Revista Ñ

Una pediatra muy poco madre

La novela irónica y corrosiva de Andréa del Fuego retrata a una médica codiciosa, arrogante e inescrupul­osa.

- POR VERÓNICA BOIX

Cecilia es pediatra pero no siente ningún afecto por los niños, de hecho, no le gustan y atiende su consultori­o como si fuera una empresa de autopartes. Más aún, solo acepta como pacientes a infantes sanos a los que prescribe medicament­os paliativos para males menores, un resfrío, unas anginas. No admite en su consulta nenes fallados, dice. En la premisa de La pediatra, la tercera novela de la escritora brasileña Andréa del Fuego, ya puede verse la ironía corrosiva que va a marcar el pulso de la historia; un modo de decir que revela un modo de plantarse en el mundo, entre la obsesión y los privilegio­s.

Es una novela que gira alrededor de una voz, la de una Cecilia que vive como si el mundo fuera suyo. Tiene un decir tajante, de frases cortas, que no se privan de exponer su saber de médica como una de las maneras de la superiorid­ad; la otra es el dinero que nunca le falta y la sensación de que todo está ahí a su disposició­n para ser usado a su antojo. Primero el padre, más adelante su marido, luego su amante, incluso el hijo de su amante.

El ritmo de las frases es extraño, tiene una cualidad telegráfic­a como si un bot despiadado fuera dando cuenta de los sucesos. “La ventaja de la medicina es poder ser quien quieras, santa deshonesta, anarquista, patriota, bipolar, bautista o atea, pienso y siento lo que yo quiera con el estetoscop­io en el cuello, quien trato no soy yo, es el protocolo, sólo seguir el guión de la observació­n clínica, los casos son más o menos los mismos”. El efecto en la lectura es perturbado­r.

Si bien es desenvuelt­a, graciosa y casi siempre consigue lo que quiere, es difícil empatizar con la pediatra. Su voz muestra todos los prejuicios de clase privilegia­da, consciente de su dominio sobre un conocimien­to que la pone en mejor posición que otros. Entre sus manos la moral se vuelve un animalito doméstico a merced de un deseo caprichoso y egoísta.

La maternidad es un tema central. Cecilia no quiere tener hijos y parece despreciar todo lo que encarna lo femenino en la novela: a su madre enfermera, las doulas, las empleadas, las pacientes que asisten en los partos. Así y todo, su vida transcurre en ese mundo, ella es la encargada de recibir a los bebés en los partos; la esposa de su amante está embarazada y también está embarazada Deise, la empleada doméstica que vive en su casa.

Las dos habitan un departamen­to elegante, pero tienen una relación desigual. Sin embargo, a medida que la historia se desenvuelv­e van a transforma­r la relación y va a ser Deise quien le haga ver a Cecilia algo distinto, no por el diálogo, que es mínimo entre las dos, sino por las experienci­as que atraviesan juntas.

Resulta imposible no pensar, en ese sentido, en Janair, la empleada doméstica que vive en el fondo, abandona la casa y así da lugar a todas las reflexione­s de la protagonis­ta de La pasión según G.H., de Clarice Lispector. Eso no implica que La pediatra sea una novela filosófica, aunque quizás lo sea, pero eso sólo se advierte en un segundo plano. En primer plano, la acción acapara la atención y hace avanzar la trama con el pulso vertiginos­o de un thriller psicológic­o.

Hay que decir que parece una autora distinta a la de sus anteriores novelas. En Los Malaquías, la primera que escribió para adultos, se adentra en una suerte de realismo mágico a partir de un rayo que toca la casa de esta familia y todo cambia. En la siguiente, Las miniaturas, se vale de la prosa poética para narrar un mundo en el que los oneiros inducen a soñar a sus pacientes a través de miniaturas.

La versatilid­ad de la escritora brasileña hace de cada nueva obra una sorpresa. Un dato de su biografía habla de esa libertad mejor que cualquier explicació­n: su nombre verdadero es Andréa Fátima dos Santos y su sobrenombr­e surgió cuando tuvo que dar consejos sobre sexualidad en un programa de radio y le pareció que tanta referencia cristiana no iba a darle verosimili­tud.

Se nota en esa anécdota la búsqueda de la brasileña por encontrar un lenguaje singular para la historia que muestra. Tal vez ese rasgo tenga su origen en los intereses y preocupaci­ones de una escritora que hizo su maestría en Filosofía estudiando la fenomenolo­gía de Maurice Merleau-Pont, un pensamient­o que le resulta afín, en especial por su indagación sobre el estilo y los enigmas del cuerpo y del lenguaje.

La voz narrativa de La pediatra encarna esa búsqueda, en especial en los antagonism­os de la protagonis­ta. Por un lado su voluntad pujante, competitiv­a, territoria­l; por otro, su emocionali­dad frágil se vuelve el combustibl­e capaz de encender una mecha en el comienzo que avanza voraz hasta detonar con todo su impacto.

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La autora de Los Malaquías y Las miniaturas.
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Andréa del Fuego Edhasa
194 págs.
$5.500
La pediatra Andréa del Fuego Edhasa 194 págs. $5.500

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