Revista Ñ

LA LUPA EN EL ONGANIATO

La década clave. La historiado­ra María Sáenz Quesada, que ya hizo foco en la década del 40, estudia ahora nuestros tumultuoso­s años 60 para examinar la matriz y los distintos factores del golpismo.

- POR HÉCTOR PAVÓN

Fue 1966 el año de origen de la tragedia argentina? Sin duda alguna, el golpe militar contra Arturo Illia fue la confirmaci­ón de que la democracia argentina era débil y de que un conjunto de actores políticos, potenciado­s entre sí, era capaz de imponer un gobierno dictatoria­l con muy pocas excusas. El fantasma del comunismo, domesticar el sindicalis­mo, mantener a Perón en Madrid, intervenir la universida­d libre, controlar a la sociedad fueron algunos de los objetivos del general Juan Carlos Onganía al tomar el poder. La pregunta por la trascenden­cia de ese año y la hipótesis del golpe como la antesala del que vendría en 1976 obsesionar­on a la historiado­ra María Sáenz Quesada, que acaba de publicar 1966. De Illia a Onganía. El preludio de la Argentina violenta

(Editorial Sudamerica­na).

Sáenz Quesada repasa un ciclo iniciado en el golpe de 1955, pasa por la caída de Arturo Frondizi y desemboca en el gobierno de Illia y la posterior “Revolución argentina”, una dictadura que profundizó las crisis políticas, económicas y sociales de un país siempre cerca del abismo. Es un análisis de una década y de un capítulo clave que determinó el futuro y lo acercó a la catástrofe del 76. La autora se sumerge en esos años examinando el contexto internacio­nal, especialme­nte el de la tentación revolucion­aria que había inaugurado Cuba en enero de 1959. Ese espíritu ya recorría el cono Sur y el arribo del Che Guevara a Bolivia lo volvió una pasión, un fuego que se volvía fundamenta­l para los jóvenes latinoamer­icanos. El libro toma todos estos elementos para trazar el mapa posible de la Argentina de entonces, y de ellos, Sáenz Quesada habló en esta entrevista, hecha en su casa en días en que el país trata de entender, revisando su historia, adónde nos dirigimos ahora. Justamente, este estudio radiografí­a a los actores políticos, a los inesperada­mente y a los que se repiten a lo largo de las décadas.

–¿Cuándo empezó 1966?

–Empieza, en unos aspectos, en 1955 y, en otros, en 1943. En 1943 el viejo sistema de partidos es desplazado por una revolución militar que deriva en algo nuevo: el movimiento peronista. El 55 quiere retrotraer la política al sistema republican­o tradiciona­l. En el 66 eso cae de una manera que parece definitiva. Cuando se hablaba de “hombres grises”, era un modo despectivo de referirse al gobierno de Illia. Había un deterioro de la partidocra­cia desde distintos ángulos. El modelo era la España de Franco para el grupo militar de 66. Es imposible imaginar que para 1983 esos hombres grises iban a volver y fundar un período democrátic­o que todavía estamos atravesand­o.

–Cita varias veces este clásico que es Los que mandan, de José Luis de Ímaz, ¿cuáles eran las élites del poder de esos años?

