“LA VELOCIDAD ES MI NATURALEZA”
Con Martha Argerich, en su camarín. Cómo aflora su carácter, su vínculo con su país de origen y el aprendizaje con Friedrich Gulda, en una rarísima charla íntima con la venerada pianista, antes de un concierto en Rosario.
Está planchando en su camarín del teatro El Círculo de Rosario. Repasa con meticulosidad el vestido azul oscuro que se pondrá para tocar a la noche. Lo primero que surge en la charla es la cuestión de los centros de atención múltiples. En los actores, por ejemplo. Y en los pianistas, con los otros músicos. Ella no solo no dejará de planchar con esmero el vestido y luego la chaqueta al tono. Le gustan las situaciones informales, pero desde el principio sobrevuela la posibilidad de que la conversación se interrumpa. La atención de esta pianista venerada en el mundo entero se repartirá entre el planchado de alforzas diminutas, nuestros temas y la filmación de la escena en el camarín que registra el cineasta Gastón Solnicki, que tiene a Martha en su tercer largo metraje.
–Dicen que tocar el piano hace muy bien al cerebro.
–De la “Sonata para dos pianos”, de Mozart, en la que se ha estudiado el ‘efecto Mozart’.
–No es una sonata muy especial. No parece de las mejores cosas de Mozart, no. No la vamos a tocar hoy. Vamos a tocar una sonata en Re mayor, también de Mozart, pero es para cuatro manos nomás.
Esto lleva la charla al Concierto de Bach para cuatro pianos y orquesta de arcos que Argerich interpretó junto a Pía Sebastiani, Marcelo Balat y Mauricio Vallina en el Teatro Colón en su última visita a Buenos Aires en 2004. Un conflicto gremial y la imposibilidad de que ella siguiera dando parte de sus conciertos programados –relacionados con el Festival Martha Argerich que estaba desarrollándose allí– hizo que la artista desistiera de tocar nuevamente en el Colón. De hecho, no volvió a hacerlo en Buenos Aires en los ocho años trascurridos desde entonces.
–Ese concierto es una transcripción de Bach de un concierto de Vivaldi para cuatro violines. Bach lo hizo para cuatro, bueno..., cuatro pianos no, sino las cosas que tenían teclado en esa época. Últimamente estuve tocando en un piano de época, en Varsovia, un piano Erard, de la época de Chopin, y con una orquesta de época también. Me encantó. Es muy diferente ese piano, más sensible. Otro tipo de sonido. Si también tocás con orquestas de la época, que tienen las cuerdas de tripa, entonces suena todo muy diferente. Los instrumentos de viento antiguos también son diferentes. Y esa orquesta era así. Tocamos un concierto de Beethoven. Me en-can-tó.
–¿Disfruta escuchando música?
–Ah, eso muchísimo. Más que tocar.
– Cuando la veo tocar en videos actuales de Internet encuentro gestos que tiene desde su juventud. Con los labios, por ejemplo...
– Pero no lo hago a propósito.
–Es que eso sugiere precisamente que está disfrutando...
–Ay, los pianistas de jazz son fantásticos... Erroll Garner, por ejemplo, que tiene un placer y una alegría...
–Era autodidacta, totalmente...
–Sí. Una vez se encontró con (Friedrich) Gulda en un tren y Gulda le dijo: “Su música me hace acordar a Debussy”. “¿Quién es ese tipo?”, le preguntó Garner.
–¿Tiene preferencias de época?
–Cambia. Yo también cambio. No solamente cambio de gustos. El gusto también cambia. Hay épocas en que me gusta algo o que me interesa algo que no me interesaba antes, o al revés... Una vez un maestro mío me contaba que había escuchado un cuarteto por radio. De Beethoven, y le había entusiasmado muchísimo. Llamó a la radio y quiso tener una grabación porque le pareció fantástico cómo estaba tocado. Se lo mandaron unos días más tarde. Lo escuchó. Y no le gustó. La misma versión. Era él el que lo había escuchado antes y no había nada diferente. Es que uno está diferente. Por eso es muy difícil ser jurado. Porque depende de cómo uno escucha. Uno no escucha siempre igual.
