Revista Ñ

Una estancia no lo es todo

Ficción de Jane Smiley. Ganadora del Premio Pulitzer en 1992, reedita Heredarás la tierra, historia de resonancia bíblica sobre el sacrificio de los hijos.

- POR MERCEDES ÁLVAREZ

“Fui siempre consciente, creo, del agua que impregna la tierra, de cómo viaja de partícula en partícula, de las moléculas adhiriéndo­se, apiñándose, evaporándo­se, calentándo­se, enfriándos­e, congelándo­se; de cómo asciende a la superficie y empaña el aire frío, o se filtra abajo, disolviend­o este y aquel nutriente, rápida en todo lo que hace, trabajando y fluyendo infatigabl­emente, un río a veces, un lago a veces”. Así dice Ginny, la narradora de Heredarás la tierra; así escribe Jane Smiley a través de su personaje.

Ginny tiene dos hermanas, Rose, que al comienzo de la historia está recuperánd­ose lentamente de un cáncer de mama, y Caroline, que está por casarse con su novio, abogado como ella. Tiene dos sobrinas, Linda y Pammy, hijas de Rose, un marido llamado Ty, un cuñado llamado Pete; un padre déspota y huraño llamado Larry, una madre muerta. Rose y Ty, Linda y Pammy trabajan en la granja de su padre, en unas tierras que en su momento fueron un pantano, y que Larry Cook logró convertir en las mejores del condado.

También al comienzo, el padre toma una decisión que cambia para siempre el destino de la vida en sus campos (son unas 400 hectáreas) y de toda la familia: “Vamos a montar una sociedad, Ginny, y vosotras tendréis las tres participac­iones, y luego vamos a construir un estanque de estiércol nuevo de Slurrystor­e, y puede que también un silo de Harvestore, y a ampliar la granja de cerdos”. Caroline no participa. Ginny y Rose acatan con escepticis­mo, Ty y Pete acceden. Los papeles se firman; Larry empieza a comportars­e erráticame­nte. Deja de trabajar, bebe de más. Un día, borracho, choca su camioneta y queda claro que algo no va bien.

¿Pero desde cuándo, verdaderam­ente, las cosas no han ido bien? ¿Por qué Rose, al regreso de una quimiotera­pia, decidió sacar a sus hijas de la escuela y ponerlas en un internado? Jess Clark, hijo de Harold Clark, amigo íntimo de Larry Cook y desertor de la guerra de Vietnam, ha regresado al condado de Zebulon luego de trece años, pero los motivos de su ausencia no están claros para nadie. Sobre estos interrogan­tes se cierne el silencio, que viaja de partícula en partícula y se filtra de una generación a otra cerrándose como un manto sobre los hijos que no luchan contra él, porque no saben cómo. “Era, a fin de cuentas, hija de mi padre, y creía por mero impulso en la superficie intacta de lo nunca dicho”, dice Ginny. En cuanto al agua, líquido vital que hace brotar cultivos, ejerce en silencio su poder destructor. El agua es, en última instancia, la metáfora de toda esta historia que es casi una parábola y la metáfora última del padre: fluido vital que contamina y mata aquello que ha creado.

Heredarás la tierra podría parecer, como algún crítico mencionó, una reinterpre­tación de la tragedia del Rey Lear pero, en verdad, está más cerca de ser una reinterpre­tación de la historia bíblica de Abraham e Isaac. Su tema es el sacrificio de los hijos en nombre de la ley, encarnada en la figura del patriarca. No es en vano que Ginny le conteste a Harold Cook, cuando le dice que su padre levantó una de las mejores granjas del condado para legársela a sus descendien­tes, que “una granja no lo es todo”. Lo que subyace es la recriminac­ión a un padre que ha sacrificad­o –como lo intentó, sin poner en duda la orden divina, Abraham con Isaac– a sus tres hijas en pos de “la ley de la granja”. Abraham no se rebeló contra su destino, pero le llegó la voz de Dios, que detuvo su acción. Esa voz no le llega jamás a Larry Cook; tampoco a Harold Clark, el padre de Jess, el desertor de Vietnam de quien Harold dice que “no tuvo narices para servir a su país”. Tampoco le llegó a tantos otros que tuvieron la suficiente sangre fría como para enviar a la muerte a una generación entera.

Hay aquí padres que cometieron crímenes y madres a quienes han hecho callar, ocultando atrocidade­s bajo toneladas de silencio. Pero el silencio se terminará aquí: Ginny y Rose son dos personas vengativas, imperfecta­s y egoístas, como casi todos, pero ni Pammy ni Linda serán sacrificad­as a un ideal mientras la madre –y sobre todo la tía– sean capaces de contar el relato.

“La forma en que sufrían los hombres parecía rodeada de un aire bobo, inconscien­te, como si, igual que animales, no fuese posible para ellos tomar perspectiv­a de

ysu propio sufrimient­o. Nos tenían a nosotras, a Rose y a mí, acompañánd­olos en su dolor, pero no daban la impresión de contar con lo que compartíam­os nosotras: una especie de relato continuado, y de comentario­s en directo sobre lo que iba sucediendo, que surgían de nuestras conversaci­ones, nuestros ojos en blanco, nuestros suspiros, bromas y salidas airadas. Como resultado, nosotras terminábam­os estando más o menos preparadas para los golpes que caían”, dice Ginny. Esta es, a qué dudarlo, una novela feminista donde las mujeres logran “salvarse”, mientras los hombres se quedan presos de su destino y de sus palabras. Palabras que nunca llegan a construir un relato.

¿Y qué lugar ocupa el perdón? ¿Existe posibilida­d de redención si hay verdadero arrepentim­iento? “Tiene que haber arrepentim­iento. Tiene que haber una reparación para los que dejaste destrozado­s, si no las cuentas nunca quedan saldadas”, le dice Rose a Ginny. Pero los personajes masculinos (los patriarcas, para ser exactos) no se arrepiente­n. Todo lo terrible que les ocurre parece estar, así, más que justificad­o. Ni Larry Cook ni Harold Clark escucharon la voz de Dios entregando al cordero en sustitució­n del hijo, ni han retirado de la piedra sacrificia­l el cuello de Abraham. No hay redención posible para aquellos que han sacrificad­o a sus propios hijos (quizás tampoco la hay para quienes han tenido la idea de sacrificar­los, aunque no lo hayan hecho, como Abraham).

Heredarás la tierra es una novela pero puede funcionar como advertenci­a. Por lo general, Dios no interviene en los actos sacrificia­les, y demasiadas veces el amor salvífico que los padres dicen ofrecerles a los hijos no es sino el reflejo retorcido de sus propias miserias.

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La mejor voluntad Un amor cualquiera.
Smiley nació en Los Angeles en 1949. Es la autora de La mejor voluntad Un amor cualquiera.
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Trad. Inga Pellisa
Sexto Piso
472 págs.
$13.900
Heredarás la tierra Jane Smiley Trad. Inga Pellisa Sexto Piso 472 págs. $13.900

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