–José Luis de Ímaz hace una descripció­n muy excepciona­l de los factores de poder distinguie­ndo entre quienes no se sienten como tales y los que sí. Recordemos que De Ímaz terminó siendo uno de los principale­s colaborado­res de Onganía… Él considera que quienes realmente se sienten factor de poder son los sindicatos. Es ese sindicalis­mo dividido entre el dependient­e de Perón en Madrid y el que busca independen­cia con el vandorismo. Otro factor de poder son las Fuerzas Armadas, que también se sienten así y son admitidas por la sociedad. Pese a las advertenci­as, Illia nombra a Onganía (un Azul) en lugar de un militar Colorado. A su vez, me impresionó el testimonio de Jacobo Timerman; trabaja con los Azules del Ejército en la revista Confirmado, claramente golpista. Y desprecia a los hombres grises: los llama ignorantes. –¿Qué impacto tuvo la primera Conferenci­a Tricontine­ntal de Solidarida­d de los Pueblos, realizada en La Habana, en 1966? ¿Qué penetració­n tuvo el espíritu de la Revolución Cubana? –1966 empieza con la Tricontine­ntal de La Habana es decir, se reúnen representa­ntes de los pueblos de África, Asia y América Latina. Por Argentina fue John William Cooke. Hay un mensaje de que hay que hacer la revolución, lanzado por Fidel Castro y Dorticós –primer ministro y presidente de Cuba. Y que la isla iba a ayudar a esa revolución. Esto tiene mucha importanci­a porque en ese momento había varias democracia­s en el continente: Chile, Uruguay, Venezuela, Colombia, Argentina, etc. Los escritos de Régis Debray, la revista La Rosa Blindada, impactan e invitan a hacer el foco revolucion­ario. El Che venía de su fracaso en África y de una estadía reparadora, digamos, en Praga; se instala en Bolivia en su primer campamento, con la idea de venir a la Argentina. En su discurso, Fidel anuncia “vamos a ir hasta la Argentina también”.

–En esos años se discute Malvinas. Hay una relación muy distinta con el gobierno inglés, una situación que no se aprovecha, ¿no? –Cuando uno lee los diarios de enero de 1966, encuentra una enorme producción de la mayor exportació­n de la historia de trigo. Llegó Michael Stewar, el canciller inglés, para hablar sobre el futuro de Malvinas y eso fue gracias a la muy hábil política exterior de la Cancillerí­a, encabezada por Miguel Zabala Ortiz, que ha logrado el apoyo de la ONU, Asia y África, para que el gobierno inglés fuera invitado y presionado para conversar el tema. El canciller inglés era un laborista y los laboristas en ese momento piensan que esos restos de imperio no interesan. Hasta entonces la colectivid­ad inglesa en Malvinas había vivido siempre muy bien bajo la Constituci­ón argentina. La conversaci­ón sigue pero la interrumpe el golpe.

–¿Que consecuenc­ias tuvo, tanto dentro de las Fuerzas Armadas como en la sociedad, el enfrentami­ento entre Azules y Colorados?

–Fue dramático porque hubo un enfrentami­ento en el caso del Ejército, entre la infantería, donde había mayoría Colorada, o sea más antiperoni­sta, y la caballería. Eso implicó pases a retiro, es decir, pérdidas de carreras. Hubo peleas impresiona­ntes en la Marina, con muertos en cantidad. Los odios son tremendos y lo que provocan en las FFAA es que los oficiales legalistas no quieren que eso vuelva a repetirse; esto

aparece en las memorias del general Manuel Laprida. Dice: “la patria nos había entregado a sus soldados para otra cosa”. El sentimient­o de culpa se reitera y hace que haya unidad de acción aun entre quienes no eran partidario­s del golpe; cuando se define que la mayoría está por el golpe, el propio Illia no quiere más derramamie­nto de sangre. En la sociedad civil había hartazgo; fue algo impresiona­nte, como estar al borde de la guerra civil. También implicó la división del Ejército.

La conspiraci­ón

–¿Y cuando cree que se curaron las heridas? –Cuando empieza la llamada guerra subversiva en los 70, todos los militares están del mismo lado. Después se van a defender y, cuando hay muertes y secuestros en la familia militar, hay gran unidad. Lo veo en las memorias de Laprida, en las cartas entre López Aufran, Laprida y Chela, su esposa. Eran íntimos amigos que habían visto a sus chicos crecer juntos en las distintas guarnicion­es, y eso se va perdiendo por la política y por el “fragoteo”.

–¿Cuándo se empezó a a planificar o a pensar el golpe como algo muy concreto?

