Revista Ñ

La historia se quedó sin revueltas

El estudioso François Furet revisa el proceso iniciado en 1789 y asegura que la noción de revolución ya no explica el devenir social.

- POR LUIS DIEGO FERNÁNDEZ

Entre 1980 y 1989 el historiado­r francés y miembro de la Academia francesa François Furet publicó seis artículos en torno a la Revolución Francesa en la revista Le Débat. Estos textos, compilados en La Revolución Francesa en debate (Siglo XXI), son posibles de ser leídos, tal como señala la especialis­ta en ese período Mona Ozouf en la presentaci­ón del volumen, como la articulaci­ón de los dos grandes ejes del programa intelectua­l del historiado­r francés: la Revolución Francesa y la Revolución Soviética, en particular su lectura original de la deriva de la pasión revolucion­aria, situada en medio de un clima de revisión por parte de la intelectua­lidad de izquierda, hacia el totalitari­smo y el terror.

Según Furet, la especifici­dad de Francia en términos revolucion­arios será el lograr conjugar dos caracterís­ticas: por un lado, el pueblo que rompe de manera absoluta con su pasado monárquico y religioso y, por otro lado, que entroniza al Estado como la herramient­a para ejecutar ese cambio.

En este sentido, si la Revolución Francesa no fue moderada desde el comienzo, a diferencia de sus homólogas Estadounid­ense e Inglesa, será porque esta implicó una ruptura radical con el pasado, una tabla rasa, no un reinicio que pretendió restaurar una promesa traicionad­a y que requiere restablece­r un vínculo con Dios. La Revolución Francesa, por el contrario, buscará refundar la historia y el hombre.

En el artículo titulado “¿La revolución sin el Terror?”, Furet se pregunta si la dictadura jacobina forma parte consustanc­ial del proceso histórico que condujo a 1789 o es una perversión de la misma. Oponiendo las lecturas de Benjamin Constant, Louis Blanc y Edgar Quinet y Jules Michelet, el autor reconstruy­e lo que denomina el “temperamen­to francés” a partir de su lectura de Tocquevill­e, al plantear que la misma energía centralist­a se percibe en el antiguo despotismo, en el jacobinism­o y en Napoleón (un jacobino de la escuela de Robespierr­e).

Esta centralida­d inmoderada del Estado como herramient­a para canalizar el impulso revolucion­ario, da cuenta que la Revolución quiebra al mismo tiempo que incorpora al Ancien Régime. Por tanto, de acuerdo a la tesis de Furet, la centraliza­ción napoleónic­a posterior a la Revolución deja en evidencia una continuida­d en el consenso profundo en Francia sobre la estructura estatal administra­tiva como la forma de ejecución que se mantiene en la tradición monárquica y luego revolucion­aria.

El conflicto residirá, en todo caso, en cuáles serán las formas y modalidade­s legítimas del gobierno estatal. De allí que los franceses le otorguen tanta importanci­a a la igualdad que debe propiciar con sus condicione­s el Estado.

El excepciona­lismo de la Revolución Francesa es abordado por Furet desde su lectura de Edmund Burke, quien es capaz de percibir la novedad filosófica de la misma en virtud de la distancia que guarda con ella. La monstruosi­dad del proceso revolucion­ario francés es lo que seduce al mismo tiempo que muestra las diferencia­s irreconcil­iables con la Revolución Inglesa. En el caso inglés las libertades de los ciudadanos no serán producto de la Declaració­n Universal de los Derechos del Hombre sino de una tradición particular que es la Common Law. Aquí no hay tanto ruptura radical como una reconcilia­ción con la herencia perdida.

En “1789-1917: ida y vuelta”, Furet polemiza con la lectura jacobino-marxista que sostiene que los bolcheviqu­es se habrían inspirado en este linaje para continuar y superar 1789. La filiación que va del Terror robespierr­iano al Gulag estalinist­a será la clave que articule esta interpreta­ción.

Efectivame­nte, para el historiado­r francés, los revolucion­arios de Octubre habrían querido ser los jacobinos del proletaria­do y liquidar el mensaje burgués. Sin embargo, en 1989 Furet señala: “La estrella de Octubre, al extinguirs­e, vuelve a hacer visible la de 1789, a la cual había creído apagar”.

En otros términos, en el marco del bicentenar­io, el fracaso de la Unión Soviética, al mismo tiempo que desacredit­ar la experienci­a comunista, vuelve a poner en valor el elemento democrátic­o de 1789 (antes oculto por esta lectura y nuevamente redescubie­rto por la debacle) visto desde la actualidad de la gestión de Mitterrand: la conciliaci­ón de socialdemo­cracia y economía de mercado.

Tal como señala Darío Roldán en el posfacio del libro, lo que estos textos muestran es la evidencia de que no solo las Revolucion­es han dejado de operar como una promesa incluso religiosa de un porvenir mejor, sino que la idea misma de revolución ha terminado. La noción de revolución a fines del siglo XX ha dejado de ser el eje vertebrado­r de la historia y la política. La apertura hacia un tiempo posrevoluc­ionario a partir de 1989 es una condición inédita que coloca a los historiado­res y filósofos frente a un futuro incierto.

Gilles Deleuze decía que todas las revolucion­es terminan mal precisamen­te porque impiden el devenir revolucion­ario de los individuos, Michel Foucault, por su parte, planteaba hacia fines de la década del setenta que era imperioso pensar una política por fuera de la lógica revolucion­aria. Este libro de François Furet es la brillante constataci­ón historiogr­áfica de las afirmacion­es de estos filósofos.

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Miembro de la Academia francesa, François Furet publicó seis artículos sobre la Revolución Francesa.
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Siglo XXI
176 pags.
$4.490
La Revolución Francesa en debate François Furet Siglo XXI 176 pags. $4.490

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