Martha y la familia Tiempo, en Bruselas
La película La calle de los pianistas –dirigida por Mariano Nante, coautor del guión junto con Sandra de la Fuente– retrata un capítulo fundamental de la gran diáspora pianística argentina. Cuenta sobre la rue Bosquet, en Bruselas. En el 22 vive Marta Argerich; en el 24, medianera de por medio, viven los Tiempo, una auténtica dinastía musical argentina que se remonta al trombonista Domingo De Raco, el padre de Antonio de Raco. Antonio fue concertista, pero sotino bre todo fue un gran maestro de pianistas que contrajo matrimonio con otra concertista y docente notable, Elizabeth Westerkamp. De este matrimonio nació Lyl, que a los 21 años se casó con Jorge Lechner, pianista y maestro interno del Colón. Y de este matrimonio nació Karin, también pianista. Luego Lyl se separó y volvió a casarse con el diplomático Martín Tiempo (hijo del poeta César Tiempo), que tampoco carecía de aptitudes musicales: es un buen pianista aficionado de jazz. Del segundo matrimonio nació Sergio Tiempo, brillante concertista como su hermana Karin. Natasha Binder es hija de Karin, que vive con padres e hija en la calle de los pianistas. La dinastía llega hasta la pequeña Mila, hija de Sergio, que con poco más de tres años aparece al final de la película tocando al piano La pantera rosa bajo la guía de su prima Natasha.
La relación de Natasha con su madre es el eje del film, que indaga la psicología de la rue Bosquet. El tema que asoma con más intensidad en Natasha, de 14 años, es el de la “elección”. Cuándo o cómo decide uno ser pianista. En verdad, ser pianista es un desen esa casa.
Las casas de Argerich y los Tiempo están separadas por una medianera y cada una tiene tres o cuatro pisos. En lo de Argerich siempre hay gente. En este caso, el pianista Alan Kwiek y su novia violinista, además de amigos que se juntan a comer. En la calle de los pianistas siempre hay alguien tocando y siempre hay alguien que oye desde otro piso o desde la casa de al lado. La película lo capta y lo representa agudamente. Quien toca o escucha puede ser Argerich (a quien también la película muestra en unas pocas y hermosísimas escenas), Kwiek, el violonchelista Misha Maisky, cualquier miembro de la familia Tiempo.
En su novela La prisionera Marcel Proust describió la música como una especie de lengua natural: “La música es como una posibilidad que no se ha realizado: la humanidad ha tomado otros caminos, el del lenguaje hablado y escrito”. En la rue Bosquet por momentos parece revivir ese hermoso postulado de la metafísica proustiana.