponga que el compositor marque el énfasis...

–Ah, entonces sí.

–...y a usted no le guste. ¿Qué hace, lo disminuye por su cuenta?

–No, no, pero eso casi no lo hago. Ahora si es necesario lo hago, por supuesto. Son tantas cosas... El amor que uno tiene por el compositor. Lo que se imagina que el compositor quería, que uno no lo sabe tampoco. Hay muchos compositor­es que han tocado sus propias obras con interpreta­ciones completame­nte diferentes de lo que ellos mismos ponen en la partitura. Y también Stravinsky, cuando dirigía, por

ejemplo. Parece que hacía cosas completame­nte diferentes al dirigir de las que había puesto en la partitura.

–Mencionaba hace un ratito a Gulda. ¿Qué diría que es lo más importante que obtuvo de él? –Es difícil decir eso, porque era una persona tan genial... Fue un privilegio enorme estar cerca de él, aunque fuese solamente durante un año y medio. Me dio tanto. En to

do sentido. Yo era muy joven para él, ¿no? Él tenía 25 años y yo tenía 14. Once años de diferencia. Era algo que... Bueno a mí me había fascinado ya desde que lo escuché por primera vez, en Buenos Aires, antes. Y cuando él me escuchó la primera vez fue terrible. La segunda vez que me escuchó dijo: “Argerich, somos de la misma familia”. Bueno, a mí me inspiró muchísimo. Me en-cantó.

Lástima que me quedé demasiado poco tiempo. Por otras razones.

–Ahora, Gulda no le quería enseñar a nadie. Usted fue una de las poquísimas personas que él tomó como alumna, si es que hubo más.

–Sí, él no enseñaba. Pero una vez que estuvo en un curso de verano en Salzburgo pensó que quería enseñar. A una persona. Y de todos los que había conocido, me eligió.

 ?? ?? “Tocar el piano hace muy bien al cerebro”, aseguraba Argerich en 2012. Desde entonces, su visita anual a Argentina es un ritual muy esperado.
“Tocar el piano hace muy bien al cerebro”, aseguraba Argerich en 2012. Desde entonces, su visita anual a Argentina es un ritual muy esperado.
 ?? FOTO: ARCHIVO CLARÍN / SVEN SIMON ?? Martha Argerich en 1957, cuando ganó dos prestigios­os concursos: el de Bolzano y el de Ginebra.
FOTO: ARCHIVO CLARÍN / SVEN SIMON Martha Argerich en 1957, cuando ganó dos prestigios­os concursos: el de Bolzano y el de Ginebra.
 ?? FOTO ARNALDO COLOMBAROL­I/TEATRO COLÓN ?? El dúo de pianos con Martha Argerich y Sergei Babayan, en una de las funciones multitudin­arias en el Teatro Colón, 2022.
FOTO ARNALDO COLOMBAROL­I/TEATRO COLÓN El dúo de pianos con Martha Argerich y Sergei Babayan, en una de las funciones multitudin­arias en el Teatro Colón, 2022.
 ?? ?? Daniel Barenboim y Argerich, glorioso ensayo abierto y gratuito, 2019.
Daniel Barenboim y Argerich, glorioso ensayo abierto y gratuito, 2019.

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