LLEGAN, ACOPLAN Y SE DESVANECEN
Arte público. Tras una polémica en Madrid, el artista chileno Nicolás Miranda trajo a Buenos Aires sus instalaciones fugaces de personajes en sitios icónicos de la ciudad.
Una joven hace un globito con su chicle justo en frente al Teatro Colón, a espaldas de Tribunales. Tiene el flequillo onda stone, las uñas pintadas de cada color y lleva tres tatuajes: uno del Gauchito Gil, otro con el nombre Juan y Familia. Luce una musculosa verde que deja ver su ombligo al aire, calzas grises y unas “llantas” blancas. Su mirada al cielo parece desafiante: con una mano parece que rapea; con la otra, sostiene un “faso”. Mezcla de incredulidad, misterio y asombro, los transeúntes no logran percibir ningún movimiento desde lejos. Al acercarse, comprueban que ella está quieta. Luego, vienen las fotos, las selfies, los videos y algún comentario al pasar. Después de unos cinco minutos, la chica desaparece de la escena.
Personajes anónimos se camuflan con otros icónicos ya instalados en la ciudad como Mafalda, Larguirucho, o Alberto Olmedo y Jorge Porcel, como un policía vestido de negro que empuña un arma mientras, sonriente, se toma una selfie en la intersección de las avenidas Paseo Colón y San Juan, a metros del Club Atlético, y también se deja ver junto a Larguirucho en el Paseo de la Historieta.
Del mismo modo, un joven marginal representado por Juanito Laguna (la gran creación de Antonio Berni) aparece sentado en el suelo con su perro en la puerta de la Catedral de Buenos Aires. También se lo ve junto a Mafalda en la esquina de Chile y Defensa, en pleno San Telmo.
De eso se trata Gente en su sitio, o tentativas de una noble igualdad, la inusual propuesta de instalaciones fugaces creada por el artista chileno Nicolás Miranda, quien juega al límite de lo permitido haciendo uso del site specific para generar un contrapunto entre sus creaciones y el lugar donde están alojadas sus instalaciones que se esfuman en cuestión de minutos.
“Mi trabajo está pensado en el sitio específico: pienso en camuflarme y acoplarme, un concepto que tomo desde el rock, pensando en Nirvana: aproximar la guitarra eléctrica de un amplificador genera un ruido, y ese es el acople”, subraya Miranda. “Acá ocurre lo mismo: tomar un objeto X y aproximarlo a uno Z tiene que generar un ruido. Ése es el eje de las operaciones que hago, lo que me interesa. Es un ejercicio de lectura que viene de la observación”, completa.
El nombre del proyecto parte de una doble cita: por un lado, la primera parte es el título de un libro de Quino, el creador de Mafalda. Y cierra con una parte del himno argentino.
Miranda es el artista chileno que en abril pasado revolucionó Madrid con la escultura fugaz del Rey emérito Juan Carlos de España I apuntándole con un rifle a un oso mientras se trepaba a un madroño en plena Puerta del Sol. Un escándalo de proporciones mayúsculas: José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, consideró su obra una “imbecilidad absoluta” y pidió desalojarla después de diez minutos de furia.
Ahora, se encuentra en la ciudad de Buenos Aires con tres instalaciones anónimas, más “tranquilas” que la polémica escultura del rey de España, buscando generar un contrapunto en 16 lugares simbólicos de la Ciudad. El arte de la provocación no es delito y Miranda lo sabe de sobra. “Yo me camuflo con el operar de estas esculturas que ya existen de manera casi absurda, repito el gesto pero buscando justamente ese antagonismo”, desliza.
Las instalaciones permanecen en un promedio de 5 a 10 minutos en cada locación. A su vez, dos colaboradoras registran la escena: una graba un video y la otra hace retratos fotográficos para contextualizar la situación. Miranda lo define como el ejercicio de la observación.
“No se necesita más tiempo que ese porque a nosotros nos interesa en gran medida el archivo y no un experimento sociológico para saber qué pasa con la gente, sino que tiene que ver con generar este contrapunto y documentarlo”, asegura.
Para hacer sus personajes, el artista utilizó telgopor, estructuras metálicas, poliuretano expandido, masa para modelar y pintura al óleo. Cada figura está hecha a escala humana. Las piezas son únicas y fueron realizadas en un 80 por ciento en su taller en Buenos Aires. Su proyecto se relaciona con el abordaje del sitio específico para hacer una lectura del entorno. “Para mí eso me parece fundamental como ejercicio escultórico”, destaca.
Cada una en un sitio diferente, las tres esculturas anónimas de Miranda pasaron por la esquina de Chile y Defensa, donde está Mafalda, el personaje popular creado por Quino, en San Telmo. También estuvieron en la Bolsa de Comercio, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, la Catedral, el Malba, el Teatro Colón, la Facultad de Derecho y en Puerto Madero. Hicieron escala en el Barrio de Once, la Facultad de Puán y en Plaza de Mayo, para finalizar su recorrido con el policía sacándose una selfie en la estación Rodolfo Walsh, de la línea “E” del subte, en las avenidas Entre Ríos y San Juan.
El arte de provocar
Hay un diálogo con sus escultura y una conexión directa entre el espacio público y las personas. ¿Cuál es la respuesta de la gente? “Hay de todo: algunos se quedan un rato mirando, otros le sacan fotos. Un chico me empezó a hablar sobre Juanito y me decía ‘vamos a terminar todos así’. Otro le dijo a nuestro equipo que es una pavada y se molestó por esto. Hay gente que lee de inmediato la operación y otra que no entiende muy bien de qué se trata. Otros que se molestan. Es parte de lo normal”, asegura el artista. La chica stone no pasa inadvertida. Las miradas de pronto se detienen en esta mujer de 1,56 metros de altura y unos 50 kilos que no deja de mascar chicle en la zona de Tribunales, frente al Colón. “Es hermosa. Tiene que estar en el Obelisco”, señala Lidia, una mujer que frecuenta la plaza.
Maravillada con la obra, no para de sacarse selfies junto a su familia con la chica en el Parque Lavalle. La mujer vincula la escultura de Miranda con su vida personal, también la asocia a la vida de otras personas que conoce.
Desde el 20 de octubre, el proyecto de Nicolás Miranda se convertirá en una muestra individual en la galería Pabellón 4 (Juan Ramírez de Velasco 556), en Villa Crespo. Allí estarán las esculturas que sobreviven, las fotos y videos recogidos según la impresión del público.