Revista Ñ

Fugas hacia atrás

Un excelente libro de memorias y otro de ensayos del autor egipcio que vive hace décadas en Estados Unidos y escribe en inglés.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Es una fantasía adivinable: un escritor supone que su máximo logro consistirí­a en articular la historia de su familia. Una revancha benigna, de paso, contra la tiranía del azar y las chicanas del tiempo. Lo presiente y anhela calladamen­te, sabiendo que es bastante probable que quede a años luz de una gran novela o unas memorias inmortales. A la vez, no pocas cosas se cuentan –o se leen– para escapar de una familia (vale decir, del destino). Mientras retrata a un clan judío que debió huir de Alejandría, Lejos de Egipto de André Aciman rastrea sendos polos. Releva con gracia cómo hablaban sus familiares, sus posiciones morales, grados de humor y estoicismo, las superstici­ones transmitid­as, lo que opinan unos parientes de otros. (Palabras ajenas que es menester conservar; también eso puede ser un escritor: un archivo). Lo que opina cada uno de sí mismo: “No soy sincera con nadie, aunque jamás he mentido. Creo que ni siquiera sé quién soy, me conozco como podría conocer a mis vecinos: desde la acera de enfrente”.

Ante una autobiogra­fía, es dable plantear si lo que importa es que la narración seduzca por sí sola, no si fue cierta o no. Las desventura­s de los Aciman contribuye­n lo suyo; estamos ante una sucesión de nacionalid­ades, anticuario­s y espías, una madre sorda, aristócrat­as venidos a menos, domésticas ciclotímic­as y un tío abuelo capaz de señalar “el primer búho del atardecer” en un jardín inglés. No faltan, asimismo, asiduos equívocos de idioma: “Para esas tres personas que se habían descubiert­o una a otra, el ladino hablaba de su añoranza de Constantin­opla. Para ellos, era una lengua de corbatas sueltas, camisas desabrocha­das, pantuflas demasiado usadas, una lengua tan íntima, tan natural y tan necesaria como el olor de tus sábanas, de tus armarios, de tu cocina. Regresaban a ella después de hablar francés, con el alivio satisfecho de los zurdos que, una vez en la intimidad, ya no se ven obligados a hacer las cosas con la mano derecha”.

Ya demostró la novelista Ivy ComptonBur­nett lo rápido que se deforma la informació­n en una familia. Las versiones cruzadas acerca de un mismo hecho, así sea una leve enfermedad. No por nada una muletilla dilecta de Aciman es “casi”. La edad no se detiene en sus páginas ni reparte cortesías: “A fuerza de jurar tan seguido ella empezaba a dudar de sus propias historias y a pensar, como les ocurre con tanta frecuencia a los ancianos, que quizá exageraba más de lo que olvidaba”. Aciman no desconoce una artimaña clave de la literatura, saber evocar: “La tarde guardaba todavía tantas de esas horas antes del anochecer que, en palabras de la tía Flora, Egipto tenía las horas más largas del mundo”.

El correr de las horas es su sombra más fidedigna, coloreada con variantes en su mansa y cordial colección de ensayos Homo irrealis. En la cautivante tríada de textos sobre películas de Éric Rohmer los meros tiempos verbales sostienen el suspenso. ¿Seguimos flotando en el presente o ya se cerró todo? A Aciman lo persigue el ánimo irrealis del clima contrafáct­ico en que vivimos la mayoría de los días: lo que pudo haber sucedido y que no por eso se vuelve irreal. Desde luego que merodeando ese terreno tarde o temprano dejará de estar ausente Proust, a quien elogia por el modo en que clarifica cómo uno puede ir con rédito contra sí mismo y cómo “seguimos queriendo algo de los que hace tiempo dejamos de desear cualquier cosa”.

Aciman pasea por Freud y Roma, Cavafis, Sebald, Pessoa, Beethoven, Corot y San Petersburg­o. Afiches y estatuas despiertan en él un animismo inocuo. No ignora que se proyecta sobre un lugar lo que cada uno cree ser. Discute lo que un lector o espectador le aportan a una obra y al revés: “La incapacida­d de distinguir estas fronteras no es incidental en el arte; es el arte”. A veces André Aciman piensa tanto en sí mismo que no le permite al lenguaje levantar vuelo, pero no carece de percepcion­es certeras y de una rigurosa probidad. Es como si copiara el pasado a mano, devotament­e. Los minutos pasan más despacio al escribir que al leer, y así es como transcurre­n las horas cuando uno transcribe un texto infinito: lentas y opulentas. El tiempo siente piedad de lo contemporá­neo y calla.

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Trad. Núria Molines G. Alfaguara
264 págs.
$6.800
Homo irrealis André Aciman Trad. Núria Molines G. Alfaguara 264 págs. $6.800
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 ?? ?? Lejos de Egipto André Aciman Trad. Celia Filipetto Libros del Asteroide 352 págs.
$7.650
Lejos de Egipto André Aciman Trad. Celia Filipetto Libros del Asteroide 352 págs. $7.650

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