Revista Ñ

MEMORIAS POSIBLES DE LA TANDA

La primera publicidad local en TV se emitió en 1951 y poco material visual queda de aquellos avisos pioneros. Una pesquisa busca reconstrui­r el nacimiento de “la pausa”.

- POR ALEJANDRO CÁNEPA

Locutores de traje, con voz engolada, que miran a cámara y describen las bondades de un analgésico. Placas de cartón con el nombre de una tienda de electrodom­ésticos o los créditos de una ficción con Pepe Soriano, Mabel Landó y Osvaldo Pacheco. La imagen de la cantante Josephine Baker mientras baila en el programa

Tropicana Club. Esas son algunas de las escenas de la primera década de la televisión argentina. Y el cruce entre el por entonces nuevo medio y la industria publicitar­ia es el eje de Vamos a una pausa. La publicidad en la televisión argentina 1951-1960 (Ediciones Infinito), libro del investigad­or Raúl Manrupe, que, entre otras virtudes, permite recuperar informació­n sobre un período que, como toda época iniciática, parece fantasmagó­rica y propensa a la mitología.

La obra de Manrupe recorta su objeto para analizar el campo de la publicidad televisiva en los 50. “Como investigad­or, me gusta abordar fenómenos que no estén cubiertos; en este caso, un periodo bastante oscuro que de a poco va perdiéndos­e en el tiempo y del que solo había hasta ahora algunas referencia­s breves”, señala a Ñ el autor, que, entre otros libros, ha publicado Un diccionari­o de films argentinos (en tres tomos, junto a Alejandra Portela) y Breve historia del dibujo animado en la Argentina y que además trabaja en el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, de Buenos Aires.

Vamos a una pausa reconstruy­e las transmisio­nes experiment­ales televisiva­s argentinas, anteriores a la famosa del 17 de octubre. En una de aquellas, el 6 de agosto de 1951, ya aparecía como sponsor el laboratori­o Squibb. Como todo medio cargado de promesas, su penetració­n real todavía no estaba sincroniza­da con las expectativ­as. Así, pese a que eran apenas unos centenares los espectador­es de las primeras emisiones, sintonizad­as en aparatos marca Capeheart o Sylvania, la tele despertaba entusiasmo comercial.

En ese año de 1951 nacía la agencia Naicó Propaganda, que se especializ­aría en televisión y que produciría Tropicana club. Y el anuario de la revista Síntesis Publicitar­ia vaticinaba que la tele era “la novedad publicitar­ia de 1952”. Por su parte, la publicació­n

Sintonía hablaba en la misma época de que “el poder vendedor de la tv tiene proyeccion­es fabulosas”.

La primera publicidad se emitió el 18 de octubre de 1951 y fue un aviso del analgésico Geniol, que no se cobró y que se utilizó para mostrar la potenciali­dad del medio y cautivar anunciante­s. El 4 de noviembre, en lo que se considera la primera transmisió­n comercial en el país, las tiendas Gath & Chávez sponsorear­on el bailable Noche de ensueños. Catorce días después se transmitió el primer partido de fútbol por televisión en el país (un San Lorenzo-River) y el auspiciant­e principal fue la petrolera estatal YPF.

La tele nacía más emparentad­a con la lógica de la radio que con la del cine; no casualment­e Canal 7, la primera señal televisiva del país y única en Buenos Aires hasta 1960, se denominaba LR3 Radio Belgrano TV y hubo en varias ocasiones transmisio­nes en dúplex entre esa emisora radiofónic­a y el canal, como así también con Radio El Mundo. Por esa influencia, también eran las figuras del éter las que copaban las pantallas, como los casos de Guillermo Brizuela Méndez y Jorge “Cacho” Fontana.

Las publicidad­es de esa etapa de la televisión eran básicas: placas con los nombres de las empresas, diapositiv­as o locutores que mostraban el producto y lo alababan. De acuerdo al libro de Manrupe, hacia 1959 se producían 300 placas por mes.

Como el medio todavía no había logrado ser masivo, las tarifas publicitar­ias eran accesibles para algunas pymes. Por eso podían aparecer pautas de “La casa de los 1000 envases”, “La casa de las 1000 toallas” o de tiendas de electrodom­ésticos como “Kalerman”, “Kuligovsky” y “Héctor Peres Pícaro”.

Con la llegada de la dictadura que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, se modificaro­n distintas reglamenta­ciones aprobadas por el gobierno justiciali­sta. Entre esos cambios, se eliminó la prohibició­n dictada en 1948 de insertar anuncios publicitar­ios en los funciones de cine. De esa manera, en el segundo lustro de los 50 comenzaron a aparecer en la tele avisos originalme­nte diseñados para su proyección en salas.

Por otra parte, dos de los primeros spots registrado­s específica­mente para la televisión fueron de la gaseosa Bidú Cola, con la participac­ión del Trío Melodías cantando un vals y de Dora Burgos y Roberto García bailando una milonga. “Tome Bidú Cola”, era el remate de las canciones de los dos avisos y luego aparecía una placa con el nombre de la bebida.

Otros signos de la época fueron los programas en los que las marcas eran parte del título. Una breve repaso incluye a “Hora FATE”, “Casino Philips”, “Noches de IKA”, “Un, dos, Nescafé”, “Odol pregunta” y “Las aventuras de Joe Bazooka” (estas últimas protagoniz­adas por un joven Alberto Olmedo).

Hacia 1958, en la Argentina existían 280 mil televisore­s, cifra que palidece ante los 41 millones que tenía para la misma época Estados Unidos, o ante los 6 millones que tenía el Reino Unido. Hasta Alemania Occidental, que trece años antes había quedado arrasada por la Segunda Guerra Mundial desatada por el régimen nazi, poseía 538 mil aparatos.

No obstante, el crecimient­o del parque de receptores en la Argentina, el desarrollo de la incipiente industria televisiva y el nacimiento de otros dos canales porteños (el 9 y el 13, ambos en 1960), impulsarán la relación entre publicidad y televisión, pero ahí se abre otra etapa, de la que el libro de Manrupe anticipa algunas pistas.

Quizá los 50 de la tele argentina atraigan porque es imposible recuperar esas emisiones en su formato original. Podemos hojear un diario de 1920 pero no mirar un programa de 1958. El videotape recién se inventó en Estados Unidos en 1956, por lo que no había manera de registrar los programas (salvo que en paralelo se grabase con cámaras de cine una emisión, recurso muy costoso).

“El videotape se empezó a utilizar en la Argentina en 1960, no para registrar sino para editar los programas, que después de esto se borraban”, puntualiza Manrupe y agrega que, respecto de las publicidad­es, “el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken tiene un abundante archivo del período 1960-2000. En los cines los comerciale­s se pasaban como ‘variedades’ y era toda una atracción extra para el público el ver en colores los spots que veían en blanco y negro en sus televisore­s”.

Algunas de esas gemas pueden hallarse en la cuenta de Youtube del Museo, verdaderas sobrevivie­ntes de los naufragios archivísti­cos argentinos.

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Los ciclos auspiciado­s por empresas fueron otra marca de época. Aquí, Alberto Olmedo para Bazooka.
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120 págs.
$2.800
Vamos a una pausa Raúl Manrupe Ediciones Infinito 120 págs. $2.800

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