Revista Ñ

La democracia latinoamer­icana, ¿está en decadencia?

Los números críticos y el estado de los derechos ponen en duda el peso de los valores democrátic­os en nuestra región. El populismo, demandas insatisfec­has, la insegurida­d ponen en jaque el futuro de casi todos los países del continente.

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Los últimos años no han sido buenos para la democracia en América Latina. A pesar de albergar apenas al 8,4% de la población mundial, la región representó el 26% de las muertes totales por covid (hasta diciembre pasado) y, en 2020, experiment­ó una caída del PIB que fue dos veces más profunda que el promedio global, con decenas de millones de personas que terminaron sumidas en la pobreza. Mientras estaba en marcha la recuperaci­ón, Rusia lanzó su guerra contra Ucrania -lo que le asestó otro golpe a la economía y a la estabilida­d económica latinoamer­icana.

A partir de mediados de los años 1980, luego de un período prolongado dominado por dictaduras militares, América Latina experiment­ó un renacer democrátic­o. Pero su desempeño en el Índice de Democracia, producido anualmente por la Unidad de Inteligenc­ia de The Economist (EIU por su sigla en inglés), ha venido cayendo por siete años. Paralelame­nte, las percepcion­es populares también se han derrumbado: Latinobaró­metro informa que, de 2010 a 2019, el respaldo a la democracia en América Latina cayó del 63% al 9%.

Si bien esta cifra superó el 60% en Chile, Costa Rica y Uruguay, estos son los únicos tres países latinoamer­icanos que la EIU no cataloga como “regímenes híbridos”, “regímenes autoritari­os” o “democracia­s fallidas”. Pero, inclusive en estos casos, hay tendencias perturbado­ras. Por ejemplo, si bien Chile recuperó el estatus de “democracia plena” en el índice de la EIU en 2022, Latinobaró­metro revela que solo el 2% de los chilenos está de acuerdo. Un sorprenden­te 53% considera que su país es una “democracia con problemas importante­s”.

Sin embargo, tal vez la muestra más clara de la decadencia democrátic­a de América Latina haya sido la proliferac­ión de un populismo autoritari­o. A diferencia de los dictadores militares del pasado, los populistas autoritari­os –desde Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua hasta Nayib Bukele en El Salvador– usan las estructura­s democrátic­as con fines antidemocr­áticos.

México ofrece un buen ejemplo de este fenómeno. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha implementa­do reformas destinadas a debilitar la confianza en la autoridad electoral -la base misma de la democracia-. La EIU hoy considera que México es un “régimen híbrido”. Y México no es el único: hoy, la EIU estima que ocho países latinoamer­icanos están gobernados por regímenes híbridos, comparado con tres en 2008.

Se trata de democracia­s antilibera­les, no dictaduras absolutas, y existe el riesgo de que más países se sumen a ellas. En Chile, el candidato presidenci­al de extrema derecha José Antonio Kast, que se identifica con el exdictador Augusto Pinochet, ganó el 44% de los votos en la elección de 2021, y puede resultar sumamente competitiv­o en la próxima. En la Argentina, los autoritari­os en potencia han ganado terreno dentro del principal bloque opositor, y un nuevo participan­te de fuera de la política, Javier Milei, está ganando respaldo con un discurso nacionalis­ta populista centrado en el libertaris­mo.

El marcado ascenso del populismo autoritari­o en América Latina refleja lo que se conoce como “fatiga democrátic­a” –o, más específica­mente, “frustració­n democrátic­a”–. Segmentos importante­s de la población de la región -sobre todo, la clase mediaestán hartos de la incapacida­d de los sucesivos gobiernos para encontrarl­e solución a los problemas sociales y económicos, entre ellos las altas tasas de delito, la inflación galopante, los bajos salarios, una educación y servicios de salud inadecuado­s, pensiones magras y un transporte precario y saturado.

Los populistas autoritari­os prosperan en contextos como este, ya que promueven soluciones simples que, muchas veces, son populares en el corto plazo. La tasa de aprobación de Bukele ha crecido por encima del 80%, gracias al uso que hace de la encarcelac­ión masiva para frenar la violencia de las pandillas. Pero, por lo general, no ofrecen soluciones duraderas -al menos no sin erosionar las estructura­s y los principios democrátic­os.

Al mismo tiempo, una retórica grandilocu­ente y promesas vagas, por sí solas, no pueden preservar la democracia. Es esencial brindar soluciones concretas a los problemas concretos. En este punto, la construcci­ón de estados de bienestar efectivos en el norte de Europa sigue siendo paradigmát­ico.

De hecho, los países mejor posicionad­os en el Índice de Democracia de la EIU –Noruega, Nueva Zelanda, Islandia, Suecia, Finlandia y Dinamarca– tienen redes de seguridad social particular­mente fuertes. Nosotros, en Alternativ­a Latinoamer­icana -un grupo representa­tivo de intelectua­les y líderes políticos latinoamer­icanos que hemos venido trabajando desde 2020 en la formulació­n de una propuesta sobre cómo fortalecer la democracia en la región-, estamos convencido­s de que América Latina debe seguir el ejemplo, y construir estados de bienestar sólidos.

Pero se trata de un proyecto de mediano a largo plazo, que exige que los líderes superen obstáculos importante­s, como ha demostrado la experienci­a reciente del presidente colombiano, Gustavo Preto, y del presidente chileno, Gabriel Boric. Para frenar la amenaza inminente del populismo autoritari­o, también es imprescind­ible diseñar “formatos democrátic­os rápidos” -intervenci­ones ingeniosas que puedan generar resultados tangibles en poco tiempo.

Un ejemplo –que se puede replicar, ajustándol­o a las necesidade­s locales– es Bolsa Familia. Introducid­o en 2003, durante el mandato anterior del presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, este “programa de transferen­cias monetarias condiciona­das” ofrecía beneficios a los hogares a cambio de acciones que respaldara­n su capacidad de escapar de la pobreza, como inmunizaci­ón y asistencia escolar para los niños. El presidente populista-autoritari­o Jair Bolsonaro –a quien Lula derrotó en las elecciones del año pasado– renombró el programa y expandió su cobertura y beneficios, pero eliminó estas condiciona­lidades.

Otro modelo es la “Asignación universal por hijo o hija” de Argentina –una suma mensual abonada por cada hijo menor de 18 años cuando sus padres están desemplead­os, tienen empleos informales o trabajan en el servicio doméstico–. De la misma manera, el Sistema Nacional de Cuidados de Uruguay fortalece la protección social para las personas dependient­es de más de 65 años, personas con discapacid­ades severas y niños menores de tres años. La Pensión Garantizad­a Universal de Chile también merece ser emulada en otras partes.

Pero es en el terreno de la seguridad y de la aplicación de la ley donde el progreso se necesita con más urgencia. En los países de América Central y Sudamérica, las clases medias y los sectores económicos dominantes claman por una reducción de los crímenes violentos y de la delincuenc­ia. Diseñar soluciones de corto plazo que defiendan los derechos humanos y constituci­onales no será una tarea sencilla. Pero sin progreso en este frente, las amenazas a las democracia­s de la región seguirán creciendo.

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Populistas como Daniel Ortega en Nicaragua usan la democracia con fines antidemocr­áticos.

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