Revista Ñ

Dominó a la luz de una lámpara

Oriundo de Irlanda del Norte, el escritor y traductor Derek Mahon fue autor de versos de una seductora sofisticac­ión, combinados con una nítida percepción y un original sentido de la intimidad.

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Antártica

“Ahora voy a salir y quizá esté fuera por un tiempo”. Los otros asienten, fingiendo ignorancia.

En el corazón de lo ridículo, de lo sublime.

Él los deja leyendo y comienza a escalar, empujando su fantasma entre el aullido de la nieve; ahora va a salir y quizá esté fuera por un tiempo. La tienda se desvanece bajo su corteza de escarcha y el aterimient­o es remplazado por el vértigo: en el corazón de lo ridículo, de lo sublime. ¿Debemos considerar una especie de crimen el dormido auto-sacrificio del más débil? No, ahora va a salir y quizá esté fuera por un tiempo: de hecho, por siempre. Enzima solitaria, aunque la noche no ceda destello alguno, habrá resplandor en el corazón de lo ridículo, de lo sublime.

Él se aparta de la pantomima terrenal serenament­e, consciente de que es hora de partir. “Ahora voy a salir y quizá esté fuera por un tiempo”. En el corazón de lo ridículo, de lo sublime.

Primavera en Belfast

Caminando a solas en esta mañana de viento bajo una marea de luz solar entre lluvia y lluvia, reanudo mi vieja conspiraci­ón con la piedra húmeda y las complejas imágenes del estrábico corazón. Una vez más, como antes, me acuerdo de no olvidar.

Hay un perverso orgullo en estar del lado de los ángeles caídos y no querer levantarse. Podríamos salvarnos con poner la mirada en la colina en lo alto de cada calle, pues ahí está, eternament­e, aunque sin relevancia, a la vista…

pero en lugar de eso cedemos a las fórmulas del humor, al misterio ilegítimo del guiño de reconocimi­ento; o guardamos un lúgubre silencio en la luz y la sombra, ensayando nuestras astutas salvacione­s bajo la mirada fría de un Dios mojigato.

Una parte de mi mente debe aprender a conocer su lugar. Las cosas que suceden en las cocinas y en los resonantes callejones de esta desesperad­a ciudad deberían ocupar más que mi casual interés, exigir más interés que mi casual compasión.

Octubre

El monasterio encalado en donde estuvimos escuchando el mar Egeo y contemplan­do una cápsula espacial entre las estrellas estará cerrado ya para el invierno y en los bares del puerto, tras la marcha de la banda de yates, servirán ouzos de madrugada a los tripulante­s del Aghios Ioannis y del Nikolaos que juegan al dominó a la luz de una lámpara de parafina.

Tras las primeras lluvias invernales, Europa brilla con luz cadavérica. Un viento frío barre el “clausurado patio de recreo”; Como almas muertas las hojas se arrastran por avenidas desiertas que parecen conducir al reino de los muertos. Un disidente alcohólico toca con un solo dedo “Roca sempiterna” en el piano de cola de su piso de Moscú, su largo viaje al fondo de la noche a punto de terminar. Algún helado destino nos espera en el fin del mundo.

Como las hojas, pronto avistaremo­s el río último, su son et lumiére, y respirarem­os el mar nocturno.

Como si ya fuésemos espíritus, buscamos en el bolsillo el óbolo estigio.

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