–Hay una sonata de Scarlatti que usted toca de muy joven y luego más recientemente...
–Ah, la toco de bis. Tiqui tiqui tiqui tiqui, muy así. (Es la “Sonata K 141”.)
–Y están las elecciones del intérprete: en EE. UU. al público le gustan las interpretaciones rápidas, como la suya en esa sonata.
–Pero yo casi no toco en los Estados Unidos. Igual toco muy rápido. Es una cuestión de temperamento. Además esto lo aprendí cuando a los diez años. Sí, ya sé, la velocidad es mi naturaleza, mi tendencia. El demonio que tengo. Un quilombo. “Cuidado con el dominio de la velocidad”, me indicaba mi profesor Nikita Magaloff. Muchas veces me han dicho eso.
–Es mucha la gente que se opone.
–Muchas veces cuando escucho lo que ya
hice, me parece súper rápido. Demasiado. No me gusta así. Pero eso no es fácil.
–En grabaciones distintas se la escucha a veces rápido y otras menos, según las épocas.
–A veces no me doy cuenta. O es una cosa del momento. ¡Qué sé yo! A veces dicen que es el latido del corazón, cuando a uno le late muy rápido... Es verdad, no me gusta asentarme, en música. No me gusta tampoco el énfasis al empezar una cosa. No es mi carácter. No me gusta el énfasis. No me gusta marcar, a la manera: “Aquí pasa esto”. “Y aquí pasa esto”.“Qué increíble es esto”. No me atrae. No es mi temperamento.
–Y cuando lo escucha en otro, ¿es lo mismo?
–Me pasa lo mismo. Me gusta cuando es un poquito más sutil. Pero respeto mucho también a la gente que pone énfasis. Respeto mucho. Además, con el tiempo acepto más eso. Cuando era chica no me gustaba.
–¿Las diferencias con los otros?
–No, el énfasis y mostrar la cosa. Antes no me gustaba para nada. Ahora, Gulda sí, que nunca hace eso, y no me gustaba tanto (Claudio) Arrau, que pone mucho énfasis. Es un grandísimo músico pero bueno, justamente, es ese otro temperamento, ¿no? Me gustan más las cosas así, digamos, que están, por supuesto, no es que no estén, pero que no se las muestra así. Que no se las subraya.
–Ahora, suponga que el compositor marque el énfasis...
–Ah, entonces sí.
–...y a usted no le guste. ¿Qué hace, lo disminuye por su cuenta?
–No, no, pero eso casi no lo hago. Ahora si es necesario lo hago, por supuesto. Son tantas cosas... El amor que uno tiene por el compositor. Lo que se imagina que el compositor quería, que uno no lo sabe tampoco. Hay muchos compositores que han tocado sus propias obras con interpretaciones completamente diferentes de lo que ellos mismos ponen en la partitura. Y también Stravinsky, cuando dirigía, por
ejemplo. Parece que hacía cosas completamente diferentes al dirigir de las que había puesto en la partitura.
–Mencionaba hace un ratito a Gulda. ¿Qué diría que es lo más importante que obtuvo de él? –Es difícil decir eso, porque era una persona tan genial... Fue un privilegio enorme estar cerca de él, aunque fuese solamente durante un año y medio. Me dio tanto. En to
do sentido. Yo era muy joven para él, ¿no? Él tenía 25 años y yo tenía 14. Once años de diferencia. Era algo que... Bueno a mí me había fascinado ya desde que lo escuché por primera vez, en Buenos Aires, antes. Y cuando él me escuchó la primera vez fue terrible. La segunda vez que me escuchó dijo: “Argerich, somos de la misma familia”. Bueno, a mí me inspiró muchísimo. Me en-cantó.
Lástima que me quedé demasiado poco tiempo. Por otras razones.
–Ahora, Gulda no le quería enseñar a nadie. Usted fue una de las poquísimas personas que él tomó como alumna, si es que hubo más.
–Sí, él no enseñaba. Pero una vez que estuvo en un curso de verano en Salzburgo pensó que quería enseñar. A una persona. Y de todos los que había conocido, me eligió.