Revista Ñ

Tras el rastro del cine germano

El Festival de Cine Alemán trae noticias de una industria lejana, que sin embargo es una de las más grandes de Europa.

- POR DIEGO MATÉ

Hace tiempo que el público argentino perdió el rastro del cine alemán. Fuera de algunos pocos autores como Tom Twyker, Christian Petzold o Faith Akin, además de los viejos lobos Herzog y Wenders, o de algunos films de corte internacio­nal que de tanto en tanto hacen su arribo en las carteleras locales, como La caída, La vida de los otros o, más cerca en el tiempo, Sin novedad en el frente, no tenemos idea de lo que pasa en la cinematogr­afía germana. Como todos los años, la edición 23 del Festival de Cine Alemán, que se realiza en Cinépolis Recoleta del 7 al 13 de septiembre, trae noticias de una industria prácticame­nte desconocid­a por estos lares que, sin embargo, es una de las más grandes de Europa y cuenta con una producción estable dedicada a los géneros populares, incluidas variedades de la comedia que, sugiere el prejuicio, debería ser algo extraño al cine alemán.

La película de apertura, justamente, tiene bastante de comedia. Se trata de Cielo rojo, el último film de Christian Petzold, que abandona el mito (Ondina) y las tragedias narradas contra el fondo de la historia alemana (Bárbara, Ave Fénix y Transit) para probar suerte con un registro nuevo. Leon es un joven escritor que viaja con Félix a una casita en la costa que les presta la madre de su amigo: los dos buscan aislarse para terminar un libro y un portfolio.

Otra comedia, esta sí abierta, desembozad­a, es Franky Five Star. La premisa de la película pone patas para arriba el tratamient­o casi automático que suele recibir el trastorno de personalid­ad en cine, al que se asocia casi siempre con el drama o, también, con el terror, como ya lo hiciera hace tiempo Identidad. El film de Birgit Möller sigue a Elena, conocida como Franky, en la que conviven nada menos que cinco personalid­ades.

Como si se tomara en solfa la severidad de Fragmentad­o, de Shyamalan, las personalid­ades, que coexisten en un hotel levantado por la mente de la protagonis­ta, toman alternativ­amente el mando del Franky dependiend­o del desafío que suponga una ocasión determinad­a. Cuando la protagonis­ta se enamora del novio de su mejor amiga, el hotel se alborota como nunca y la administra­dora, el botones, una mucama seductora y un chico se turnan para ayudar a Franky a sobreponer­se al terremoto emocional que la sacude.

Si en otras ediciones del Festival se sentía más el peso de la historia alemana (sobre todo del nazismo y sus secuelas en el presente), esta vez se nota un movimiento opuesto, centrífugo: hay películas que dejan Alemania para ir a buscar historias en otras latitudes. Es el caso de Vamos a la playa, que transcurre en Cuba, y de Lo que no vemos, que sucede en Turquía.

Lo que no vemos toma las formas del documental para narrar una historia dentro de otra: un equipo de documental­istas germanos viaja a una aldea en el noroeste del país para investigar el accionar de los servicios secretos turcos contra la población kurda. El rodaje se vuelve cada vez más difícil, y en un momento el film adopta el punto de vista de uno de los agentes que, quebrado y fuera de sí, se sabe vigilado, aunque ignora por parte de quién, si de los cineastas, sus propios compañeros o los familiares de alguna de sus víctimas. El film de la cineasta kurdoalema­na Ayije Polat cumple con la agilidad narrativa y la intriga que exige el thriller en tierras distantes, aunque la denuncia y el sistema represivo señalados exhiban un carácter más o menos universal.

También Una en un millón se desarrolla entre países: el documental de Joya Thome filma la vida cotidiana de Whitney, una joven gimnasta estadounid­ense devenida youtuber, y la de Yara, una admiradora alemana que sigue sus videos y tiene una cuenta tributo dedicada a Whitney. La directora cartografí­a el mundo de las dos chicas y encuentra un juego de diferencia­s que estructura­n el film: a la rutina ultraplani­ficada de Whitney, a quien su familia trata como una inversión, se le opone el día a día de Yara, una adolescent­e ocupada en cosas de su edad como los problemas de la timidez o el tener que elegir una carrera universita­ria.

El acierto de Thome es doble: por un lado, el documental descubre las minucias del duro mundo de la gimnasia artística, su competitiv­idad y sus secuelas en el cuerpo de chicas muy jóvenes; por otro, el film habla de la relación de los adolescent­es con plataforma­s como Youtube y redes sociales sin apresurars­e a emitir una sanción, sin encender alarmas, evitando a cada paso la tentación de la sociología sumaria que suele recaer sobre el tema. Solo eso ya hace de Una en un millón una película a contramano de su tiempo.

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Cielo rojo, el último film de Christian Petzold, abre el ciclo.
La película Cielo rojo, el último film de Christian Petzold, abre el ciclo.

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