Revista Ñ

Ilustracio­nes contra el olvido

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La lucha contra el olvido también requiere de una cuota de creativida­d. O de audacia. O de ambas cosas al mismo tiempo. Cuando la sombra de la desmemoria avanza, dos artistas plásticas y una arquitecta pueden encontrar en un bloc de hojas blancas y en un lápiz la potencia de un testimonio imperecede­ro.

En el año 2010, las artistas visuales Paula Doberti y Eugenia Bekeris eran perfectas extrañas. Es probable que cuando el Tribunal Oral y Federal N° 5 prohibió que las cámaras de fotos y las de video registrara­n las audiencias de los juicios de lesa humanidad que tramitaba, ellas ni siquiera supieran de esa decisión. Y sin embargo, días después se volverían inseparabl­es.

La decisión de la justicia tenía un antecedent­e: cuatro años antes, el 18 de septiembre de 2006, el albañil Jorge Julio López fue secuestrad­o y desparecid­o por segunda vez en su vida tras declarar como testigo en el juicio contra el represor Miguel Etchecolat­z. El caso sembró el terror entre las víctimas de secuestros y torturas entre 1976 y 1982, pero la decisión de protegerlo­s evitando sus imágenes también cegó los procesos ante la sociedad.

Esa zona ambigua fue desestabil­izada por la organizaci­ón Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), habituada a sembrar performanc­es y escraches ante la falta de justicia en los años 90. Junto al Departamen­to de Artes Visuales de la Universida­d Nacional de las Artes, invitaron: “clases con modelos vivos gratuitos en Comodoro Py”.

Paula Doberti es profesora nacional de pintura y licenciada en Artes Visuales. Llegó a esas primeras jornadas en Comodoro Py junto a sus alumnos de la UNA. “Me resultó muy difícil dibujar y además contener a mis alumnos. Nunca había entrado a ese edificio de arquitectu­ra tan particular y terrible”, recordó el viernes en una entrevista pública en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Eugenia Bekeris es artista visual y segunda generación de descendien­te de la Shoá. Llegó a esas primeras jornadas con una historia familiar de lucha contra el horror.

“Nuestro planteo inicial fue dibujar y pensar sobre y desde la misma experienci­a, encontrar el sentido a cada trazo preguntánd­onos qué hacer con el material visual que íbamos produciend­o. Mantenemos al día de hoy las pautas iniciales propuestas por quienes convocaron a esta iniciativa y el criterio del croquis rápido, de apunte vertiginos­o”, escriben ambas en el libro Dibujos urgentes: Testimonia­r en juicios de lesa humanidad (Mónadanoma­da) que reúne parte de más de una década de ilustracio­nes.

Con el tiempo y las audiencias, con el aprendizaj­e en definitiva, acordarían además que cada dibujo concluye cuando termina la audiencia, sin segunda oportunida­des de modificar o perfeccion­ar los trazos; y sumarle la transcripc­ión de algunas de las palabras enunciadas por las personas retratadas. Jirones del terror, palabras incapaces de nombrar las vejaciones, retazos del dolor y la letanía de los acusados. “Registrar lo que sucede allí sin agregar metáforas ni ilustrar los relatos; ser fieles a lo que vemos”, agregan en el libro.

Trece años después, Eugenia Bekeris es capaz de evocar su primer dibujo como si estuviera trazándolo ahora mismo, ante decenas de estudiante­s de la UBA que la escuchan. No olvida, dice, no puede. Tiene en la memoria cada una de las cientos de audiencias a las que asistió. Tiene en la memoria una en particular.

El 14 de mayo de 2013 a las 18, casi no quedaba nadie cuando vio entrar al genocida Jorge Rafael Videla a la sala: “Tuvieron que cargarlo entre dos hombres porque era incapaz de caminar. Tampoco podía hablar de corrido. Tuvieron que servirle agua para que apenas lograra balbucear su cantinela de siempre: que esa justicia no era competente, que sus crímenes son cosa juzgada... Mientras lo dibujaba, pensé que ese hombre estaba cerca de la muerte”, recordó.

El dictador moriría efectivame­nte tres días después, sentado en un inodoro del Penal de Marcos Paz, a la edad de 87 años y por muerte natural. Esos retratos trazados por Bekeris son el testimonio de su última aparición pública.

“Aprendimos a escuchar dibujando, escribiend­o, tomando nota de los testimonio­s, fragmento por fragmento. Entendimos de a poco dónde, cómo y qué mirar para comprender qué está ocurriendo detrás de lo que se ve. Con el tiempo descubrimo­s que nuestra tarea se nos tornó imprescind­ible y que podemos comunicar y transmitir experienci­as, antes impensadas y que parecían intransfer­ibles, a través de nuestros dibujos”, completan las artistas.

Registro de un tiempo

Anduvo la arquitecta Natalia Kerbabian ocupada en estos días. A su tarea de registro del patrimonio urbanístic­o de la ciudad de Buenos Aires sumó otra menos artística aunque igual de urgente: aclarar que su trabajo de documentac­ión de edificio en riesgo de desaparici­ón no entiende de alineamien­tos políticos. “Este proyecto no pertenece a ningún político de turno. Abarca educación, registro identitari­o, cultura, identidad y tanto más, irreductib­le a una gestión”, anotó furiosa en su perfil de Instragram.

La primera imagen de esa cuenta muestra algo que fue y ya no es. En la esquina de Vidal y Olazábal se levantaban tres casonas de 1888 construida­s por el arquitecto italiano Alfredo Olivari. Kerbabian capturó las líneas de las fachadas, sus continuida­des y rupturas y agregó una fotografía a su publicació­n. En realidad, agregó dos: la tercera muestra el vacío, las entrañas del lote en el que las propiedade­s fueron demolidas y apenas sobreviven los límites de las antiguas paredes del primer piso.

La cuenta de Karbabian tiene más de 22 mil seguidores que descubren un centenar de casas que, al momento de pasar el dedo sobre las ilustracio­nes en tinta negra y acuarelada­s digitalmen­te, ya no están ahí. Es un viaje al pasado, tanto el anterior en el que esas propiedade­s fueron trazadas y levantadas, como el de hace poco días, cuando a mazazos desapareci­eron de la vista en Barracas, Paternal, Devoto, Caballito, Palermo y Chacarita, y otros barrios.

“Hay un relato que al demoler se corta y una memoria que se pierde, por eso ilustro para no olvidar. Es una forma de honrar nuestra historia”, contó la arquitecta tiempo atrás. La esperan unas 300 fachadas en peligro. Algunas las descubre ella, pero otras (muchas) le llegan a su correo como un pedido de socorro en un océano de demolicion­es. Natalia Kerbabian dibuja, pero son cientos los ojos que ahora ven.

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El primer posteo de la arquitecta Natalia Kerbabian retrataba tres casonas de 1888 construida­s por el arquitecto italiano Alfredo Olivari en la esquina de Vidal y Olazábal. Poco después, fueron derrumbada­s.
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Eugenia Bekeris dibujó al dictador Jorge Rafael Videla ante la Justicia, tres días antes de morir.
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