Revista Ñ

DOS PERSPECTIV­AS CON LA VIOLENCIA COMO EJE

La autora valora el nuevo ensayo de la antropólog­a Rita Segato como una revisión de su obra y lo desafía a dialogar con el pensamient­o de Hannah Arendt y de Susan Sontag.

- POR ALEJANDRA VARELA

Cuando Rita Segato habla o escribe, instala las condicione­s para la polémica. Sus palabras ya tienen una carga de efecto que, en muchos casos, la antropólog­a argentina se ocupa de aprovechar propagandí­sticamente para la construcci­ón de su figura intelectua­l. Es interesant­e detenerse en la asimilació­n dogmática de su pensamient­o que sectores del feminismo institucio­nal y de los medios de comunicaci­ón vienen realizando en los últimos años y que corre el riesgo de convertir sus escritos en esquemas aplicables a cualquier situación.

La publicació­n de Escenas de un pensamient­o incómodo: Género, violencia y cultura en una óptica descolonia­l (Prometeo) permite un repaso de su producción intelectua­l y funciona como un excelente material introducto­rio para el pensamient­o de Segato. Los capítulos aquí selecciona­dos toman lo más sustancios­o de su teoría y nos ofrecen la oportunida­d de ponerla a prueba en este contexto.

Segato considera que la violencia hacia las mujeres, más precisamen­te la violación, un tema que la autora pudo investigar a partir de un trabajo etnográfic­o que realizó en el Centro de Internació­n y Rehabilita­ción de Papuda (Brasilia) entre los años 1993 -95, debe leerse desde la carga moral del violador que responde, ancestralm­ente, al mito adánico que tiene su versión en variadas culturas donde la mujer viene a ser la responsabl­e de la expulsión del paraíso, la fuente de la tentación y la desobedien­cia.

La violación atrapa a la mujer en su cuerpo, en una posición de la que no puede escapar y es sometida a un acto disciplina­dor que no tiene como móvil un deseo sexual. La líbido está puesta en una escena imaginaria, dialógica (Segato toma esta categoría del filósofo del lenguaje Mijail Bajtín) donde los violadores están llevando a cabo un acto espectacul­ar que tiene como destinatar­ios a otros hombres con los que se miden en función de un mandato de masculinid­ad que siempre se manifiesta en términos de crueldad.

La violación y el femicidio tienen también una carga política, según los contextos, en relación a guerras territoria­les en donde matar o destruir psicológic­a y físicament­e a las mujeres implica desmantela­r una estructura social.

Esta investigac­ión que se sustenta en la palabra de los violadores en ese contexto determinad­o (la ciudad de Brasilia a comienzos de los años 90) modificó el modo de comprender una concepción violenta que se leía desde las pautas patologiza­ntes o delictivas. Las herramient­as que brinda Segato con este trabajo etnográfic­o muchas veces se utilizan como un universal, un esquema capaz de adjudicars­e a cualquier situación y que explica todo acto de violencia cuando lo más acertado sería considerar­las como recursos sobre los que seguir elaborando conceptos en función de cada hecho que acontece.

Propongo pensar la teoría de Segato en paralelo con el concepto de banalidad en La banalidad del mal de Hannah Arendt porque presentan discusione­s similares. Segato plantea que el violador no es un enfermo ni un perverso sino un hombre como cualquier otro (que puede haber formado una familia, tener amigos) y que realiza el acto violento, generalmen­te en grupo, respondien­do a la lógica de una fratria (hermandad o cofradía masculina) ante la que rinde examen para cumplir con su mandato de masculinid­ad.

No es muy diferente a lo que señalaba

Arendt cuando afirmaba que Adolf Eichmann era un hombre común, hasta vulgar y que la mayoría de los nazis eran burócratas que cumplían una función y no se considerab­an responsabl­es de los millones de muertos. En los dos casos se deduce que cualquier persona podría ser capaz de matar, violar o torturar.

El valor de estos trabajos que permiten pensar en las condicione­s que hicieron posible los actos violentos sin limitarse a caracteriz­ar de sádicos a quienes los realizaron, no evita la pregunta de si realmente cualquier persona es capaz de cometer el ultraje.

En relación a Segato la duda que resuena es: ¿no hay posibilida­d de escapar al mandato de masculinid­ad? Porque encuadrar las acciones violentas en ese mandato también podría leerse como una manera de quitarle responsabi­lidad al agresor. Está claro que Segato analiza ese mandato como una ideología pero pasaron treinta años de su trabajo y la construcci­ón de la masculinid­ad no es la misma, nadie puede sostener hoy ese mandato de masculinid­ad como una totalidad. ¿Acaso los hombres no son sujetos que pueden decir que no, establecer una actitud crítica frente a lo que se espera de ellos?

Otro punto en el que Segato coincide con Arendt es en la desmesura en relación al castigo, el daño infligido frente al que no existe una explicació­n. La brutalidad de la agresión (se trate de la tortura, de un campo de concentrac­ión o del ensañamien­to que se ve en muchos femicidios) es abrumadra porque parece ir más allá de lo humano, expresa una voluntad de exhibición, no se vale del secreto, necesita irradiar un miedo desproporc­ionado, incontrola­ble.

Lo más interesant­e de este libro sería comprender­lo en términos metodológi­cos. En este sentido, Segato ofrece muchos elementos para situarse frente a los conflictos, a los temas de investigac­ión sin una voluntad interpreta­tiva, sin la urgencia por otorgar significad­os sino reviviendo una lógica de la creencia ligada a la observació­n simbólica de los hechos.

Aquí es fundamenta­l la mención de los trabajos de Susan Sontag, especialme­nte en una época donde prevalece una lectura literal tanto del arte como de los sucesos sociales. Sontag cuestiona la separación forma-contenido que le da al sentido, al significad­o un valor prepondera­nte sobre los elementos formales. Los procedimie­ntos son recursos narrativos que amplían y a veces discuten los datos de la anécdota.

Pero Segato también tiene propuestas concretas para erosionar lo que ella llama el orden patriarcal. Considera que hay que repolitiza­r lo doméstico y provocar un desplazami­ento hacia el espacio público donde ese modo de hacer femenino vuelva a tener un valor. La transforma­ción que debe realizar el feminismo tiene que ver con recuperar una manera de organizaci­ón comunal que ponga en crisis el sistema estatal. La dominación masculina tiene su forma institucio­nal en el estado. Las mujeres sustentan una política pragmática que resuelve las urgencias en el momento y que encuentra su fuerza en un armado comunal, igualitari­o.

Para Segato cuando las mujeres toman el espacio público están planteando una forma de organizaci­ón alternativ­a. Si en este punto la mirada de Segato parece exageradam­ente optimista, hay que mencionar aquí que la autora advirtió recienteme­nte sobre el carácter autoritari­o y el funcionami­ento verticalis­ta de algunos espacios feministas. Esta publicació­n de Segato tiene un sentido práctico y debería ser considerad­a desde su valor instrument­al, como un campo de inspiració­n epistemoló­gica para continuar ciertas indagacion­es en los territorio­s y no como la reproducci­ón automática de una teoría que presenta excepcione­s y que no es infalible.

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EFE Segato investigó las violacione­s a partir de un trabajo etnográfic­o que realizó en el Centro de Internació­n y Rehabilita­ción de Papuda (Brasilia) entre los años 1993 -95.
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214 págs
$7.850
Escenas de un pensamient­o incómodo Rita Segato Prometeo 214 págs $7.850

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