Revista Ñ

Malestares de un médico y sus pacientes

El cineasta Jorge Leandro Colás sigue las búsquedas del doctor Esteban Rubinstein por dar con maneras más humanas de sanar.

- POR DIEGO MATÉ

Los médicos de Nietzsche, el nuevo documental de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Los pibes) que se estrenó días atrás después de haberse visto en el BAFICI, sigue al médico Esteban Rubinstein en sus actividade­s al frente del Servicio de Medicina Familiar y Comunitari­a del Hospital Italiano de Buenos Aires. Rubinstein, autor de varios libros sobre problemas médicos, duda tanto de su lugar como del de la institució­n a la que representa.

Ese malestar no es algo nuevo o inédito: hace tiempo que la medicina discute su sitio cultural, sus protocolos, su autoridad sobre la población. En sus consultas, Rubinstein se toma bastante tiempo para escuchar al paciente, sigue de buen grado el hilo muchas veces disperso de la conversaci­ón y acepta extraviars­e en las reflexione­s y observacio­nes personales de su interlocut­or. La consulta deviene otra cosa: la escena se parece más a la de una sesión de terapia o, mejor, a una conversaci­ón entre pares.

El documental alterna estos momentos con los de las reuniones de los médicos del Servicio que Rubinstein coordina alrededor de textos e ideas tomados de los libros de Friedrich Nietzsche: así, el espacio se vuelve ocasión para que sus compañeros, a la manera de discípulos improvisad­os, se replanteen las formas que organizan su trabajo, los saberes aprendidos durante carreras y residencia­s y el vínculo con los pacientes.

Colás dedica la mayor parte del tiempo a las consultas que el protagonis­ta mantiene con tres pacientes. La primera es con Valeria y el intercambi­o resulta abiertamen­te extraño: la paciente narra con desorden sus síntomas, los mezcla con su historia familiar (clínica pero también afectiva) y con anécdotas personales. La referencia a un viejo linfoma preocupa a

Valeria que, un poco incitada por Rubinstein, hace una conexión entre un antecedent­e de leucemia en su familia y la frase “no te hagas mala sangre” de madre.

Al comienzo el médico no pide estudios y no analiza síntomas, sino que deja hablar a la paciente y la invita a realizar asociacion­es en la creencia de que (como se explica después) el paciente “es quien mejor conoce su cuerpo”, y que su palabra puede iluminar problemas mejor de lo que podría hacerlo un examen médico.

La estrategia suena forzada, como si la medicina, buscando mecanismos de renovación, se transforma­ra en algo distinto, en algún dispositiv­o demagógico adaptado a las demandas emotivas de los pacientes. Sin embargo, en las consultas que siguen, el método revela una cierta eficacia: después de una interconsu­lta con un hematólogo, se descubre que Valeria tiene cáncer de nuevo, Rubinstein le explica a qué horizonte patológico se enfrenta y se planifican las sesiones de quimiotera­pia y el trasplante de médula ósea.

La película, visiblemen­te fascinada por la figura de Rubinstein y su método, filma sin embargo las resistenci­as de los integrante­s del Servicio durante las reuniones a la filosofía del protagonis­ta. Después de la lectura y el comentario de los textos nietzschea­nos, los médicos reafirman la visión de mundo de la medicina “tradiciona­l” y su sistema sumario de estudios, diagnóstic­os y toma de decisiones.

Los dilemas propuestos por el jefe del Servicio no encuentran el eco esperado, lo que termina de imbuir a Rubinstein de los atributos de un díscolo que, casi en soledad, acompañado apenas por un puñado de pacientes (igualmente disconform­es con el ejercicio de la medicina), insiste en revisar los cimientos de una institució­n centenaria.

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El médico Esteban Rubinstein es protagonis­ta del documental rodado en el Hospital Italiano.

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