Revista Ñ

Lo mejor es lo que no se comprende

María Martoccia. En la notable La mujer sin razón, una madre y una hija ante el nacimiento de la vocación literaria.

- POR OSVALDO AGUIRRE

Si un título adelanta una clave de lectura, el que eligió María Martoccia para su última novela es más sutil de lo que parece. El célebre poema de sor Juana Inés de la Cruz del que proviene se asocia generalmen­te con la crítica de la doble moral, la hipocresía y las actitudes de los hombres hacia las mujeres. La mujer sin razón extracta un verso de ese texto y desvía su sentido hacia un espacio y tiempo propios, para el caso una familia de clase media poco después del primer peronismo, e ilumina la relación entre una madre y su hija. La mujer invocada por el título refiere al personaje de la madre, que padece una enfermedad crónica, paradójica­mente sin diagnóstic­o preciso en un hogar donde vive un médico. Pero también se proyecta sobre la hija, Isabel, una niña que relata episodios de su vida a partir de los 10 años y acusa a su vez problemas de crecimient­o, que no llega a ser, como se dice en la novela según el eufemismo, una señorita.

La madre transmite y comparte con su hija el gusto por la lectura; el padre quisiera que ella fuera médica, quizá para resolver lo que en su propia trayectori­a resulta una frustració­n, pero complement­a esa iniciación cuando le pide ayuda para redactar historias clínicas. Isabel descubre la escritura y por propia iniciativa mezcla los datos de los pacientes con argumentos y palabras entresacad­as de programas del Teatro Colón.

En esas escenas la literatura no aparece como una evasión sino como arte de nombrar el mundo, porque “las cosas escritas en los libros después formaban parte de los pisos, de la ropa o de la gente”. Los cuentos infantiles también exponen formas de conjurar el dolor: un escritor puede haber sufrido, explica la madre en otro pasaje notable, “pero sus lágrimas se hicieron cuentos, y eso es lo que importa”. Una cuestión para Isabel será justamente apreciar el llanto –“las personas que no lloran no hacen nada que valga la pena”– y decidir en algún momento en qué cambiará sus lágrimas.

El encanto de la novela surge de la fidelidad que Martoccia observa con respecto a la narradora: los sucesos y los personajes se revelan exclusivam­ente a través de la mirada de la niña, sin traicionar­la con guiños o sobreenten­didos. Cuando los padres se retiran para discutir las puertas están cerradas también para los lectores. Lo que se oye es a veces fragmentar­io pero está cargado de sugerencia­s: “fue la primera vez que oí decir la palabra lesbianas”, recuerda Isabel a propósito de una conversaci­ón telefónica de la madre y del despido de una empleada.

Isabel registra en sus menores detalles una historia familiar en la que los abuelos ejercen una posición dominante mientras el padre se diluye como figura de autoridad; no llega a realizarse como cirujano y su posición económica decae a través de sucesivas mudanzas. Ese orden incluye además a dos hermanos mellizos, tíos odiados, amigos de los padres y de los abuelos, empleadas, vecinos, compañeros de la escuela, animales domésticos: un espacio en el que la narradora y su madre se inscriben como presencias extrañas y reactivas a exigencias convencion­ales.

Ante las interpelac­iones de los adultos, Isabel responde con su imaginació­n y sus actitudes desconcert­antes, “porque no tiene respeto por nada”. En esa tensión toma la voz de la madre y en el mismo proceso se despega: para los demás la mujer no tiene razón en sus dolencias ni hay explicació­n al hecho de que pase el tiempo encerrada en la casa; lo que la hija termina por saber, en el momento de la despedida y como última enseñanza, es que “las mejores cosas” son las que no se comprenden. Un legado que no vuelve más transparen­te la figura de la madre ni resuelve ningún misterio sino que complejiza la historia con un nuevo giro y abre un interrogan­te a la vez inquietant­e y reparador.

Por sus personajes, por sus temas, La mujer sin razón podría vincularse con preocupaci­ones de actualidad y de interés en el ambiente editorial. Pero su riqueza va mucho más allá, para ofrecer al lector una novela deliciosa y completame­nte singular.

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María Martoccia Beatriz Viterbo 220 págs.
$3.500
La mujer sin razón María Martoccia Beatriz Viterbo 220 págs. $3.500

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