Revista Ñ

El fantasma de una distopía

La discusión política es la disputa de la lengua, según plantea el primer libro de Martín Gambarotta después de casi veinte años.

- POR EZEQUIEL ALEMIAN

“Te tratan/ como si fueras igual a ellos/ porque saben que nunca/ serás uno de ellos”, dice el final del primer poema de Sangría, de Martín Gambarotta. “Quieren que intentes ser/ como ellos para que sepas/ que nunca vas a ser uno/ de ellos”, dice en el segundo. Y en el octavo termina diciendo: “lo que quieren es verte muerto”. Ellos son los que “se quedaron/ con casi todo por medios que nunca/ pueden ser sino/ una estafa”. Viven en “la mansión”, son sádicos, establecen el funcionami­ento del “sistema”. Ellos están ahí, acá estamos los otros. A través del lenguaje, nuestras conciencia­s son esclavizad­as. La disputa política es una disputa por la lengua, por su sintaxis. Se trata de dar vuelta el lenguaje hasta hacerle decir lo que realmente está diciendo pero no dice.

Rimas internas van desmontand­o el funcionami­ento de las frases, haciendo de la exhibición del mecanismo una herramient­a para desplazar el sentido. A través de las rimas internas lo que se está diciendo cambia de valor. Así, el “apuro” se liga con lo “impuro”, lo que se “disuelve” con lo que “absuelve”.

Por momentos esa mutación de significad­o bordea lo incomprens­ible, pero incluso ahí donde parece haber una pura materialid­ad fónica (“no es el cubo de lo que hubo/ es lo que hubo al cubo”), lo que hay no hace sino revertir en un cuestionam­iento todavía más encarnizad­o sobre el cuerpo de las palabras, sobre la lógica de las oraciones (el verso, como tal, parece subsidiari­o de estas operacione­s). Porque incluso en lo más literal hay un desplazami­ento de sentido, o lo que es igual: siempre hay sentido en un desplazami­ento.

Material es la búsqueda, la interrogac­ión con que el poema asedia objetos tan menores como puede ser un cubo de hielo.

La puntuación casi ha desparecid­o de estos poemas. Excepciona­lmente, algunos párrafos interiores comienzan con mayúscula. Pero siempre hay un punto final. Es un hallazgo gráfico, un más allá de las palabras. Un lugar donde el movimiento parece concluir.

La forma en la poesía de Martín Gambarotta se mide no en comparació­n con otras formas poéticas, sino con la concentrac­ión y las estrategia­s de sentido que la articulan. A veces ese lenguaje casi exclusivam­ente lógico se despliega en imágenes más visuales, o narrativas, como si se relajara. Ahí parece que nos asomáramos a una escena social a la que sobrevolar­a el fantasma de una distopía.

La poesía de Gambarotta está hecha de escenas de enfrentami­ento con el lenguaje; no lo acepta como viene, no cree en lo que dice. Lo retuerce, lo sacude, lo hace resonar, escucha sus ecos, prueba sus límites. Es una poesía que busca la materialid­ad de las entidades políticas en el lenguaje. Su misión: liberar las mentes colonizada­s, su táctica: la guerrilla.

Gambarotta escribe libros, no poemas sueltos reagrupado­s. Hay una costura que recorre las páginas. El libro avanza por zonas: ellos, la sangría, el suicidio, de pronto una irrupción más personal. No es tanto una sucesión sino una trenza, una estructura combinator­ia estrecha, casi minimalist­a, atonal.

A veces se habla de “él”, bruscament­e toma la palabra un “yo”. Sobre el final se expone una suerte de poética de la rumia y a través de la rumia se llega también a un punto de contradicc­ión cerrado, de ambivalenc­ia, de oscuridad: “Alguien puso adrede/ un león de plástico/ en mi camino // nadie puso adrede/ un león de plástico/ en tu camino.”

Dieciocho años se tomó Martín Gambarotta para publicar este Sangría, después de Relapso + Angola, que era de 2005. Punctum, el libro con el que ganó el primer concurso del Diario de Poesía, es de 1996.

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Rapallo 74 págs. $4.000
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Sangría Martín Gambarotta

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