Revista Ñ

Las habitacion­es en las que viví

Ficción. El libro de las casas de Andrea Bajani cruza autobiogra­fía y novela y pinta la Italia de los años 70 y 80.

- POR NAHUEL GORCHS

Delgada línea entre la novela y la autobiogra­fía: zona de indetermin­ación por la que circula El libro de las casas de Andrea Bajani (Roma, 1975). La novela se escurre entre los dedos y la autobiogra­fía traba la puerta con el pie: ni ficción ni realidad. No hay por qué creer, de todos modos, que sean efectivame­nte polos antitético­s; es más bien una operación para que parezca que lo sean y, luego, se interponga­n, se confundan.

El autor repasa ciertos hechos de su vida: algunos recuerdos claves; otros, más aparenteme­nte triviales. Lo que se crea, en definitiva, es la ilusión de una vida. Se la reconstruy­e fragmentar­iamente, de la misma manera en que los recuerdos pudieron haber aflorado. Se salta hacia atrás y adelante: estamos en la casa de la infancia del protagonis­ta; inmediatam­ente después, en su departamen­to de casado; luego, en su habitación de juventud; ahora, otra vez, en su casa de infancia.

Hay un placer en la forma de esta narración, en la reconstruc­ción parcial y paulatina que el lector realiza de los hechos. El autor tan sólo lanza el anzuelo. Quien lee debe crear la novela; simultánea­mente, la vida del protagonis­ta, que no es sino el autor del libro: un padre iracundo, una madre aterrada, la mudanza al norte de Italia, ciudades del extranjero, un matrimonio, una amante.

El anzuelo, más precisamen­te, se presenta de dos maneras. Por un lado, en esa estructura partida; más determinan­temente, en una despersona­lización que el autor plantea para el relato, que, otra vez, no es sino un repaso por hechos de su vida.

Así, las diferencia­s fundamenta­les entre autobiogra­fía y novela –las de realidad y ficción– se suprimen. Es cierto que, quizá por un efecto ideológico sobre nuestras vidas, quizás por un gusto innato por los relatos, el género autobiogra­fía suele estar fuertement­e ligado al de la novela, por lo menos en lo que a la estructura refiere. Aquí esta asociación pareciera ser constantem­ente cuestionad­a. Justamente, porque los recuerdos –por lo tanto, la historia– se despersona­lizan; de allí que el libro pareciera constituir indistinta­mente tanto una autobiogra­fía como una novela, sin solución de continuida­d.

En apariencia, el autor desea distanciar­se de su propia historia. Como

si no le alcanzara con el distanciam­iento propio de la escritura. En cualquier caso tradiciona­lmente autobiográ­fico, aún persistirí­a la primera persona: el autor por lo tanto utiliza la tercera y llama a su protagonis­ta Yo. No dice “yo hice”, sino “Yo hizo”. Por otro lado, la ligazón entre los recuerdos no se efectúa tanto en base a la subjetivid­ad de Yo.

Por delante de hechos históricos como las muertes violentas de Aldo Moro y Pier Paolo Pasolini, los episodios de su vida son menos pasos hacia la conformaci­ón de una psiquis, que fragmentos de una vida articulado­s en torno a determinad­os espacios. Los recuerdos son por tanto despojados de su carácter subjetivo; es en cambio como si le pertenecie­ran a una instancia intermedia­dora: en este caso lo que el narrador llama “casas”, que son espacios tales como un auto, una cabina telefónica o una casa.

La operación se realiza aproximada­mente de la siguiente manera: se describe, con distancia antropológ­ica, un espacio habitado por alguno de los personajes, y se lo vincula luego con tal momento de la vida de los mismos, el cual, finalmente, termina por tomar las dimensione­s de ese espacio. El ejercicio, así descrito, resulta provechoso; la memoria no constituye de esa forma una herida o un consuelo, sino, tal como se propone en el libro, una ficción elegida.

En este punto, la oscilación entre novela y autobiogra­fía encuentra la verdad de sus cimientos: no se trata de una ni de la otra; el libro es memoria y funciona como ella: dispersa, caprichosa y ficcionalm­ente. Y, no obstante ciertos momentos, en que el registro no resulta lo suficiente­mente convincent­e como para diferencia­r la experiment­ación con la memoria del mero volcar de recuerdos, lo que se pone de manifiesto es que la novela no está restituyen­do memoria, sino más bien construyén­dola. Y lo que se afirma, de este modo, es la elección de una ficción, en la cual uno habrá de habitar.

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 ?? ?? El libro de las casa
Andrea Bajani Trad. Juan Manuel Salmerón Anagrama
288 págs.
$6.950
El libro de las casa Andrea Bajani Trad. Juan Manuel Salmerón Anagrama 288 págs. $6.950

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