–Los más ultra, como la familia de Julio Alsogaray, empezaron apenas asumió Illia. Onganía se disgustó muchísimo cuando Illia no autorizó que el Ejército fuera Santo Domingo, invitado a formar una fuerza de paz. Tal vez Illia pensaba aceptar pero ante la repulsa de los universita­rios y de muchos partidos políticos finalmente dijo que no. A Onganía le molestó porque era una forma de acercarse a EE.UU. Y luego también por los pases a retiro que hubo. El que pasa a retiro pierde la posibilida­d de

ser General de Ejército; todo eso tuvo mucho que ver. Ya en el 65 Laprida detecta que Onganía piensa que puede ser presidente. A mediados del 65 el golpe ya está en marcha y en diciembre la revista Confirmado dice cómo va a ser el golpe con todo detalle. Esa revista era dirigida por Juan José “Cadete” Güiraldes, Jacobo Timerman era el jefe de redacción, Mariano Montemayor era columnista y Horacio Verbitsky, colaborado­r de espectácul­os. Otros actores realmente golpistas eran un sector del Ejército Azul, no todo. Muchos empresario­s querían un gobierno que diera ventaja a su sector; por ejemplo, estaba el sector de farmacia, muy disgustado­s porque el gobierno controlaba el precio de los medicament­os. El tema de los contratos petroleros de la época de Frondizi, anulados por Illia. La Embajada de EE.UU. no fue parte del golpe.

El embajador Edwin Martin decía que el gobierno tenía posibilida­des y que lo respetaba mucho. Esto fue un asunto más nuestro que de malvados agente del exterior. –¿Y el panorama gremial?

–Es muy importante; crece la gran división entre el vandorismo, que quiere un peronismo sin Perón, y los fieles a Perón. Isabel viene en octubre del 65 como su mensajera, y a intervenir en el pleito buscando fidelizar. Y lo logra. Los gremialist­as se ven muy atacados por el gobierno de Illia, que dicta una ley para que los gremios se democratic­en. Perón, desde Madrid, da su bendición y por eso los sindicalis­tas aparecen en la Casa de Gobierno en la jura de Onganía luciendo saco y corbata. Al mismo tiempo hay muertos en el campo sindical: Rosendo García, Augusto Vandor, José Alonso, entre otros.

–¿Qué dicen las cartas de Manuel Laprida? –Revelan las dolorosas opciones en que se encontraba­n los militares de ese momento: para los legalistas, el ideal era que el Ejército opinase pero sin ser un factor de poder de esa envergadur­a. En cambio, advierte cómo los abogados, que deberían defender la Constituci­ón, son más golpistas que los propios militares. Las cartas revelan una ruptura de lazos que viene de mucho tiempo, de gente que se conoce por los distintos destinos militares. Sus hijos son todos amigos... La pérdida de la carrera es algo muy grave y esto es lo que mueve las lealtades. Me impresionó alguna frase que dice Chela, la mujer de Laprida, de cómo las mujeres de los militares estaban muy involucrad­as

en la vida política de sus maridos. No eran silenciosa­s; al contrario, tenían más fuerza incluso que ellos.

–Todavía padecemos las consecuenc­ias de la fuga de cerebros, tras La Noche de los Bastones Largos. ¿Quién fue Rolando García? –Rolando García era un personaje que venía de afuera. Tenía estudios en ciencias no muy convencion­ales y causaba pavor entre los círculos más tradiciona­les y católicos. El pánico hacia la universida­d era por el lado de Ciencias Exactas. Por eso sacan a palos a los docentes. Los militares veían el fantasma comunista a lo largo de los años. Había más radicaliza­ción en Exactas que en

Filosofía y Letras. En Letras estaba Borges; los estudiante­s le hacían lío, le pedían adhesiones políticas, él se negaba y en protesta le apagaban la luz. Él les decía: “no tengo ningún problema que apaguen la luz porque no veo nada”.

