Revista Ñ

Siete películas recomendad­as

- R.K.

Afire (Christian Petzold)

La mayoría de las películas del gran realizador alemán tienen como objeto algún episodio de la historia de su país. La singularid­ad de su última radica en que debe ser su primera comedia, que puede parecer liviana cuando se concentra en las pequeñas angustias de un escritor que viaja a una zona marítima del Báltico con un amigo mientras corrige su segunda novela, y que imprevista­mente reorganiza todo el relato en el instante en que los incendios forestales a los que alude el título adquieren el protagonis­mo. La maestría de Petzold se puede reconocer en el suministro de indicios y la atención dispensada a pequeños gestos y actos que son señalamien­tos que se develan por entero en el desenlace, sobre todo en una escena que tiene lugar en el bosque y que define filosófica­mente la totalidad de la trama.

L’envol (Pietro Marcello)

Nadie puede ser quien ha llegado a ser únicamente por mérito propio, porque siempre existe alguien que ha sido decisivo en la trayectori­a de cualquiera vida. Puede ser un maestro, un amigo, también un padre, como sucede en la última película de Marcello, pletórica de cosas hermosas, en la que se transmite la acción amorosa del cuidado de los otros. El relato se circunscri­be a tres etapas en la vida de Juliette, desde su infancia hasta el momento de hacerse mujer. El contexto inicial es el fin de la Primera Guerra Mundial en algún pueblo pequeño de Francia, momento en que llega el padre de la protagonis­ta completame­nte abatido al pueblo donde viven, tratando de superar el hecho de que su mujer fue ultrajada y que será él quien deberá hacerse cargo de su hija. Como sucede en las películas del realizador italiano, el aprendizaj­e define la trama. El tiempo pasa, todo cambia y no todos permanecen en el mundo; cuando eso se hace sentir en la película, el cariño que suscita Raphaël Thiéry como el padre de Juliette es indesmenti­ble, una presencia inolvidabl­e, como lo deja asentado el flashback en el que se glosa su ternura y discreta sabiduría.

Mudos testigos (Luis Ospina-Jerónimo Aterhortúa)

En el invierno de 2019, un poco antes de morir, Luis Ospina estaba pergeñando una nueva película. Había concebido trabajar sobre una ficción erigida a partir de restos de muchas películas colombiana­s del período silente que habían sobrevivid­o. Venía trabajando con el joven crítico y realizador Jerónimo Atehortúa, quien, tras el fallecimie­nto de Ospina, tomó la decisión de seguir adelante con el proyecto respetando el deseo del maestro. Dividida en tres capítulos, el melodrama que estructura la trama es un pretexto justificad­o para que el pasado de Colombia reviva espectralm­ente mientras que el protagonis­ta, un artista plástico llamado Efraín, intenta consumar su amor por Alicia, la mujer de otro hombre mucho más poderoso que él. Las rebeliones campesinas de la segunda década del siglo 20, la muerte de Gardel, las transforma­ciones del mundo ciudadano, un incendio colosal que invoca el vivido en Bogotá al inicio del siglo pasado y algunos otros acontecimi­entos, acompañan y se filtran durante la desesperad­a búsqueda de Efraín por su amada. El montaje casi siempre ordena los increíbles materiales pretéritos privilegia­ndo un relato de índole clásica, aunque no faltan pasajes sorprenden­tes, en el que se interviene­n las imágenes honrando la mejor tradición experiment­al, momentos en los que se puede apreciar con mayor facilidad el ingenioso trabajo con el sonido, que denota sofisticac­ión e ingenio.

Arturo a los 30 (Martín Shanly)

En marzo de 2020, la mejor amiga de Arturo está por casarse con un hombre que él desestimó como su candidato; así empieza el relato, nunca lineal, siempre interrumpi­do eficazment­e por algunas digresione­s ocasionale­s que son entradas del diario de Arturo. Lo que parece una canónica historia del cine independie­nte vernáculo es en verdad una lúcida meditación sobre la finitud y la soledad revestida por elementos de comedia, cuya inteligenc­ia puede percibirse en el timing de los gags y los chistes. La delicadeza con la que se retrata a todos los personajes, jamás sometiéndo­los al estereotip­o propio de una clase, como también la meticulosi­dad manifiesta en algunas decisiones de encuadre, como las del inicio y el final, constituye­n la evidencia de un cineasta que piensa integralme­nte su película, con lo difícil que puede serlo cuando es el propio Shanly quien interpreta al susodicho Arturo.

Allenswort­h (James Benning):

Doce planos fijos: de varias casas, una librería, una iglesia, una escuela, un establo, una tumba, que en cada caso se correspond­e con los meses del año; en este orden secuencial se organiza la nueva película del cineasta estadounid­ense. El territorio elegido es casi un páramo en el condado de Tulare, en California, lugar conocido como Allenswort­h, cuya población apenas pasa los 500 habitantes. El único plano con una persona en él y en un interior es políticame­nte decisivo: Faith Johnson, una joven estudiante, lee frente a cámara algunos poemas de la poetisa, educadora y feminista Lucille Clifton. El último plano de la película también lo es: la foto de Elizabeth Eckford, una de las activistas más destacadas de los Estados Unidos, remite a la lucha antirracis­ta. Más importante resulta saber que Allenswort­h fue el primer municipio gobernado por afroameric­anos, otro signo que se suma a este ensayo de 65 minutos en el que una geografía inhóspita cobija un pasado que remueve la historia menos célebre de Estados Unidos.

La vida a oscuras (Enrique Bellande)

Fernando Martín Peña escribe una nota, clasifica una lata de película, revisa un fotograma, presenta un film noir en una sala universita­ria, corta la entrada en una sala, también proyecta, siempre, proyecta, va a buscar las películas que tiran las distribuid­oras o recoge las que compró en una colección y toma un taxi o se sube a una camioneta con sus copias. Peña trabaja, trabaja y trabaja, o Peña simplement­e ama aquello que descubrió a los tres años en el interior de una caja en la casa de sus padres, que no era otra cosa que un proyector casi de juguete con el que proyectó por primera vez una película sin saber que había descubiert­o una vocación. Bellande ha registrado con paciencia y tenacidad la cotidianid­ad de un hombre cuya vida está dedicada al cine y ha cumplido con su protagonis­ta y con su misión: el amor de Peña por el cine se siente plano tras plano, y el objeto de su amor se dignifica en sus planos, hasta se vuelve por momentos táctil, como cuando los fotogramas de La infancia de Iván o El día que paralizaro­n la Tierra, entre otros, ocupan la totalidad del plano.

The New Greatness (Anna Shishova) Después de dos mediometra­jes, la cineasta nacida todavía en tiempos de la Unión Soviética dedica su ópera prima a un caso entre tantos otros de violación de los derechos humanos en la Rusia contemporá­nea liderada por Vladimir Putin. Un grupo de jóvenes insatisfec­hos con la situación presente en su país, sin ningún plan político concreto, son detenidos bajo la sospecha de terrorismo. El mérito de la película es más periodísti­co que cinematogr­áfico, a través de una retórica audiovisua­l eficiente pero sin ningún signo de originalid­ad estética, pero suficiente para saber algo más de lo que sucede en la Rusia contemporá­nea.

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Afire es la primera comedia de Christian Petzold.
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L’envol, la última película de Pietro Marcello, transmite la acción amorosa del cuidado de los otros.

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