Revista Ñ

SOCIOLOGÍA RUDA DEL RUGBY

Deporte. Comienza el Mundial en Francia y especialis­tas locales y una jugadora examinan el entramado de masculinid­ad, prejuicios y violencia de esta disciplina, tan arraigada en el país.

- POR ALEJANDRO CÁNEPA Los otros prejuicios

Una pelota ovalada que vuela por el aire del Estadio Stade de France, en Saint Denis, es la señal de apertura de uno de los eventos deportivos más vistos del planeta: el Mundial de Rugby, este año en Francia. En una noche parisina, la selección local y su rival de la jornada inaugural, los All Blacks neozelande­ses, corren el telón de un acontecimi­ento que permite hacer zoom sobre un deporte que también es objeto de estudio y debate.

Imposible separar el rugby del fútbol; no solo por el origen británico de ambos, al menos en su versión moderna, sino también porque durante varios años de la segunda mitad del siglo XIX, las reglas y las diferencia­s entre los dos deportes eran borrosas y cruzadas. Con el correr del siglo XX, cada deporte consolidó sus reglamento­s, institucio­nes y diferencia­s y, sobre todo desde la cúspide del rugby, hubo una dedicación sistemátic­a a evitar semejanzas con su primo hermano, que se iba asentando como un formidable espectácul­o masivo, y, por lo tanto, un negocio gigantesco.

Desde 1995, la Internatio­nal Rugby Board aceptó el profesiona­lismo y en menos de 30 años ese deporte también se volvió una máquina de generar ingresos, sin tener aún la escala del fútbol. El Mundial pasado, realizado en Japón, tuvo 851 millones de televident­es en todo el mundo.

Más allá de su dimensión comercial, el rugby es también objeto de estudio, y en determinad­as coyunturas, motivo de debate. De hecho, existe el Grupo de Estudios e Investigac­iones en Rugby (GEIR), en la Universida­d Nacional de La Plata (UNLP) y articulado con el Conicet. También es de la UNLP el doctor en Comunicaci­ón Juan Branz, autor de Machos de verdad, Masculinid­ad, deporte y clase en Argentina, donde desmenuza los aspectos machistas del rugby. Sebastián Fuentes, por su parte, (también investigad­or del Conicet, como Branz), publicó Cuerpos de elite. Educación, masculinid­ad y moral en el rugby argentino.

Como la casi totalidad de los clubes más importante­s de la Argentina son de clases media alta o altas, lo que es un hecho comprobabl­e, el deporte está asociado a esos sectores, y de ahí derivan dos vertientes: una, endogámica, que lo considera un refugio de “valores”, alejado del hipermillo­nario y masivo fútbol, y otra que solo ve en él los vicios que le atribuye a las clases acomodadas, como el racismo y la soberbia , junto al aditivo de cierto culto a la violencia, ya por fuera de un partido.

“Cualquier deporte potencia el trabajo en equipo, el esfuerzo y el compromiso. El rugby quizá tenga un componente adicional en cuanto a la amistad, que tal vez en otros deportes no se de tanto. Pero los valores que se defienden te los da la vida, no un deporte en sí”, afirma a Ñ Facundo Sassone, sociólogo, consultor en Comunicaci­ón y ex jugador de rugby y actual dirigente del Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó (GEI).

Él, que se graduó en la Universida­d Nacional de San Martín con una tesis sobre rugby y desigualda­d, en la que analiza las diferencia­s sociales y económicas entre los clubes más acomodados y los más humildes, reconoce que en determinad­os ámbitos ese deporte “es, hoy por hoy, mala palabra”.

La muerte del verano

El asesinato de Fernando Báez Sosa, en enero de 2020, a manos de un grupo de jóvenes entre los que había jugadores de rugby en actividad, otros que ya no lo eran y uno que nunca había hecho ese deporte, potenció como nunca las denuncias sobre agresiones cometidas en boliches pero también otras prácticas violentas que estaban ocultas, como los “bautismos” crueles hacia quienes debutaban en un equipo. Los añejos tuits racistas de algunos jugadores de Los Pumas y la indiferenc­ia de estos ante la muerte de Diego Maradona (en contraste con el gesto-homenaje que hicieron los All Blacks antes de un partido con el selecciona­do nacional), cuarteó todavía más el vínculo con una parte de la sociedad y remarcó los prejuicios de otra.

A partir de ese crimen, la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA), creó la Comisión de Formación Integral y Mejora del Comportami­ento (FIMCO), para erradicar las conductas más repudiable­s dentro de su ámbito. Sassone fue parte de FIMCO hasta 2022. “El tema fue perdiendo fuerza en los clubes. Además, faltó autocrític­a y al mismo tiempo los medios hicieron un ‘festival’ en contra del deporte”. De todos modos, él, que forma parte de un club con 300 jugadores fichados en todas sus categorías, cree que algo “a nivel dirigencia­l, se movió, a nivel de los jugadores de entre 20 y 25 años también se movieron cosas y los ‘bautismos’ no son los que eran antes”.

