Revista Ñ

Memoria de una quema

Dictadura. Dos muestras recuerdan la destrucció­n de libros del Centro Editor de América Latina.

- Claudia Lorenzón para Télam.

La quema de un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina (Ceal), en 1980, en plena dictadura argentina, se resignific­a con la obra de 100 artistas en la muestra Más libros para más Memoria, en el Centro Cultural Mercado, de Avellaneda, atravesada por los signos de la violencia, el despojo y la destrucció­n, pero también de la lucha de esas páginas que en un primer momento pugnaron por no arder, en un intento de rechazar ese macabro objetivo, considerad­o el mayor atentado contra la cultura nacional.

Los rastros del fuego, la censura, y la violencia aparecen en muchas de las obras, mientras que en otras, el hecho, ocurrido en junio de 1980 en un baldío de la localidad bonaerense de Sarandí, fue el disparador para germinar nuevas ideas, construir un diario familiar o recuperar el valor de las ficciones contadas en la infancia, relata la curadora de la muestra, Lucía Fariña.

Esta muestra se expone junto a Memorias de la quema, una exhibición de 20 fotografía­s que testimonia­n el hecho, surgido por orden del entonces teniente coronel y juez, Héctor Gustavo de la Serna, quien adoptó la decisión el 26 de junio de 1980, por considerar que esos textos eran “peligrosos, subversivo­s”, dice Fariña.

En dos camiones, las 24 toneladas de libros fueron trasladada­s desde el depósito de la editorial, en O’Higgins y Agüero –hoy Crisólogo Larralde– hasta un baldío de la calle Ferré al 1040, en Sarandí, para su destrucció­n.

Testigo de ese hecho fue la editora del sello, Amalia Toubes, que recuerda que los libros, húmedos por el tiempo de guardado, se resistían a arder, y tanto ella junto a otros integrante­s de la editorial incitaron a los curiosos a que se llevaran los volúmenes que pudieran, para rescatarlo­s de las llamas.

Ante la resistenci­a de las páginas, fue necesario que los militares a cargo del operativo arrojaran nafta para que finalmente pudieran arder, y fue testigo el fotógrafo del Centro Editor Ricardo Figueira, que documentó el proceso y cuyas imágenes, selecciona­das por Alejo Moñino, hoy forman parte de la muestra Memoria en llamas.

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