Sobre el andar pintada como una puerta
La traductora y poeta canadiense Daphné B. cuestiona los qué y los por qué de la industria del make up desde ideas feministas y raciales.
Más que la de poner el dedo en la llaga, la alegoría que persiste, a través de todo el texto, es la de la propia Daphné B. revolviendo un neceser abarrotado de productos cosméticos que ella misma interpela al elegirlos, comprarlos, manipularlos y descartarlos. Y lo hace, sin tregua, con la férrea intención de cuestionar la cada vez más extendida práctica del maquillaje y, justamente, en los aspectos de transformación social, política y económica que – aunque no lo parezca– esta acción, puede traer aparejados.
Maquillada es el ensayo donde la traductora y poeta canadiense (antes publicó Bluetiful, Delete y La Pluie des autres) dinamita los qué y los por qué de la industria del make up, siendo ésta la excusa para machacar en los tópicos ineludibles de este tiempo: feminismo, igualdad de género, racismo y redes sociales.
La autora advierte sobre las consecuencias de los modos y las modas a las que adhieren sobremanera los y las influencers –quienes tampoco escapan del escrutinio en la era de la cancelación– y por sobre todo, pone en jaque los falsos binarismos de los cánones de belleza tradicionales echando mano a las conductas de celebridades 3.0 como Kylie Jenner, Elon Musk y Grimes, aunque levantando el piné con referencias a la escritora afrodescendiente Audre Lorde, entre otras personalidades.
La investigación se vuelve más atractiva cuando la cofundadora de Filles Missiles –la plataforma feminista que difunde la literatura canadiense– se corre de la idea que solo considera el maquillaje y a quienes lo utilizan como algo estrictamente superficial y se adentra en ese uso en tanto estrategia de resistencia. Por caso, cuando ahonda en cómo el acto de maquillarse se vuelve un ritual relevante, humanizador, para las personas que están en prisión.
–¿Con qué propósito escribió Maquillada? –A menudo hablamos del maquillaje como algo frívolo, superficial y sin importancia. Quería hablar del maquillaje de manera “seria”, y mostrar que podemos usar el maquillaje (el objeto, la mercancía, el ritual) para pensar nuestra realidad.
–En el texto alude a la idea de autenticidad, ¿qué más puede decir en ese sentido?
–La autenticidad es una de las cualidades más preciadas en la actualidad, pero, por otro lado, también es una de las más difíciles de definir. Nuestra identidad es múltiple, cambiante, performativa, frágil, dependiente de los demás. No podemos ser “fieles a nosotros mismos” cuando el yo está en fluctuación. Por ende, la autenticidad es una fantasía. Lo que de verdad queremos de la gente es una actuación de autenticidad que sea convincente.
–También hace referencia a cómo el maquillaje devela el mito de la meritocracia. ¿Qué otras cosas descubre?
–Mucho. La cultura del maquillaje y la belleza se encuentran en la encrucijada de discursos importantes, sobre todo los de raza, género, política, economía y redes sociales. Expone el capitalismo, el racismo, el sexismo, el sexismo inverso, el capacitismo, la cultura de la violación, los estándares de belleza, todos los “ismos” que gobiernan el mundo.
–Recientemente estuvo aquí, ¿qué conoce de las movilizaciones feministas en la Argentina?
–Sobre todo, me encanta la literatura argentina y amo a las escritoras como Alejandra Pizarnik y Silvina Ocampo, pero también a las voces contemporáneas, como Cecilia Pavón y Fernanda Laguna. La libertad que percibo en la escritura de estas mujeres es lo primero que me enamoró. Es una libertad con la que sueño, que algún día me gustaría poder hacer mía. Ahora estoy estudiando español para poder leer más escritores argentinos, escritores que aún no han sido traducidos. Ante todo, soy escritora y estudio literatura.