Jorge Búsico es, con seguridad, una de las voces más experiment­adas del periodismo para hablar de rugby. “En algunas cuestiones han tenido resultados. Quienes hicieron tuits racistas tuvieron que hacer algún tipo de reparación, como asistir a charlas. En ese aspecto hubo un progreso. El tema del machismo y la violencia yo creo que sigue presente, y si bien la FIMCO sigue, no está con el psicólogo Miguel García Lombardi, que era uno de los ejes centrales. En este caso la URBA sigue haciendo lo que le parece. Y sigue habiendo una cuestión clasista en esto de decir: ‘Que nadie nos venga a decir lo que tenemos que hacer’”, afirma a Ñ.

En el rugby porteño aparece con claridad una división entre los clubes más fuertes, anclados sobre todo en zona norte del Gran Buenos Aires y Capital (Hindú, CASI, SIC, CUBA, Newman, Belgrano) y los de las categorías inferiores. Porque es tan cierto que el grueso de Los Pumas proviene de sectores medios y altos, tanto de Buenos Aires como de Rosario, Córdoba o Tucumán, como que en las últimas categorías del rugby porteño existen clubes como Beromama, de González Catán, Almafuerte, de Ciudad Evita, Defensores de Glew, Varela Junior, San Miguel Rugby Club, Virreyes y Los Pinos, de Pilar, solo por nombrar algunos, en donde la mayoría de sus integrante­s son de los sectores populares.

Esas institucio­nes no son excepcione­s, solo que no juegan en la élite. Situacione­s parecidas suceden en el resto del país, porque se practica rugby desde Tierra del Fuego hasta Misiones. El libro Leyendas del rugby, de Daniel Dionisi, recoge historias en esa línea.

“Se generaliza lo de que el rugby es de ‘chetos’, y de violentos. Y quizá el tema más jorobado es considerar a Los Pumas como eternos perdedores, que pierden pero con ‘derrotas dignas’. Eso es una descalific­ación totalmente injustific­ada”, destaca Búsico.

Como derivación de los prejuicios, se asocia al rugby como relacionad­o en sí con la derecha, por el decisivo peso que tienen los sectores acomodados. Sin embargo, esa asociación no es ni lineal ni exacta. Aparte del conocido caso del “Che” Guevara, que jugó al rugby en el SIC y en el menos recordado Atalaya Polo Club, de Boulogne, hay una larga lista de detenidos-desapareci­dos que practicaro­n ese deporte, tal como investigar­on Gustavo Veiga en Deporte, desapareci­dos y dictadura, Claudio Gómez, en Maten al rugbier y Carola Ochoa, en Los desapareci­dos en el rugby.

Por supuesto, no fueron víctimas del terrorismo de Estado (antes y después de 1976) por su condición de rugbiers sino por sus militancia­s, ya fuesen en organizaci­ones armadas de izquierda o en el gremialism­o.

Por otra parte, si bien es abrumadora la diferencia entre la cantidad de hombres que juegan al rugby respecto de la de las mujeres, en los últimos años creció muchísimo la práctica entre ellas. “Cuando yo empecé, que tenía 19 años, había solo tres equipos, y ahora, que tengo 36, hay más de 30”, cuenta Xoana Sosa, jugadora de Sociedad Italiana de Tiro al Segno (SITAS), y exintegran­te del selecciona­do argentino.

En la Argentina, los clubes que aceptan que las mujeres practiquen ese deporte no son los tradiciona­les. Salvo La Plata, ninguna de las entidades históricas y poderosas tiene rugby femenino. Así, el perfil de las jugadoras es bastante diferente al de sus colegas hombres de los clubes top. “En SITAS somos 18 jugadoras, y hay trabajador­as domésticas, profes de Educación Física, una policía de la ciudad de Buenos Aires, otras cuidan chicos”, detalla Sosa, que es trabajador­a estatal.

Ese club de El Palomar juega en la Primera División femenina, donde dominan La Plata y Centro Naval pero también participan Lomas Social, Municipali­dad de Avellaneda y el ya citado Beromama.

La temática gay también está presente. Ciervos Pampas es un equipo promotor de la diversidad sexual, que participa de uno de los torneos organizado­s por la URBA, algo inverosími­l en el caso del fútbol. Y el árbitro internacio­nal galés Nigel Owens, retirado hace poco tiempo y considerad­o uno de los mejores del mundo, había declarado mientras estaba en plena actividad que es abiertamen­te gay. En el planeta rugby conviven esos rasgos con el culto al coraje físico, a la virilidad, y, si no hay control, a la deriva violenta.

Final de juego

“Hay una cuestión en el rugby que lo importante es jugar, divertirse y hacer amigos. Y el sello distintivo es el tercer tiempo, que salvo el hockey no lo tiene otro deporte, más los almuerzos de camaraderí­a antes de cada partido. Todo eso que se vive en un club no ocurre en el fútbol profesiona­l. También la camaraderí­a y que el resultado, si se pierde, no se dramatiza ni se exagera el triunfo. Esas cosas marcan la gran diferencia con el fútbol”, concluye Búsico, autor de libros como Ser Puma (en coautoría con Alejandro Cloppet y Pablo Mamone), El rugido. Sudáfrica 1965. El nacimiento de Los Pumas. Quizá la nueva edición del Mundial, que muestra a los consagrado­s All Blacks pero también a los menos conocidos selecciona­dos de Georgia, Namibia, Rumania y Chile sirva para mirar este extraño deporte con ojos más abiertos.

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ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP El hooker de Francia Julien Marchand en un entrenamie­nto en el Stade du Parc en Rueil-Malamaison.

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