De Santa Fe a la Bretaña francesa
Trilogía. En su ficción autobiográfica, Sergio Delgado propone una especie de imaginación documental.
Como aquellos retablos medievales compuestos por paneles que aun separados mantienen para el espectador una unidad, este nuevo libro de Sergio Delgado urde a lo largo de casi quinientas páginas tres historias que tienen en común la reconstrucción de un pasado más o menos remoto. La memoria es una urdimbre que a través de recuerdos personales, historias escuchadas, fotografías, objetos y lecturas enlaza la imaginación. Como si la materia narrativa fuese una de esas plantas que trepan las paredes asentándose en pequeñas tomas que un paciente jardinero les procura. La trama que se eleva y ramifica compone a la distancia un tapiz singular, único entre la infinidad de variantes posibles, que oculta o apenas deja ver aquel espacio en blanco que pervive al menos como anhelo, como fuera de campo en donde se vislumbra otro real. Trabajando elementos biográficos o afines a la crónica o incluso a la especulación filosófica, Delgado cuenta morosamente historias que confunden lo personal y lo público, lo histórico y lo imaginativo, gesto con que lleva a preguntarnos si no son, después de todo, componentes de una misma materia.
La vida de los distintos narradores está atada a la historia de sus zonas geográficas y sentimentales: Santa Fe, la Bretaña francesa, la inmigración europea, la vida y la cultura en los pueblos de provincia, la historia del progreso y la devastación. Delgado propone algo así como una imagidocumental, capaz de deleitarse en extensos meandros con lucidez y precisión, no aptos para ansiosos ni para los que buscan la mera peripecia (que las hay y en abundancia), sino para quienes son capaces de esperar esa brisa que exhala la memoria, poesía de un recuerdo que la letra es capaz de reavivar.
En el primer relato (La sobrina) se reconstruye la historia de un anodino crítico teatral que se dispone a cubrir una representación de Tío Vania en un encuentro provincial, y de una señorial casona objeto de transformaciones que reflejan también las de una ciudad. El paraíso anuda la trayectoria vital del narrador a la historia de su padre ordenada en “motivos” como los de una obra musical: el trabajo, la enfermedad y el ocio. A su vez un paraíso centenario es el eje alrededor del cual se organizan relaciones y sucesos olvidados.
En La estela se traman los recuerdos del paso por un colegio jesuita y una profesora que supo despertar la vocación del futuro escritor, con la leyenda del indio Mariano. A la vez la floración de los cerezos a un lado y otro del océano, (en septiembre en el Barrio Guadalupe, en Santa Fe, en marzo en el Parque de Siam, en Bretaña) que enmarcan el conmovedor aprendizaje de un niño argentino en Francia, en un juego de espejos y de desemejanzas, un ir y venir que el relato comprime en puro presente.
Con conciencia del tiempo en que vivimos, donde “todo se escribe, nada se lee; todo se conserva, nada se recuerda”, atravesado por las ya no tan“nuevas tecnologías” (fotos satelitales, webcam, internet) que determinan nuestra percepción, el flujo narrativo pivotea en un constante diálogo entre el “aquí” y “allá”, del presente al pasado y viceversa, de un hemisferio a otro, la tarde en Santa Fe y la noche en Bretaña, o la mañana “allá, en Rincón y Colastiné” y “acá casi las doce”. Hacia el final, una “AntiAutobiografía” que concibe el relato de la propia vida como aquello que crece con nosotros y vamos a la vez reformulando, la búsqueda de eso que el tío crítico de La sobrina vislumbra en la obra de Chéjov: “Algo impreciso, que escapaba a una época y a una geografía determinada, que cada versión en todo caso rehacía, en variaciones incesantes”.