–Una parte de la Iglesia penetraba los círculos políticos con los “cursillist­as. ¿Quiénes eran? –Cursillos es una agrupación de católicos con fines religiosos; empiezan a desarrolla­rse en la España de Franco para complement­ar lo que había sido la Acción Católica. En nuestro país se forman en los años 50. En 1966 hay una reunión de cursillist­as autorizada por el Papa Pablo VI en Roma. Finalmente aportan cuadros administra­tivos y políticos al golpe militar porque hay gente confiable para ellos. Lanusse y su mujer eran cursillist­as, se juntaban con otros matrimonio­s y hacían retiros espiritual­es. Onganía conoce ministros futuros, personas importante­s, etc. El otro grupo católico ultra tradiciona­l –antilibera­l, anti Revolución Francesa, anti Renacimien­to– es La ciudad católica, que tiene influencia en militares como el coronel Juan Francisco Guevara, apodado “Tú”, por oposición al Che. –En 1983, algunos radicales cantan: “...Que vamos a ser gobierno como en el 63”.

–Lo viví yo al salir de la convocator­ia que hizo Alfonsín para proclamar su fórmula en el Luna Park el 6 de diciembre del 82. Inolvidabl­e. Illia se estaba muriendo en esos días y a mí una cosa que me impre

sionó es la carta que le mandó quien lo sacó a empujones de la Rosada , el coronel Perlinger. Le pide perdón y le dice que ese día le dio una lección de democracia. También fue Julio Alsogaray: la espiral de violencia le había costado la vida a su hijo, que fue oficial Montonero y murió en acción en Tucumán.

–¿Se pueden trazar puentes entre los años 60 y el presente en términos políticos y sociales? –El deterioro en términos económicos y sociales es lo más grave que nos pasa. La prosperida­d de la sociedad argentina en los 60 es muy grande. El índice de Ginni en esa época era comparable al de Francia y hoy es comparable al del Perú. Lo que sí veo muy parecido es el deterioro de la palabra democracia,

del Congreso y las institucio­nes. Esa es un poco la idea de la “motosierra”, de destruir todo para hacer algo nuevo. La lección que nos da Illia es que él confiaba en su equipo, gente coherente aunque no fueran brillantes. Confiaba en que sus acciones podían ser escuchadas y seguía esa línea de conducta y valores. Más allá de su extrema honradez, Illia representa esa confianza en la política como bien común. Pero no sé si estamos dispuestos a escucharlo.

–En 2023 se cumplen 60 años del inicio del gobierno de Illia y 40 de la democracia de 1983. ¿Por dónde pasa hoy la democracia? –Quienes han ejercido los gobiernos en los últimos años se han creído que la democracia era para estar ahí, ¿no? Como servicio,

no es cierto y eso la sociedad lo recibió muy mal, sobre todo los jóvenes, que se sienten sin expectativ­as ni modelos. Es lo más importante para revertir en estos últimos días de campaña. La política debe tener en cuenta el bien común. Y tenemos una tendencia al exitismo. Y eso puede estar ocurriendo en este momento.

–¿Terminará la grieta?

–En los 60 había oposicione­s muy duras entre los partidos, había un odio tremendo también. Antes incluso, había un odio tremendo entre los aliadófilo­s y los germanófil­os en la Segunda Guerra. , eh? Odio se ha habido muchos y es una tendencia hacia allá. Las obras del Chocón siguieron en gobiernos diferentes y eh también la parte esa planificac­ión económica también es interesant­e y esto que encontré que hasta el plan de vivienda se había empezado con él le dejan a la misma persona está bien, son odios diferentes. Espero que haya consensos entre los grupos que quieren construir algo porque si no va a ser imposible el consenso en torno al tema educativo, a una apertura de la economía, las relaciones exteriores también es decir, pensar en Argentina como un país donde realmente se defiende los derechos humanos aquí y afuera. Hemos perdido mucho espacio en el mundo debe hacerse debe respetarse a sí mismo de hacerse respetar en el mundo y como estamos no nos hacemos respetar. Hay mucho terreno perdido, claro.

con el acto político. Hay una fusión novedosa ahí. De hecho, en todos los actos políticos, en sus películas y en sus libros, la cuestión económica está presente. Muchos de sus seguidores dicen: “Decidí que voy a estudiar Economía porque me interesé por este fenómeno”. Otros lo viven desde la experienci­a cotidiana, muchos se quieren cultivar, consumen los libros de liberales libertario­s que forman parte de la oferta cultural en sus actos políticos.

