Revista Ñ

Jardín de la escritura

- POR GLORIA PEIRANO

Novelista y docente. Es licenciada en Letras por la UBA y autora de Las escenas vacías, La ruta de los hospitales y Miramar. Es coguionist­a de tres películas dirigidas con Gustavo Fontán.

Solo por la emoción, de Anne Carson, un ensayo sobre las diferencia­s entre mujeres y hombres. Autora de cabecera en mis lecturas desde hace años, en este libro Anne Carson compone un ensayo poético que traza, a partir de fragmentos, una singularís­ima reflexión sobre las relaciones entre hombres y mujeres, la soledad, el viaje de la escritura en sí misma y el viaje como tópico de sus textos, esta vez desde Quebec hasta Los Ángeles. La pluma exquisita de Carson sabe cincelar la memoria como una melodía perturbada y nos entrega otra vez un libro inolvidabl­e, en la traducción de Patricio Grinberg.

La poda, Florencia Fragasso. Se escribe podando, parece decirnos en su libro Florencia Fragasso. Y también: ¿qué es un jardín sino también la poda de ese jardín? Crece si se resta, se amplía si se reduce, lo mínimo es mejor que lo grandilocu­ente. La poeta se mueve dentro de las sensacione­s con una sutileza que no menoscaba la intensidad. “Voy de naranja/como el taco de reina/expandiend­o sin rumbo/mis pisadas”, escribe. Versos como hojas de plantas, versos como herramient­as de jardinería, con una voz poética consolidad­a en la que aparece la casa como espacio de escritura, a la manera de Marguerite Duras: la casa interna, la poda invisible, la ventana propia.

Charo, Juan Fernando García. En su acápite leemos a la poeta Alicia Genovese: “el amor no registra/saber acumulado/es pura aceptación. Un padre muere”. En la tapa se observa la figura de un hombre desdibujad­o, tal vez antes de ser padre. El nombre propio, Charo, parece el punto de partida para la invención del hijo. Artificio que Juan F. García se ocupa de desmontar en este libro que no le teme ni al dolor, ni al amor, ni a la aceptación. Texto de duelo, pero de duelo inflexible, en el que la emoción se trasvasa al lenguaje y alcanza al lector como tocó al deudo, del modo que enseñaba Roland Barthes en Diario de un duelo: Nadie nunca sabe hasta qué punto alguien puede ser alcanzado. Sigo una sombra/y en mi sombra/te veo, dice el poeta. La sombra suave y triste de este libro me acompaña desde que lo leí.

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La poeta canadiense Anne Carson, también traductora y profesora de Literatura­s Clásicas.

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