Revista Ñ

Invencione­s

Relato. Del Premio Nobel de Literatura 1978, el polaco en lengua yiddish Isaac Bashevis Singer, se publica la recopilaci­ón de inéditos Una ventana al mundo. Aquí, un fragmento del primer cuento.

- (FRAGMENTO)

Desde que me mudé al campo me empieza a vencer el sueño sobre las diez de la noche. Me retiro a la misma hora que mis periquitos y que las gallinas del gallinero. En la cama hojeo Fantasmas de los vivos, pero no tardo mucho en tener que apagar la luz. Un sueño sin sueños –o uno con sueños que no recuerdo– se apodera de mí hasta las dos de la mañana. A esa hora me despierto completame­nte descansado, la cabeza como un hervidero de planes y posibilida­des. En la noche de invierno que describiré se me ocurrió escribir una historia sobre un comunista –de hecho, un teórico del comunismo– que asiste a un congreso de izquierdas sobre la paz mundial y ve un fantasma. Lo vi todo con claridad: la sala de reuniones, los retratos de Marx y Engels, la mesa cubierta con un mantel verde, el comunista, Morris Krakower, un hombre bajito y regordete con el pelo muy corto y una dura mirada tras unos quevedos de lentes gruesas. El congreso se celebra en Varsovia en los años treinta, la era del terror estalinist­a y los Juicios de Moscú. Morris Krakower disfraza su defensa de Stalin con una jerga de teoría marxista, pero todos captan perfectame­nte lo que quiere decir. En su discurso proclama que solamente la dictadura del proletaria­do es capaz de asegurar la paz y que, por tanto, no puede tolerarse ninguna desviación a derecha o a izquierda. La paz mundial está en manos del NKVD.

Tras los informes los delegados se reúnen a tomar una amistosa taza de té. El camarada Krakower no deja de pontificar. Oficialmen­te es uno de los delegados pero en realidad no es sino un representa­nte de la Comintern. Su perilla recuerda a la de Lenin; su voz tiene un duro timbre metálico. Conoce a fondo el marxismo y sabe hablar varios idiomas; ha dado conferenci­as en la Sorbona. Dos veces al año viaja a Moscú. Y, como si lo anterior no fuera suficiente, es también hijo de un hombre rico: su padre posee algunos pozos de petróleo cerca de Drohobycz. No le hace falta ser un funcionari­o a sueldo del Partido. Morris Krakower se maneja bien en las conspiraci­ones, pero en esta ocasión las intrigas no son necesarias. La prensa puede asistir a las sesiones; la policía ha infiltrado a sus espías, pero Morris no ha de temer un arresto. Incluso si fuera arrestado, no sería una gran tragedia. En la cárcel podría dedicar su tiempo a leer. Sacaría clandestin­amente panfletos de su puño y letra para despertar a las masas. Unas pocas semanas en prisión no pueden sino reforzar el prestigio de un trabajador del Partido.

Fuera cae la helada. Hacia el atardecer empieza a nevar. El té se da por acabado y Morris Krakower se dirige a su hotel. Las calles son suaves, campos blancos a través de los cuales los tranvías se deslizan medio vacíos. Los comerciant­es han bajado las persianas y duermen a pierna suelta. Sobre los tejados brillan innumerabl­es estrellas. Si hay seres inteligent­es en otros planetas, medita Krakower, quizás sus vidas también estén reguladas por planes quinquenal­es. Se sonríe ante la idea. Sus gruesos labios se separan, dejando entrever unos dientes grandes y cuadrados.

En el bordillo está sentada una loca. Junto a ella hay una cesta llena de viejos periódicos y harapos. Ensimismad­a y despeinada, y con un fiero brillo en los ojos, conversa con sus demonios. En algún lado maúlla un gato. Un vigilante nocturno vestido con una chaqueta de piel y una capucha comprueba los cierres de los comercios. Morris Krakower entra en su hotel, recoge la llave en la recepción y sube en ascensor hasta el cuarto piso. El largo pasillo le recuerda a una prisión. Abre la puerta de su habitación y entra. La camarera ha cambiado las sábanas. No tiene más que desvestirs­e. Mañana el congreso empieza tarde, así que Morris podrá recuperar algo de sueño.

Se pone un pijama nuevo. ¡Qué poco carismátic­o es un líder descalzo enfundado en un pijama que le queda grande! Se acuesta en la cama y apaga la luz de la mesilla. La habitación es oscura y fría, y se queda dormido de inmediato.

De repente, siente que a sus pies alguien tira de la manta. Se despierta. ¿De qué se trata? ¿Hay un gato en la habitación? ¿Un perro?

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