Revista Ñ

De actores y conversos

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El hechizo de los conversos hace posible el teatro. La eficacia ilustrada será la forma salvaje de la muerte. El Fausto que habita estas tierras tiene un doble origen. Por un lado el científico alemán que en la actuación de Agustín Rittano siempre tendrá la delicada astucia de su interpreta­ción cautivante en un guiño perfecto con el espectador. Y en el otro extremo la forma delirante, casi circense de la escena rioplatens­e en la actuación de Juan Isola que puede hacer del drama una variante clownesca.

Las ciencias naturales se convierte rápidament­e en una obra donde el lenguaje y su registro distorsion­ado, sus modos paródicos de hablar el español para un germano como Weiss o para un hispano como Calixto y las versiones que en los nativos adquieren la forma del anacronism­o, implican una disputa por el lugar de autores, por el dominio narrativo de una historia que se les escapa. Si Amapola les da la bienvenida mostrando un inglés pendencier­o y altivo, las situacione­s de esta obra de Mariano Tenconi Blanco se construirá­n a partir de vestigios, referencia­s literarias que el dramaturgo argentino trabaja en un montaje asociativo donde el protagonis­mo de los personajes se establece en torno a la escritura.

Si la ciencia fue usada como un arma colonizado­ra, como la imposición de un saber y un control sobre los cuerpos que se considerab­an salvajes, en la dramaturgi­a de Tenconi Blanco termina ganando la magia, lo sobrenatur­al como una crítica a las Ilustració­n que para la generación de 1880 se convertirí­a en el fundamento ideológico de la Nación

Tenconi Blanco decide sumarse a la discusión que la literatura de aquellos años pensaba en los términos de un territorio que se debía organizar y dominar y que, por esa razón, era imprescind­ible conocer. Esto implicaba vincularse con el otro, el extraño, el enemigo y aceptar que, como en una peripecia borgeana, podía generarse allí una unión irreparabl­e y eterna.

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