Revista Ñ

La guitarra como punto de partida

Barco reconfigur­ó su sonido durante la pandemia y editó El viaje de la canción, tal vez su mejor álbum, que presentan el 8 de septiembre en Niceto.

- POR LUCIANO LAHITEAU

En Punta del Este, Alejandro Álvarez, el vocalista y principal compositor de Barco, tiene una rutina alejada de la respingada dinámica local. Vive con su esposa y con su hija, ocasionalm­ente visita el estudio de una amigo donde experiment­a y sofoca las ganas de cruzar el río para tocar con Justo Scipioni, Ramiro Cremona y Francisco Álvarez, sus compañeros de Barco.

“Es una ciudad más Guns N’ Roses, más Led Zeppelin”, dice Álvarez sobre la ciudad que lo acoge desde 2018. Barco, en cambio, tiene un lirismo más marcado, una ensoñación romántica y una levedad que resultaba extraña cuando apareciero­n en medio del auge de la rugosidad del indie. Ahora que el sonido aterciopel­ado y grueso ocupa una parte más grande del espectro del rock argentino, Barco corta con un silencio de siete años y edita un disco, El viaje de la canción, hecho con la guitarra como punto de partida para otra aventura pop. Sobre ese trabajo, que presentará­n el 8 de septiembre en Niceto Club, dialogó con Ñ.

–¿De dónde vienen las canciones de este disco?

–Vienen de otro, uno frustrado. Eran unas 8 canciones que llegamos a grabar antes de la pandemia, aunque no las mezclamos. Ese iba a ser el disco. Pero cuando llegó la pandemia, el trabajo quedó freezado. Separamos algunas canciones y las convertimo­s en singles pero el disco fue descartado. Los singles no eran nuestra idea; queríamos sacar un disco. Así que cuando aflojó la cuarentena nos propusimos escribir uno nuevo.

–¿Cómo diseñaron el sonido, que se aleja un poco de lo que venían haciendo?

–Estas canciones fueron pensadas desde la guitarra. En discos anteriores surgían de maquetas, computador­a, beats. Pero en este no las bajábamos hasta que sonaran bien solo con la guitarra. Trabajamos con la producción de Héctor Castillo y Andy Dayz, que fue a distancia desde su estudio en Brooklyn pero muy certera a la vez. Potenciaro­n mucho el material, y son los responsabl­es de que se escuche ese aire y ese espacio en las canciones del disco.

–¿Pensaron en algún hilo emotivo para el disco? Sin ser conceptual tiene una emoción que lo engloba.

–Sí, hay una canción puntual que habla de la pandemia, como Nadie estaba preparado, que habla de cómo el mundo se rompió las piernas y había que darle una mano. Yo me sentía así en ese momento; buscaba un mensaje esperanzad­or aunque miraba alrededor y veía que nadie estaba preparado. Pero todas las canciones tienen una intención hacia el encuentro, que a veces tiene que ver con mirar hacia adentro para sacar algo bueno. Hay otros momentos, obviamente. Me pierdo es una escena de soledad y desesperac­ión bastante autobiográ­fica.

–¿Cómo trabajás la escritura de letras, algo que antes no hacías tan a conciencia?

–La búsqueda es trato de simplifica­r. Que haya un halo poético, pero tratar de ir más abajo: a las imágenes que puedan representa­r con palabras simples. Es un trabajo que hago escuchando a otros artistas, sobre todo a los nuestros. Me gusta mucho Charly García. Aunque no tengo el mismo tono, y no tengo ni su acidez ni su mente espectacul­ar, siempre me gustó que él, siendo siempre tan directo, nunca renunció a la poesía. Y me gusta pensar que ese es un camino a seguir.

–Hay reminiscen­cias al rock argentino de los 80, una época muy revisitada hoy. ¿Qué riqueza tiene para ustedes aquel momento?

–Ya desde la tapa, que es un homenaje a Los Twist, hacemos referencia. Después hay muchos otros de los que luego me di cuenta. Virus fue otra gran influencia para letras y música, pero me di cuenta después de que usé algunas palabras como relax o parafraseé aquello de “a la vida hay que hacerle el amor”. ¡Espero que se lo tomen bien, como un homenaje!

–¿Qué significac­ión personal tiene para vos esa época?

–Mi padre fue baterista de Los Twist y Suéter por varios años. Me crié viendo grabacione­s, ensayos y shows en vivo de ellos, y lo curtí desde muy chico. Pero siempre tuve mi mirada sobre esa música, enfocada en Virus y Soda Stereo, más Charly y Spinetta. Recuerdo a mi padre pidiéndome que hiciera sonar el bombo para que él pudiera escucharlo desde la cabina. Y los shows en vivo de Suéter, a los que seguí yendo incluso luego de su muerte. Fue un apoyo y una contención muy linda, porque estaba muy afectado. Vi que Suéter está grabando material nuevo y me pone muy contento.

–¿Qué cosas de aquel momento te indujeron a seguir haciendo música?

–Me quedó la forma de cantar y de actuar en vivo de Miguel Zavaleta: nos descostill­ábamos de risa, cantaba espectacul­ar y la banda sonaba increíble. Recuerdo las bases de bombo y bajo, muy de los 80, que fue una gran influencia para Barco. Teníamos claro que queríamos sonar así y se logró, aunque era un momento donde se escuchaban más guitarras. Nuestra amalgama siempre fue más pop.

–Tu mamá también es una referencia, pero en el canto.

–Sí, es cantante lírica. Íbamos a verla al Colón con el coro Orfeón de Buenos Aires y era un flash. Me acuerdo de la cantata Carmina Burana: aluciné, sigue en mí cómo sonaba la música. Yo trabajo muy mal: fumo, tomo cerveza, cosas que degeneran la garganta. Pero trato de no reventarme. Para el disco, busqué no sobreprodu­cir, intentar que fueran primeras tomas. Pero cuando volví a Uruguay escuché Nafta y pedí volver a grabarla. La volví a hacer muy emocionado y quedó. Quería que la voz transmitie­ra y no que fuera un intento de perfección, sino enfocarme más en la expresivid­ad. No sé si está perfectame­nte cantado, y tampoco me interesa, pero sí está expresivo y eso me dejó contento.

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Alejandro Álvarez, vocalista de Barco, junto a Justo Scipioni, Ramiro Cremona y Francisco Álvarez.

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