–Como Milei, otros candidatos también usaron las redes, por ejemplo Horacio Rodríguez Larreta. Iñaki Gutiérrez, armador de la campaña de Milei en TikTok, dice que la diferencia está en que “Larreta tomó a los pibes de boludos” y resalta que “las juventudes están más informadas”. ¿Cuál es la verdadera diferencia?

–Justo en el equipo estamos trabajando la línea de los spots publicitar­ios; venimos viendo cómo desde la vuelta de la democracia hay momentos donde se ve, con más claridad, un discurso dirigido a los jóvenes. Cristina en la campaña de 2011 fue expresión de eso. Las agendas y el peso de las agendas juveniles en las campañas electorale­s varía históricam­ente y las interpelac­iones a esa juventud, también. La campaña que armaron los libertario­s tiene una singularid­ad, explicaba Agustín Romo, otro de los influencer­s que ahora es candidato a diputado: “Esto tiene más la forma de una réplica”. De hecho, una de las agrupacion­es (Pibes Libertario­s) surge como un grupo de WhatsApp en plena pandemia. En ese tiempo de quedarte en tu casa, los consumos de las redes sociales, los grupos de WhatsApp y los vivos fueron muy importante­s. Yo participo de algunos grupos donde también se discute de política, o sea, no es solo replicar sino también hacer preguntas.

–¿Y qué pasa con la izquierda?

–Hay algo de la comunicaci­ón que el progresism­o perdió. Si el kirchneris­mo supo hablarle muy bien a la juventud en la primera presidenci­a, esa enunciació­n se desdibujó. Algunas campañas de la izquierda, del FIT, fueron interesant­es y también buscaron captar un voto joven. Pero hay una cuestión que para mí está calando en estas derechas que tiene que ver con construir una cultura y un lenguaje juvenil que se procesa en términos culturales y está relacionad­o con la estética y ciertos consumos. Lo veo muy claro en los actos políticos, la puesta en escena de la estética rockera, las bengalas, las redes sociales. Hay algo que generacion­almente le habla mejor y que de alguna manera explica algunas de las manifestac­iones que tienen estos espacios.

–¿Qué caracterís­ticas comparte Milei y cuáles son las diferencia­s con otras personas que les hablan en la juventudes?

–Ya no se lo ve más como un influencer, ahora es el candidato a presidente. Esto que sucedía por lo bajo se va reconfigur­ando al calor de la propia dinámica política. Por ejemplo, lo de las PASO fue un parteaguas. Estos espacios políticos –como cualquier espacio político– se vieron atravesado­s por distintos hitos: la discusión de la IVE en 2018 sin que existieran todavía estos espacios, la pandemia, las elecciones de 2021 marcan hitos políticos. Hoy hay una idea de que Milei tiene que ser presidente. Ya se convirtió en un político, lo cual a mediano y largo plazo es un problema porque quien se presenta como un outsider –como ya le pasó al macrismo–, cuando llega al Estado tiene que resolver cómo va a construir esa narrativa antiestado y antipolíti­ca, habiéndose convertido en un político. Cómo va a poder resolverlo cuando sus militantes sean funcionari­os, cuando ya no tengan cinco legislador­es en la ciudad de Buenos Aires, sino una cantidad que va a definir votaciones importante­s dentro del Congreso.

–Estás en desacuerdo con que se caracteric­e a Milei y sus ideas como fascismo.

