Por una ética negativa
Ensayo. El volumen Un poco demasiado discute con agudeza el lugar y las oportunidades de la crítica actual.
Para la crítica, la búsqueda obsesiva de lo nuevo en literatura se funda no sólo en la necesidad de validar su propia existencia frente a un mundo que se empeña en seguir girando (“mi existencia está justificada, dice el crítico, en tanto la literatura nueva me permita comentarla”) sino también, y sobre todo, en la posibilidad de desplegar los fastos de una moral que se reivindica moderna: la que propugna una literatura ordenada a desbaratarse a sí misma, contragolpeando el repetido imaginario cultural que intenta sin descanso reducirla. Cuanpeligra este “venir después” estructural al movimiento crítico –porque, al parecer, el panorama del presente no devuelve “nada nuevo” a lo que valga la pena referirse–, se producen fenómenos tales como la aparición de Un poco demasiado.
Aquí, en esta moral de lo nuevo, las dos grandes funciones del crítico, la de juzgar una obra y la de describirla, se confunden: ¿una obra es buena porque concede al crítico la posibilidad de poner a trabajar su recorrido teórico, de hacer sonar cada cuerda que la obra pone a disposición del lector para reunirla luego en un acorde? ¿O al revés, es que el crítico aísla el motivo de cada cuerda cuando el sonido del acorde lo puso a soñar, porque la obra era buena? Como sea, lo que Maximiliano Crespi llama literatura del chantaje apaga ambas opciones, desde que son, no la técnica, sino “las intenciones del autor, su voluntad y su entereza personal las que se imponen como validación de la obra”. No se puede gustar ni, por lo menos, describir lo que se lee en un libro, si no hay, como quería Pound, un complejo intelectual-emotivo, agonizante en el dilatado “testimonio y denuncia de la literatura actual, siempre apuntalados por la víctima como blindaje último y necesario de la imposición moral”.
Agudo lector de la literatura argentina del presente, como ya vimos en Tres realismos, Crespi despliega entonces su lectura, no ya sobre la letra de la obra –en su repetición, toda la montaña de literatura del chantaje vendría a decir más o menos lo mismo– sino desde un promontorio apenas elevado, que le permite eludirlas: el libro de Crespi es la crítica menos las obras, es decir, la teoría. Un poco demasiado se convierte así, y no involuntariamente, en un manual fragmentado, erudito y sabio de teoría literaria, que va desde los principios de la crítica ideológica hasta la destructiva consideración de una filología de corte nietzscheano, pasando por los aportes esotéricos del psicoanálisis francés (Lacan, y Miller). Por cada tendencia es posible reconstruir el rastro de las contribuciones fundado mentales a lo largo de dos siglos de pensamiento, azuzado en su andadura por las sabrosas cuitas de lo actual.
De modo que hay dos maneras de leer Un poco demasiado. Primero: menos como un repudio que como un lamento, orientado a la consideración de la época como el punto más alto del desencuentro entre críticos y escritores, donde ni unos ni otros, por desoírse entre sí, pueden salir dialécticamente de su precaria posición, y así pasar a lo nuevo. Segundo: leerlo más allá de este lamento, como la historia de una intriga y una sospecha llamada teoría literaria. En épocas de discursos autistas, donde todo intento por entrar en discusión cae fatalmente del lado del régimen imaginario, degradando la otra posición a superchería, sería ingenuo esperar que Un poco demasiado fuera recibido como una invitación al debate o, por qué no, a una restitución. Lo importante es que no se pase por alto su dimensión duradera, que es la dimensión interior: la de una ética negativa, que me autoriza como lector pero también como creador a no formar parte, a no querer, a no gustar.