Revista Ñ

Esas voces familiares

Una madre con Alzheimer y otros parientes memorables son retratados con piedad y lirismo por la escritora Bárbara Belloc.

- POR SANDRO BARRELLA

Breve. Una estructura de fragmentos que van desde la frase que no supera una línea, al más extenso que alcanza una página y media. Hechos y relaciones desentendi­dos de la fe en lo sucesivo: rota la ilusión de esa cadena, el relato prescinde de efectos y causas. Si nada explica nada, es el montaje –por reverberac­ión, ecos, fluctuacio­nes del sentido– lo que ordena aquello que el texto por sí solo parece ofrecer como hiato. En los 60 y en Europa, una joven pianista becada para continuar sus estudios con Nadia Boulanger conoce a un joven músico becado que toma un curso de dirección orquestal bajo la tutela de Von Karajan. De esto nos enteramos casi al final del libro. Antes y después, el amor loco, de generación en generación. Un bien de familia.

Bárbara Belloc escribió un libro que altera las nociones comunes de la llamada autoficció­n o literatura del yo. Otro tanto sucede con novela familiar o novela a secas.

Pero, ¿qué hace falta para contar una vida? ¿Cuáles circunstan­cias, pertinente­s, necesarias, para trazar la silueta que devuelva una imagen tangible o razonablem­ente definida que no la traicione? ¿Cómo hacerlo bajo la asechanza del desvanecim­iento de la razón de una madre y un padre? La autora se las arregla porque sabe por oficio que cualquier artificio se disuelve en la verdad de la lengua. A través de sus páginas el libro recrea una serie de episodios familiares que abarcan el arco de tiempo que va desde los bisabuelos a la propia infancia. Cada uno de ellos adquiere por sí y en el conjunto el carácter de una revelación, acaso a la manera en que podría hacerlo un poema. La dicción, la prosodia, el ritmo; la concentrac­ión fulgurante que logran determinad­as imágenes y asociacion­es, hace que por momentos se olvide—o se dude—que se trata de prosa.

“Vos cada vez escribís mejor. / Y no es que seas una escritora. / Sos la expresión. / Y la expresión me abraza. / Es como si me abrazaras.” Así, escandidas como versos, estas frases que abren el libro y salen de boca de la madre marcan la dirección, el horizonte móvil del relato. En la trama de voces que el libro despliega—que son muchas e incluyen abuela, abuelo, tías, padres y la que asume el yo de quien escribe—la de Elcira, la madre, es de una potencia que conmueve. Los pasajes en los que se deja oír, llevan a quien lee hacia al centro incandesce­nte de una intimidad que se vuelve próxima a cada página. Con ese movimiento, la escritura desestima y se desmarca de las trampas del coloquiali­smo o el avatar mimético de un habla, en este caso, la del extravío por

Alzheimer. Otra vez la lengua y su máquina de verdad. Como supo Celan cuando escribió: “verdad habla quien sombras habla”.

Lírico en las dos puntas del ovillo, el texto va de la precisión documental que fecha el momento de internació­n de la madre, el nombre y la dirección de la institució­n – Carpe Diem, así como suena, sin ironía–, lo urgido del hecho, a ciertos momentos de arrebato y ensoñación. “La realidad es infinita. El mundo no es suficiente”, se lee. Mundo y realidad como dos categorías superpuest­as o que entre sí se repelen, para volver a encontrars­e. Nociones que de común decimos sinónimos, aunque no lo sean, se nombran aquí como puntos en un plano que se miran extrañados, o como esas imágenes que se proyectan una y otra vez, repetición enloquecid­a y fascinante de la puesta en abismo, un souvenir de la infancia que se atesora: “Tu alma volaba persiguien­do el infinito, el sonido./ Eras joven y nadie veía tu corona de neuronas, salvo el espejo.// Eras una silueta al borde del camino, un camino polvorient­o donde se detuvo el tiempo, eras el tiempo.// Tu corazón bañado en miel.”

Evocacione­s de la memoria familiar, la pasión musical que lo atraviesa todo; la vida dañada en el presente y en medio del dolor, la piedad y, sobre todo, el amor de una hija que no contradice aquel, mentado de locura. “Después de una madre así, solo me quedaba una cosa, convertirm­e en poeta”, cita Belloc a Marina Tsvietáiev­a, y en ese espejo se mira, como la poeta rusa miró y reconoció su rostro por primera vez en la negrura de un piano, y escribió que a partir de ese hecho “para poder comprender la cosa más simple, siempre he tenido que sumergirla en los versos, y verla desde ahí”.

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96 págs.
$4.500
Literatura Random House 96 págs. $4.500
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Bárbara Belloc
La locura es un bien de familia Bárbara Belloc

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