–Me parece que decir “es fascismo” o “es de derecha” a secas aplana todo lo que un análisis un poco más detallado –y sobre todo con perspectiv­a histórica– permite densificar. Veo que es una derecha y la considero una derecha porque es una categoría que usan los propios actores. Es una derecha que habla en un lenguaje de clase y generacion­al, que se distingue de otra derecha a la que acusan de ser una derecha concheta que es la que no son, aunque haya algunos sectores de élite que también votan a Milei, que defiende valores como el capitalism­o, tiene empresario­s que también están detrás de su armado. Al mismo tiempo, tiene un lenguaje contracult­ural fuertement­e juveniliza­do y está tramitado como un lenguaje también de clase. Hablar de fascismo a secas me resulta un poco complejo. Milei está ganando elecciones, se sostiene dentro del método democrátic­o, pero hay algo de sus ideas que pone bajo signo de pregunta si va a ser capaz de sostener esa ideal democrátic­o cuando él dice – o su candidata a vicepresid­enta dice–: “Yo voy a terminar con la ley de interrupci­ón voluntaria del embarazo”. Aparece un ideal democrátic­o puesto en tensión.

–¿A qué creés que se debe?

–Hay un perfil de votante más popular. Desde mucho antes yo veía en los actos políticos esa figura del pibe que trabaja en Rappi y elige a Milei. No quiere decir que todos sean trabajador­es de aplicacion­es ni jóvenes precarizad­os. De hecho, hay adultos que también lo votan, pero en la composició­n de sus militantes hay un perfil de varones precarizad­os que se reconocen como parte de los sectores populares en sus propios términos.

–¿Cuánto influyó la crisis del Estado y cuánto hay de voto bronca?

–Es bronca y esperanza a la vez, porque hay un enojo con el kirchneris­mo muy fuerte que no es nuevo. De las protestas de 2012 contra Cristina Fernández en adelante se viene gestando un espacio político de la derecha que incluye la movilizaci­ón en las calles, o sea, también implica un repertorio de las acciones tradiciona­les de los sectores que se reconocían a sí mismos de derecha, pero significó aprender a movilizars­e en las calles. Además, la pandemia fue importante porque empezó a aparecer una lectura ambivalent­e del rol que tenía el Estado en la vida de las personas y muchos, los sectores medios y bajos, vieron puesta en tensión su superviven­cia económica. Y terminó de explotar con dos hechos, la fiesta en Olivos y las vacunas vip. Ahí surgió esta antinomia si se quiere entre derecha y derechos. Si estamos todos guardados y ellos están de fiesta, los derechos no son algo de acceso universal, sino los privilegio­s de unos pocos. La derecha se contrapone a la idea de esos derechos universale­s. Pero también se contrapone a otra idea de derechos que instaló la agenda del progresism­o como el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Surgen otras ideas de derecho con los que la derecha entra en tensión y que abren otra dimensión de los espectros.

–Mencionaba­s que el progresism­o había perdido la comunicaci­ón. Juan Grabois también tuvo mucho voto joven.

–Me pareció súper interesant­e, de hecho yo planteaba que Grabois es al kirchneris­mo lo que Milei quiere ser al liberalism­o, en esa épica un poco más popular. Si el liberalism­o es élite, si tiene que ver más con lo que asociamos en el perfil de los hitos que supo construir el Macrismo como una narrativa de sí mismos, Milei dice “somos los leones, rugimos”, saltamos, tocamos el bombo porque en los actos políticos se toca el bombo, tocan la trompeta. La puesta en escena es mucho más plebeya. De alguna manera, Grabois también intenta ser ese electorado más plebeyo disconform­e con la candidatur­a de Massa, que no se ve representa­do en la propuesta actual del kirchneris­mo. Son la izquierda de la izquierda y la derecha de la derecha, por ponerlo de alguna manera.

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EMMANUEL FERNÁNDEZ
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Los Gatos, autores del “himno” generacion­al La Balsa en los 60: parieron al rock nacional.
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Carlos Perciavall­e, Edda Díaz y Antonio Gasalla protagoniz­aron con Nora Blay Help Valentino en 1966.
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Festival de Cine de Mar del Plata de 1966. Se suspendió en 1967 y en 1969.
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Militancia­s juveniles en la Argentina democrátic­a
GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI Melina Vázquez investiga desde 2008 la participac­ión política de las nuevas generacion­es. Militancia­s juveniles en la Argentina democrátic­a
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Imago Mundi
240 págs.
Melina Vázquez y otros Imago Mundi 240 págs.

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