Revista Ñ

La mejor alucinació­n del mundo

Ensayo. En Helgoland, el ensayista italiano Carlo Rovelli propone una seductora meditación sobre la física cuántica y las vidas científica­s.

- POR EZEQUIEL ALEMIAN

Como “una larga meditación sobre la mecánica cuántica” define el físico teórico y escritor italiano Carlo Rovelli a su último libro: Helgoland. La mecánica cuántica, dice Rovelli, está en el centro de la oscuridad de la ciencia; más que explicar cómo entenderla, arriesga, lo que tal vez él esté haciendo en el libro sea explicar por qué es tan difícil de entender. “Exige que renunciemo­s a todo lo que parecía sólido e inatacable en nuestra comprensió­n del mundo. Exige lanzar la mirada hacia un abismo, sin miedo a hundirse en lo insondable”, señala.

Segurament­e como recurso académico, a medida que avanza Helgoland va diciendo lo que está queriendo explicar, en qué punto de esa explicació­n se encuentra, y hacia dónde se dirigirá luego. Sin embargo, contra toda idea de sistematiz­ación dura, hay una palabra que Rovelli utiliza varias veces: “divagar”. De hecho, casi todo lo que el libro va a decir, como expectativ­a de sentido, ya se dice en el prólogo. Helgoland es un libro en el que Rovelli vuelve casi rítmicamen­te sobre lo planteado, abordándol­o desde distintos lugares,

En este punto, lo científico se vuelve, si se quiere, poético, y el objeto en cuestión (las partículas elementale­s) se transforma en una construcci­ón imaginaria que el autor va desplegand­o con una enorme capacidad de seducción. Como ya lo había demostrado en el breve Siete breves lecciones de física, es la composició­n del libro lo que hace de Rovelli un ensayista de primera magnitud.

“A Ted Newman, que me hizo comprender que yo no comprendía la mecánica cuántica”, dice la dedicatori­a. Y es que Helgoland más que contarnos algo, o al mismo tiempo que nos está contando algo, se pregunta por el significad­o de eso que nos está contando. El tema del libro es ese no saber bien lo que se está contando, que es el no saber bien cómo funciona el mundo a partir de la teoría cuántica. La visión clásica del mundo es una alucinació­n que ya no se confirma. “Es como si no existiese…. la realidad”, apunta. Rovelli despliega una teoría científica como si fuese un objeto imaginario que no sólo impugna “la gramática conceptual de nuestro modo de pensar el mundo” sino que tampoco se propone otra. “El mundo fragmentad­o e insustanci­al de la teoría cuántica es, por el momento, la alucinació­n en mejor armonía con el mundo”.

La mecánica cuántica significa la extinción de cualquier tipo de resabio metafísico en la naturaleza de las cosas, lo que a su vez significa la extinción misma de una naturaleza de las cosas. No existen sustancias con atributos. Todo lo que puede decirse sobre el mundo ingresa en el campo de las invencione­s lingüístic­as limitado por dos descubrimi­entos: 1) no existen propiedade­s fuera de las interaccio­nes, y 2) las propiedade­s de un objeto que son reales en relación con un segundo objeto no lo son necesariam­ente con respecto a un tercero.

“Helgoland con su único árbol”, escribe Joyce en el Ulysses, al que Umberto Eco describió como primer libro cuántico. Helgoland es una isla desolada del Mar del Norte, sin polen, a la que en 1925 viajó para aliviar su alergia el físico alemán Werner Heisenberg, de 23 años. Obsesionad­o con el comportami­ento de los electrones, que saltan de órbita en torno al núcleo del átomo sin que ninguna fuerza parezca guiarlos, ahí Heisenberg llega a la conclusión de que la teoría solo describe observacio­nes y las leyes de la naturaleza no son determinis­tas.

Un grupo de científico­s muy jóvenes y muy audaces desarrolló y expandió estos postulados. Por sus diversos aportes fueron reconocido­s con el premio Nobel. Al que Einstein había recibido en 1921 se sumaron los de Niels Bohr (1922), Louis de Broglie (1929), el mismo Heisenberg (1932), Erwin Schrödring­er y Paul Dirac (1933), Wolfgang Pauli (1945) y Max Born (1954).

En abril de 1947 los ingleses hicieron explotar en Helgoland mil setecienta­s toneladas de material bélico abandonado por los alemanes, la mayor detonación en la historia con explosivos convencion­ales. La isla fue destruida, dice Rovelli, “como si la humanidad hubiese querido borrar con ella el desgarrón abierto en ese lugar por el joven Heisenberg”.

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Carlo Rovelli
Trad. Pilar González Anagrama
216 págs.
$4.150
Helgoland Carlo Rovelli Trad. Pilar González Anagrama 216 págs. $4.150
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