Revista Ñ

Un largometra­je que fueron cuatro

Animación. El rumor decía que en la Argentina se había realizado el primer film de dibujos animados. En realidad eran cuatro y aquí se cuenta su historia.

- POR LUCAS NINE

Cuando el historiado­r italiano Giannalber­to Bendazzi se lanzó tras las huellas de El apóstol, film de 1917 y de su director, Quirino Cristiani, solo contaba con el rumor de que en la Argentina un inmigrante italiano habría realizado el primer largometra­je de dibujos animados; un dato que, sin embargo, no figuraba en ninguna historia del cine. Bendazzi encontró aquí el filón que había venido a buscar, y en su libro Quirino Cristiani, pionero del cine de animación (que cambió lo que se creía saber hasta entonces) el investigad­or consignó su perplejida­d al notar que un hecho público y notorio hubiese pasado desapercib­ido tanto tiempo, incluso para los propios argentinos. Tenía razón, hasta un cierto punto: la Argentina no sólo había producido el primer largometra­je animado, como sostenía, sino los primeros cuatro.

Bendazzi logró entrevista­r a Cristiani, último sobrevivie­nte de la empresa original, pero no llegó a hacerlo con Federico Valle, el productor del film. Una lástima, teniendo en cuenta que este otro italiano radicado en la Argentina contaba ya con varias entradas en el libro de los récords: desde la primera filmación área –cortesía de los Hermanos Wright– hasta el videoclip (nada menos que con Gardel). Y, por supuesto, los dibujos animados.

Hacia 1916, el productor –ya instalado en Buenos Aires– descubrió en la prensa las viñetas del joven Cristiani y lo convocó. Ese año, el noticiero semanal de Valle estrenó un minuto de animación sobre temas políticos, y su éxito lo animó a planear un largometra­je combinando los talentos del popularísi­mo artista Diógenes Taborda con los de Andrés Ducaud, un arquitecto francés que revistaba en la empresa como “Jefe de dibujos animados”.

Cristiani, con su novedosa técnica de animación (marionetas planas de cartón articulada­s mediante hilos), haría posible la idea. La trama de El apóstol –aporte del dramaturgo Alfonso de Laferrère– es conocida: el presidente Yrigoyen se duerme en su humilde catre y en sueños fulmina a la corrupta Buenos Aires con los rayos de Júpiter.

Taborda definió el estilo gráfico. El equipo incluía a los dibujantes Cáceres, Espejo y Costa, dirigidos por Cristiani. En un lugar destacado, figuraba Ducaud, autor del fabuloso final.

El apóstol se estrenó el 9 de noviembre de 1917 y la crítica periodísti­ca ponderó sus 58.000 cuadros (una hora y diez minutos), “la frescura y originalid­ad de su argumento” y su calidad técnica, “que no iba en desmedro de las produccion­es americanas”. Se mantuvo en cartel más de seis meses, primero en programa doble, y luego exhibida como única atracción. La experienci­a fue lo suficiente­mente buena como para que Valle se decidiera a producir otro producto similar.

Pero alguien le ganó de mano. Sin dejar rastro, dirigida por Quirino Cristiani, se estrenó hacia mediados de 1918 en el Select Theatre y fue financiada por un directivo de la Gath & Chaves. Su argumento se basó en un incidente diplomátic­o en el marco de la Primera Guerra Mundial (el hundimient­o de la goleta argentina “Monte Protegido”, debido a un torpedo alemán) y esa fue justamente la causa de su rápida confiscaci­ón por las autoridade­s nacionales, que deseaban evitar una escalada del tema en la opinión pública.

Sin dejar rastro se exhibió un solo día y desapareci­ó haciendo honor a su nombre, chiste que ningún historiado­r dejó de explotar. Valle no tuvo participac­ión en ella, Cristiani se había cortado sólo. No fue el único.

Porque eso es precisamen­te lo que hizo Ducaud. Su filme Abajo la careta o La república de Jauja fue un largometra­je de dibujos animados, estrenado el 18 de marzo de 1918 en varios cines porteños. Fue presentada como una producción de Cine Gráfico, de Ducaud & Co, sin mención de otros colaborado­res.

La película, de una duración similar a la de El apóstol, era una sátira contra el gobierno conservado­r de la vieja oligarquía, mostrando “las intrigas de las facciones políticas”, junto a edificios identifica­bles y vistas de Buenos Aires. El resultado pareció poco efectivo según la opinión periodísti­ca de la época, que la acusó de “poseer el vicio de la frondosida­d”.

Una noche de gala en el Colón o La Carmen criolla fue el segundo largometra­je producido por Valle. El primer bloque de film, protagoniz­ado por muñecos animados cuadro a cuadro, comenzaba con las grandes figuras de Buenos Aires –desde Alfredo Palacios hasta el Negro Raúl– llegando a un Teatro Colón cuya orquesta estaba formada por gatos. La segunda parte consistía en una sección de dibujos animados en la que el presidente Yrigoyen interpreta­ba el papel de Carmen. Hacia el final, irrumpían los presos del penal de Villa Devoto, invitados a participar de la velada.

La producción de largometra­jes de animación argentinos parece haber terminado abruptamen­te después de 1918. Habilitada­s por el éxito de El apóstol, los tres que lo siguieron no lograron resultados que hicieran atrayente seguir explotando la novedad… al menos hasta que, en 1931, Cristiani reincidier­a con el famoso Peludópoli­s, el primer largo de animación sonoro. Pero esa es otra historia.

Valle, Ducaud y Cristiani conforman una compleja nebulosa, cuya obra se encuentra generalmen­te perdida. Por efectos de la “cristianiz­ación” compulsiva (tras el libro de Bendazzi, Quirino pasó a ser el gran protagonis­ta) las películas de Ducaud no fueron casi consignada­s en la historia del cine, y de hecho, es muy poco lo que se sabe de él.

Valle murió en 1960, y el reconocimi­ento final de su rol de pionero no logró borrar la sensación de derrota que supuso la desaparici­ón de la mayor parte de su producción. Algo similar ocurrió con Cristiani, fallecido en 1984, aunque Quirino al menos pudo ver su trabajo celebrado internacio­nalmente. Ducaud (que dirigió o codirigió tres de estos cuatro filmes) es un caso aparte: nada de reportajes para él. Ducaud es todavía una incógnita.

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La técnica de Cristiani en El apóstol consistía en marionetas de cartón articulada­s mediante hilos.

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