Emocionalidad latina y en voz alta
Se publican artículos del académico cubano José Esteban Muñoz, que analizó las estrategias para pensar la nación desde los afectos.
Está por comenzar el partido de béisbol de las Grandes Ligas y José Feliciano se dispone a cantar el himno norteamericano. El cantante puertorriqueño se adueña de una escena y de un canto identificados al extremo con la tradición de un país al que él no pertenece por completo, para instalar allí un sentimiento de lo marrón, una transgresión sobre esas formas que no suelen ser permeables a las modificaciones. Feliciano estaba diciendo en esa tarde del año 1968 que en la nación donde vivía, aunque hubiera nacido en una de sus colonias, habitaba un común marrón que se animaba a impregnar con sus propios afectos los rituales oficiales.
Para José Esteban Muñoz sentirse marrón no tiene solo que ver con un color de piel. La condición de inmigrante latino y las prácticas queer surgen como otra variante de lo marrón que se percibe en la cotidianidad, que se presiente como una forma apremiante que ya sucede. Se trata de una experiencia similar al contacto, de una acción y no de una identidad.
En El sentido de lo marrón (Caja Negra, con traducción de Hugo Salas), el académico cubano, radicado en Estados Unidos, estructura su escritura desde una irradiación afectiva que se vuelve concepto. Indagar en esas instancias donde se descubre una matriz afectiva disidente (una estructura de sentimientos, siguiendo la teorización de Raymond Williams) ya sea en obras teatrales, performances o piezas de artes visuales, es una tarea a la que Muñoz se dedicó a lo largo de los años, para poner a prueba su noción de lo marrón con el fin de destilarla y corregirla.
Este libro da cuenta de ese itinerario, plasmado en una serie de artículos escritos en momentos muy disímiles, y asume la dificultad de armar una edición (a cargo de Joshua Chambers-Letson y Tavia Nyongto) que pueda darle continuidad teórica a un trabajo que quedó inconcluso. Muñoz falleció en el año 2013 y no llegó a plantear una opinión definitiva sobre este sentir marrón al que podríamos describir como una estrategia de las minorías para discutir desde el afecto, para plantear otra sensibilidad, como quien esgrime argumentos nuevos.
Que sus conceptos surjan desde la afectividad, que la palabra sentir sea determinante, incluso en su ambivalencia y vaguedad, implica que el objetivo de Muñoz tiene más que ver con identificar una inmanencia, una ontología emocional existente y no tanto plantearse nomenclaturas que construyan identidades. Cuando recurre a los escritos de Jean- Luc Nancy sobre el tacto, aclara que tocar no significa ni dominar ni fusionar sino que se juega allí una convivencia no invasiva, cercana pero no obediente. Lo marrón no implica una uniformidad sino que se sostiene en la diferencia.
Se vale de los aportes de las autoras de la llamada “teoría del afecto”, como Lauren Berland, para entender que desde esa subjetividad surge un modo de performance que emana una ideología. La construcción de la ciudadanía es también una lucha de las emociones.
El arte de los latinos que viven en Estados Unidos plantea, en varios casos, una afectividad que confronta con las representaciones sentimentales oficiales. Muñoz lee la realidad desde esa obligación de reproducir comportamientos, de controlar las emociones, de disciplinarse en los protocolos de un temperamento moderado. Así, el latino está obligado a ser poco efusivo, debe sentir menos. Se lo caracteriza como estridente y desaforado. Muchos inmigrantes intentan ajustarse a esas ceremonias más contenidas de la afectividad como un modo de adaptación. La apuesta de Muñoz tiene que ver con una revolución emocional. Hay que conquistar un territorio donde esos sentimientos inapropiados pueden ser válidos.
Pero su propuesta está totalmente alejada de los guetos o de una identidad que no se deje transformar. Desidentificarse es un proceso que sintetiza el principal conflicto: permanecer en la memoria sin quedar anclado a ella, deshacerse del pasado sin perderse en un presente que elimina la singularidad y, al mismo tiempo, entender que es urgente trascender esa particularidad. Sus ensayos hablan de una estrategia nómade. La performance funciona como la estructura que habilita la acción, la intervención social bajo un soporte ficcional. Los sentimientos pueden operar como una forma de resistencia.
Muñoz establece un paralelo entre lo marrón y lo queer, términos que necesitan reformularse permanentemente. Lo queer fue capturado por discursos que lo convirtieron en una especie de significante vacío. Si bien Muñoz no lo expresa en estos términos, está claro que el autor quiere centrarse en el carácter relacional de estas palabras. Tanto la noción de lo marrón como de lo queer implican un problema.
Si bien Muñoz analiza la performance desde la producción de figuras como Tania Bruguera o Luis Alfaro, prefiere pensar sus orígenes no tanto en las vanguardias artísticas –surrealismo o dadaísmo– sino en las exhibiciones de las personas capturadas y esclavizadas que eran obligadas a performar para el poder colonial, como plantea la artista cubana Coco Fusco.
Lo que propone Muñoz es impregnar del afecto marrón lo real, para hacer presente ese sentir que permanece invalidado. Sostener la ideología del sentir y de la afectividad implica una apertura que supone cambios, mutaciones y también una capacidad para integrar y convivir con el conflicto.
Sus ensayos hacen de lo relacional una matriz, una potencia que no se propone crear otros mundos sino activar los existentes, hacerlos jugar en un campo de fuerzas siempre abierto. Muñoz ofrece herramientas para una política de la acción que no encuentra diferencias entre la instrumentalidad de la vida afectiva y el escenario de las relaciones sociales.