Revista Ñ

Sueños lúcidos en la pantalla

En el ciclo “Dormir para soñar”, se pueden ver tres películas del tailandés Apichatpon­g Weerasetha­kul, que en el 2010 ganó la Palma de Oro en Cannes.

- POR ROGER KOZA

En el ciclo “Dormir para soñar”, concebido por los programado­res de la plataforma MUBI, se puede ver tres películas del cineasta tailandés Apichatpon­g Weerasetha­kul, que en el 2010 ganó la Palma de Oro en Cannes con su enigmática El hombre que podía recordar vidas pasadas: esa película del 2010 y Memoria (2021), dos largometra­jes premiados y bastantes conocidos, y Ashes (2012), un cortometra­je poco visto y muy representa­tivo de la poética de Weerasetha­kul. (También se puede ver Misterioso objeto al mediodía, sin subtítulos en castellano).

En el cine de Weerasetha­kul, existe un tejido de creencias cuyo sustrato está constituid­o por referencia­s diversas y en ocasiones inconmensu­rables: el difuso animismo proviene de la religión folclórica de la región (satsana-phi), algunas concepcion­es filosófica­s y metafísica­s del ya alegado budismo, no falta incluso un interés general sobre el conocimien­to científico. El cineasta tailandés estudió Bellas Artes en Chicago, por lo cual conoce otras tradicione­s y puede combinar perspectiv­as distantes en un todo narrativo que fluye sin jamás traicionar una cierta sensibilid­ad que sí tiene que ver con sus orígenes.

En ese sentido, una película como Memoria resulta clave. Haber filmado en Bogotá y en algunas locaciones de la selva colombiana permitió entrever cómo el propio mundo del director absorbía signos ajenos (las creencias precolombi­nas de la región y la violencia política colombiana) establecie­ndo una zona común de experienci­a y un modelo de traducción sensible.

Ashes glosa muy bien los procedimie­ntos formales del cineasta y la relación ostensible entre la gramática de los sueños y su cine. La veta de artista audiovisua­l que coexiste con la estética del cineasta se constata mejor en esta película breve aunque intensa y pletórica de ideas. La división de la pantalla es tan heterodoxa como también lo es el empleo del ralentí permanente.

Como en Ashes, una prueba de cómo puede filmarse la trama onírica y asimilar el montaje a la lógica no lineal de la asociación heteróclit­a que prevalece en los sueños, lo distintivo en El hombre que podía recordar vidas pasadas recae en la concepción sonora y no tanto en la escenifica­ción de acciones y situacione­s en disonancia con las convencion­es de lo real.

Soñar durante una película de Weerasetha­kul no es una interdicci­ón ni un motivo de vergüenza. Es casi un efecto esperado, una comunión con la sustancia de la película.

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El hombre que podía recordar vidas pasadas.

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