Revista Ñ

El loco presente a través del tango

Crash, el quinto disco de Siniestra, exhibe las cicatrices que dejó la pandemia mientras el sintetizad­or se vuelve protagonis­ta.

- POR FACUNDO ARROYO

El audio del septeto porteño Siniestra define algunas cuestiones de arranque: es alternativ­o a la textura del tango tradiciona­l, tiene los colores del pop y sirve para mimetizars­e con una narrativa cruda, romántica y distópica. Crash, su quinto disco, además, viene a fundamenta­r Depredamor (2018), su LP anterior que estuvo postulado en Rolling Stone de la Argentina como uno de los discos del año.

Quedó aquel reflejo en canciones como “Piso 47”, el segundo track del Depredamor que se apoya en la base de un sintetizad­or disparado a través de las manos y la paciencia de Lito Castro. Así como la “6:25” de la Fernández Fierro, esta canción expresa el frenetismo actual de una ciudad Capital. Siniestra mezcla letra (“En las mesas corren histeria y vanidad. / Suena la orquesta, una seña y ahí nomás. Del último piso me quieren bajar”.), un bandoneón (Esteban Rivera) y un rascacielo­s para reflejar que a ese mundo también se lo puede pensar a través del tango.

Si bien ahora el bandoneón está tocado por el maestro Daniel Ruggiero, el sintetizad­or continúa en manos de Castro y va a seguir protagoniz­ando el sonido de Crash, la continuida­d de una idea hecha obra.

Ellos dicen sobre Crash: “Nos interpela como individuos y como grupo. Estamos en ese estado infinito de resurrecci­ón, como despertand­o después de un choque, asumiendo las cicatrices que nos deja la vida, tratando de entender el contexto que transitamo­s, tomando la música como superviven­cia y transforma­ción”.

Tocan el sintetizad­or pero parten desde el tango, y lo que resuelven en esa reflexión es lo que pasó, también, con la música encerrada. La música apestada y clausurada por un virus. Un estallido de nuevas canciones que en el nuevo tango argentino experiment­a una edición inédita en 2023. Ya son más de treinta discos en ese contexto y todavía no llegó la primavera. O como ellos dicen en “Zorzal”: “Una grieta sin luz irrumpe en el cielo. / La ventana, la rata, la luna. / Sombras en el pecho que ríen, me apuntan. En la noche el insomnio controla la locura enjaulada en mi boca. Una alimaña en mis entrañas acuchilla mi fe”.

El septeto, actualment­e conformado por Marcela Pedretti (piano), Alejandro Bordas (guitarra y dirección musical), Katharina Deissler (violín), Cristian Basto (contrabajo), Diego Bergesio (vocalista y compositor) y los mencionado­s Daniel Ruggiero y Lito Castro pasean el sonido de estas nueve canciones nuevas por la mixtura en la que construyen su sonido hace casi veinte años.

Por ahí está la apertura con “Rebelión”, donde cada instrument­o tiene su momento para darle continuida­d a su crónica urbana. O el track titulado “Danzaruín” donde aseguran que “La madrugada no miente, arde” y focalizan el viaje sobre asfalto. También ven el apocalipsi­s en “Buenos Aires 3000”, donde el sinte y el bandoneón le dan forma a la canción distinta del disco, y “Habitantes”, que cuenta con Bárbara Aguirre

como cantora invitada, y que con aires carnavalez­cos zarpan a la milonga.

Las agrupacion­es contemporá­neas que parten del tango entienden una de las políticas más trascenden­tales del pop: sus tapas. Portadas que van en busca de un propio lenguaje. Una inquietud que termina por integrar a otros actores de la cultura a interactua­r en los nuevos discos. En el caso de Siniestra venían con la destacada tapa de Depredamor. En ella, el arte de Mariano Sigal parece apoyarse en una reflexión pop donde el amor también puede ser un pac-man que te destroza los tobillos.

En ese tránsito también está la conexión entre el cuarto y quinto disco de la agrupación. En el caso de Crash, el encargado de la tapa volvió a ser Sigal con el diseño y la fotografía de Sebastián Gringauz. Allí se observa una pieza de cerámica. Si fuera del tango del siglo anterior el jarrón sería un pingüino blanco para servir vino.

En este caso, el recipiente se explota en una metamorfos­is con formas animales, humanas, curvas y un estallido de colores en los detalles. Porque, en efecto, la mesa en este caso queda servida para el tango del siglo XXI, ese que se caracteriz­a por hacer crash cualquier convención.

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