Revista Ñ

El “Gordo” y el fogón

- POR OSVALDO AGUIRRE

Ángel Berlanga elige dos citas de Osvaldo Soriano como epígrafes de su libro: “Al escribir, cuidame. Son mis memorias; no quiero aparecer como un viejo gruñón que idealiza sus años juveniles”; “No tengan piedad de mí: la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita”. En la tensión que inscriben esos reclamos se condensa el desafío que asume, y también una aspiración de cierta fidelidad hacia el escritor.

Soriano, una historia es el resultado de años de lectura y de investigac­ión dedicadas al autor de Triste, solitario y final y a la reedición de sus libros en Seix Barral. Berlanga recorre las distintas etapas de su vida, la iniciación en el periodismo y la proyección en la literatura; no solo sigue el recorrido de la obra sino que despliega su contexto histórico y cultural en base a una documentac­ión exhaustiva.

Contar la historia de Soriano es aquí observar, entre otras cuestiones, las proyeccion­es de la relación con el padre, el modo en que la experienci­a periodísti­ca funciona como su espacio de formación como escritor, la definición de los posicionam­ientos literarios y políticos. Y también advertir la trama mítica que la rodea, en particular por los entrecruza­mientos constantes entre biografía y ficción que Soriano hizo con plena conciencia en sus textos.

Hay aclaracion­es pertinente­s. “Esa imagen que hay de Osvaldo, del ‘gordo bueno’, es lo más falso que yo he escuchado”, advierte por caso Sonia Freites, una de las entrevista­das. Pero en otro orden los mitos no están reñidos con la veracidad de la historia: cuando Soriano fabula sobre sus condicione­s como jugador de fútbol revela un aspecto central en su mundo creativo.

Soriano construyó una imagen de autor asociada con la escritura nocturna, el amor a los gatos, la pasión por el fútbol y el rechazo a las exigencias laborales ajenas a la literatura. Fue cuestionad­o por la crítica especializ­ada y devolvió las gentilezas. Las polémicas que sostuvo son parte del pasado; al revisar los textos y entrevista­r a los protagonis­tas, Berlanga redescubre bajo una luz diferente al personaje y al medio con el que confrontó.

El periodismo aparece en ese marco como un refugio y como un puesto de francotira­dor. Soriano se repliega sobre ese terreno cuando es atacado, pero allí reencuentr­a sus armas como escritor: la exigencia de rigor y economía expresiva, la búsqueda de estilo bajo la presión de la hora de cierre, la preocupaci­ón por mantener el interés del lector y por comunicar (“la función primera de una novela es transmitir una emoción”). Esas son también las virtudes del relato de Berlanga, que sigue con fluidez y precisión los constantes vaivenes entre periodismo y literatura y recorta los intereses y las formas narrativas que subyacen a los textos.

El aspecto material de la literatura no suele ser indagado. Soriano lo expone de modo destacado con las cifras de ventas, los montos percibidos como anticipo por los libros y las discusione­s con los editores. Si esos datos lo recompensa­ban ante la falta de reconocimi­ento crítico, Berlanga muestra que Soriano no dejó de interrogar­se sobre su propia escritura y de ponerse a prueba aun cuando ya tenía una obra y podía sentirse consagrado.

Soriano dijo que “la ficción, cuando funciona, crea un terreno, una suerte de pacto similar al de una conversaci­ón o –mal que les pese a muchos– al de un cuento contado al lado de un fogón”. Berlanga lleva esa práctica a la biografía; su versión de la historia convence al lector por el tono afectuoso pero no concesivo con que narra, por la manera en que compone al personaje y a la época y particular­mente por un equilibrio muy logrado entre cercanía afectiva y distancia reflexiva.

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Un joven Soriano, nacido en Mar del Plata en 1943.
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Junto a su amigo Roberto Fontanarro­sa.

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