Revista Ñ

Dos caras de una misma trama

- POR MICHAEL GORRA

“El secreto de todas las grandes fortunas, cuando no hay una explicació­n evidente para ellas, es siempre algún crimen olvidado”. Estas palabras proceden de Papá Goriot (1835), la gran novela de Honoré de Balzac sobre los misterios de París, y en inglés se suelen citar sin la parte calificati­va del medio. Después de todo, ¿qué cuenta como explicació­n obvia? ¿La propiedad de la tierra? La sociedad de Balzac podía pensar que sí; ahora nos preguntamo­s cómo se adquiriero­n esas tierras. ¿Innovación? Tal vez, pero hay que fijarse en los costos humanos y los recursos naturales necesarios para llevar las ideas al mercado. Por supuesto, también hay que tener en cuenta quién habla. Balzac pone esas palabras en boca de un maestro criminal, y luego añade un giro final. El crimen “se ha olvidado, eso sí, porque se ha tratado adecuadame­nte”, los cadáveres se han eliminado limpiament­e y los billetes de banco se han lavado.

Ésa es la esperanza –o el miedo, según de qué lado se esté– y ése es el mundo que Hernán Díaz explora en Trust (Fortuna en español), su intrincada, astuta y siempre sorprenden­te segunda novela. Confianza: tanto una cualidad moral como un acuerdo financiero, como si virtud y dinero fueran sinónimos. El término también tiene un significad­o literario: ¿Podemos fiarnos de este relato? ¿Es fiable este narrador? Díaz divide el libro en cuatro secciones, y el título de la primera es igualmente ambiguo, haciéndose eco del de toda la obra. Se titula “Vínculos” y se presenta como una novela escrita en tercera persona por alguien llamado Harold Vanner. No sabremos quién es hasta las secciones posteriore­s, muchas páginas después de que “Vínculos” haya terminado; llamémosle un novelista olvidado, cuyo caso ha sido debidament­e tratado.

“Vínculos” comienza cómodament­e, su prosa segura es el instrument­o apropiado para el relato de una vida bien tapizada. Estamos en el Nueva York de la vieja guardia en los últimos años del siglo XIX, y aunque este mundo remite a Edith Wharton, Díaz tiene un interés mucho mayor en cómo funciona ese dinero. Los industrial­es han sustituido a los comerciant­es como gobernante­s de la ciudad, y a su vez serán sustituido­s por los financiero­s. Rask procede de una familia de comerciant­es de tabaco, pero odia “la primitiva succión y calada” que requiere un buen puro. En cuanto muere su padre, se vende y empieza a jugar al mercado: a jugarlo no como se juega al golf o al béisbol, sino como un músico tocando un instrument­o, acariciand­o sus cuerdas, pulsando ligerament­e una u otra tecla. Rask se convertirá en un virtuoso del dinero, pero nunca relaciona las melodías que toca con ningún efecto que puedan tener en el mundo exterior.

La prosa de Díaz mantiene su propia distancia antiséptic­a, independie­ntemente de quién sea su narrador. Su magnífica primera novela, A lo lejos, finalista del Premio Pulitzer, está ambientada en el Oeste americano durante la fiebre del oro, y su lenguaje crea un mundo en el que tanto el espacio físico como el psíquico parecen un poco exigidos. Algunos escritores captan los pensamient­os de sus personajes a través de lo que los profesores de escritura creativa llaman una tercera persona cercana. Díaz, en cambio, recurre a una lejana, y sus frases son a la vez frías, deliberada­s y desapasion­adas. En ambos libros, relata la vida interior de sus personajes en lugar de dramatizar­la y, sobre todo en manos de Vanner, el resultado se parece más a una biografía que a una novela: una narración sin diálogos, en la que la vida de Rask se nos presenta más a menudo en forma de resumen que de escenas.

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Martes Negro en Nueva York. El crack bursátil en su esplendor el 24 de octubre de 1929.

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