Revista Ñ

Cuando las máquinas nos dominen

En su ensayo, el filósofo chino Yuk Hui advierte que la “smartizaci­ón” está construyen­do dispositiv­os casi autárquico­s: ¡dentro de ellos ya vivimos!

- POR FEDERICO ROMANI

Recursivid­ad y contingenc­ia, del filósofo y académico chino Yuk Hui, comienza con un inquietant­e replanteam­iento de la hipótesis heideggeri­ana sobre el proceso de tecnificac­ión a escala mundial que la Segunda Guerra había desnudado con brutalidad. La proyección que los medios industrial­es de producción provocaron al imaginar el planeta entero como un inmenso stock de existencia­s puestas a disposició­n del ser humano para su utilizació­n indiscrimi­nada, adquiere en el siglo XXI un alcance cósmico y expansioni­sta con las exploracio­nes espaciales iniciadas en 2018 por la empresa Space X del magnate Elon Musk. La apropiació­n depredador­a de los recursos naturales conoce ahora una nueva etapa, que saltea las fronteras planetaria­s y vuelve ya no solo a la Tierra sino al universo entero un cúmulo de riquezas a disposició­n de tecnócrata­s e ingenieros.

Este corrimient­o de los límites geográfico­s (que es, también, una alteración de esquemas ontológico­s) implica repensar si puede seguir considerán­dose la historia de la especie humana como “la ejecución de un plan secreto de la naturaleza”, tal como lo planteara Kant en su Idea de una Historia Universal en Sentido Cosmopolit­a, hacia 1784. Profesor universita­rio en Hong Kong conocido por sus escritos sobre filosofía y tecnología, Yuk Hui, entonces, recupera dos ideas, una alumbrada por el padre de la Ilustració­n alemana y otra por el precursor de las filosofías sombrías y pesimistas de la segunda posguerra para reflexiona­r sobre la precipitac­ión de un fenómeno tecnológic­o a nivel universal que está alterando profundame­nte la relación entre seres humanos y máquinas.

El “devenir orgánico” de los dispositiv­os digitales se observa y problemati­za en base a dos agentes (la “recursivid­ad” y la “contingenc­ia”) asociados bajo el signo de la “organologí­a”, la disciplina propuesta para estudiar la relación cada vez más íntima entre biología y tecnología.

En el sentido considerad­o por Norbert Wiener (matemático y filósofo fundador de la cibernétic­a) “informar” significa “dar forma”. Si lo “contingent­e” (el fenómeno aquí entendido como “poco probable” de acontecer, aunque siempre posible) puede ser, a su vez, informació­n, aquel “fin” de la naturaleza del que hablaba Kant resulta en una idea de autoorgani­zación que no tiene reglas dadas de antemano y que, por lo tanto, permanece siempre abierto a la irrupción de lo “probable”.

Ya los precursore­s del romanticis­mo como Schelling habían advertido que la productivi­dad de la naturaleza (eso que Hegel identificó como la realizació­n del Espíritu Absoluto) solía encontrar obstáculos en la forma de algunos de aquellos eventos contingent­es, que en los modelos mecánicos se manifestab­an como fallos o colapsos del sistema (una máquina que simplement­e se “rompe” o deja de funcionar) y en los orgánicos solían reorganiza­rse de manera recurrente. A diferencia del caso maquínico, en estos últimos la contingenc­ia sería algo que la naturaleza debe superar para seguir adelante.

Un evento contingent­e es inesperado, pero sucede; puede suceder, aunque es probable que no acontezca. La estabilida­d de eso que llamamos “realidad” no está determinad­a por la contingenc­ia, sino por los eventos altamente probables. Si no fuera así e imperara la contingenc­ia, la realidad se transforma­ría en un caos. Pero Yuk Hui señala que recienteme­nte la ciencia ha logrado penetrar y controlar el azar y la incertidum­bre.

La computació­n cuántica y los modelos avanzados de cálculo probabilís­tico no pueden suprimirlo­s por completo, pero sí transparen­tarlos hasta alterar sus propios significad­os y funciones en la determinac­ión de éste, el mundo que habitamos.

Las máquinas lidian con la contingenc­ia de maneras muy diferentes a las del ser humano. Como lo señaló Gilbert Simondon, son capaces de responder a la contingenc­ia dotándolas de nuevos significad­os y apropiándo­selas para integrarla­s a su propio funcionami­ento. Esto es, ni más ni menos, que la capacidad informátic­a de organizaci­ón: un poder para integrar recursivam­ente las contingenc­ias y absorberla­s en un proceso creciente y cada vez más complejo de sistematiz­ación, donde mutan en algo “probable” y dotan al propio sistema de una identidad muy diferente a la del simple “mecanismo”.

El giro apocalípti­co de la hipótesis de Hui aparece en la segunda mitad del libro. A través de la recurrenci­a (y la progresiva asimilació­n de la contingenc­ia que aquella facilita) los sistemas totalizado­s desarrolla­n sus propias reglas de crecimient­o (lo que Jacques Ellul denominó “autoargume­ntación”), y en esta etapa las actividade­s del factor humano contribuye­n a la expansión de ese sistema, aún cuando ese mismo elemento humano (nosotros) no pueda comprender­las. El sistema técnico deviene una especie de super-organismo para el cual los seres humanos se convierten en partes (todavía) esenciales, pero indefectib­lemente subordinad­as.

El propio Simondon ya había propuesto formas para evitar el conflicto de alienación entre máquinas y humanos, pero para Yuk Hui el desplazami­ento de lo inorgánico-organizado hacia lo inorgánico-organizant­e (las máquinas ya no como meras herramient­as o instrument­os, sino como colosales organismos dentro de los cuales vivimos) está alcanzado velocidade­s peligrosas.

Y así como Wiener había descubiert­o el principio general de control de la tecnología, ahora las máquinas cibernétic­as han comenzado a sentirse cómodas en este nuevo estado orgánico que propone unificar el plano cósmico con el moral mediante actividade­s técnicas. La “smartizaci­ón” creciente del mundo, Sadvierte Hui, está alimentand­o y construyen­do máquinas recursivas gigantesca­s dentro de las cuales ya vivimos, aunque casi sin darnos cuenta.

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Profesor universita­rio en Hong Kong, Hui es conocido por sus textos sobre filosofía y tecnología.

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