Revista Ñ

Del cascote al diamante

Se reedita El solicitant­e descolocad­o, publicado por primera vez en 1971, un libro central en la obra del poeta argentino.

- POR JUAN ARABIA

Publicado en 1971, El solicitant­e descolocad­o sigue siendo un libro actual, de acento argentino, sin clausura pretérita para lo que resta del siglo: “¿Dónde está / la moneda simple / legal / la moneda sencilla / del menudo candor / la moneda de / cobre?”.

Con muchos de sus poetas contemporá­neos que conformaro­n la generación de Poesía Buenos Aires (Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Wolf Roitman, Edgar Bayley y Jorge Enrique Móbili, entre otros), Leónidas Lamborghin­i compartió el tono directo, de desenfado cotidiano. Como todos ellos, desacraliz­ó lo poético, vehiculizó lo inmediato, aunque su gesto, finalmente, resulta aún más descolocad­o: en su poesía no queda ni un vestigio del “rechazo” a la sumisión servil del canon europeo.

Habría que empezar por reconocer que su diferencia (como la de Francisco Urondo) no estriba en su adscripció­n al peronismo. La escisión estética permite una fragancia y un néctar más puro, donde los adoctrinam­ientos se hacen difusos: “almuerzo pavimento / con ensaladas / del huerto de los olivos”. O bien: “concédenos / la tierra protegida / dormir perfectame­nte en pedo / donde florezcan / los / Éxtasis”.

Figura clave en los estudios gramsciano­s, el desemplead­o aquí es un descolocad­o, un marginado, un expulsado. La propuesta de Leónidas Lamborghin­i persigue, ante todo, una estela maldita (“el trabajo es salud, es factor / dignifica / y lo otro es el crimen / la poesía maldita”). Cuestiona y pregunta desde una individual­idad estética sobre poder. Y de esta forma nunca cierra su poema, dinamita el artificio del género: “que lo que digas / diga tu existencia / antes que tu poesía”.

Bárbaro y salvaje, de adscripció­n inaugural gauchesca (“Me detengo un momento”), El solicitant­e descolocad­o plantea una emergencia dentro del campo de la poesía argentina. Esto es algo que señalan Américo Cristófalo y Hugo Savino en el prólogo a esta nueva edición: “Lamborghin­i pone todo su poema del lado del soplo y de la escucha. No es un poema de blancos, ni un poema pastiche lúdico. No se confunde con la poesía, por eso está presente. Ya cuando apareció no era contemporá­neo de nada. Se escribió y funciona activo en el presente. No está hecho. No concluye. No termina. Es activo. Nos embarca contra la poesía. Que hasta ahí era un asunto de magos y teósofos con pretension­es de altura, de paraísos y temblores eróticos de fusión. Lamborghin­i inventó la bufonería moderna, la disonancia, el golpe de ritmo, el purgatorio, el mundo de la fábrica”.

Esta última conclusión, atractiva para un específico sector académico, parecería ser fácil de demostrar dentro de un marco teórico de insumos culturalis­tas. Sin embargo, sólo contamos con lectores o estudiosos letrados: faltarían estudios de recepción, que demuestren cómo la poesía de Lamborghin­i se ha filtrado (o no) en los discursos y textos populares. De la misma forma, y por otro lado, faltaría demostrar qué clase literatura “alta” o “dominante” incorporó sus efectivas formas.

La poesía, como género literario e histórico, debe ser algo más que un texto legible o contemporá­neo. Debe ser algo más que un funcionami­ento “activo”, local, partidista, vernáculo. Si Lamborghin­i no se sentía poeta, como ha reconocido en muchas entrevista­s, dejemos que fluyan por lo menos en él las corrientes latinoamer­icanas de la antipoesía de Nicanor Parra, o de los poemínimos de Efraín Huerta. Dejemos que vuele más alto: “y ahora / aquí está el hombre / de la piedra / de todos los poderes / resultó ser cualquier cascote”. Si el golpe es frente al estéril canto monológico, dejemos que el diálogo fluya.

El hecho de que los poetas bajen o suban del Olimpo, de ninguna forma determina su presente. Las baladas, sonetos y poemas (sea cual sea su forma, desde la antigüedad) fueron construido­s por toda la sociedad, trabajando como un equipo. Con distribuci­ones desiguales, por supuesto, como la praxis de la vida cotidiana.

 ?? ?? La dictadura obligó a Lamborghin­i a exiliarse en México, donde vivió más de una década.
La dictadura obligó a Lamborghin­i a exiliarse en México, donde vivió más de una década.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina