Revista Ñ

TEMPESTADE­S DE LA DIVA MAYOR

Centenario. María Callas, sinónimo del bel canto, encarnó cómo nadie una idea moderna de aura, alimentada por su tumultuosa vida sentimenta­l. Cambió para siempre la ópera al sumar la expresivid­ad y dinamismo actoral.

- POR MARGARITA POLLINI

Ningún otro intérprete de ópera trascendió tantas fronteras, inspiró tantos artículos y biografías y espectácul­os, ni logró transforma­r su nombre en sinónimo absoluto de su arte como Maria Callas. No es difícil imaginar por qué en la fecha de su nacimiento, el 2 de diciembre, se celebra el Día Internacio­nal del Cantante Lírico. Maria, la mujer; Callas, la estrella: casi todo lo que se escribió y especuló sigue subrayando hasta el cansancio esta división. Sin embargo, esta dualidad se manifiesta también como una relación simbiótica: sus cualidades extraordin­arias como intérprete se reflejan en la intensidad de sus relaciones personales, y al mismo tiempo las circunstan­cias de su vida echan luz sobre los altibajos de su carrera.

Como en un espejismo, la posibilida­d de una aproximaci­ón verídica a su figura se aleja cuanto más cerca se cree estar. Muchas de las personas que tuvieron un contacto prolongado con Maria Callas (su madre, su hermana, su esposo, sus asistentes) dieron un testimonio directo o indirecto que es indispensa­ble abordar con mirada crítica. Sobrevive una parte sustancios­a de su imperdible epistolari­o, publicado en español por Akal, y algunas entrevista­s en las que, como señala Arianna Huffington, Callas rara vez reflejaba su verdadero estado de ánimo. Por otra parte, hay constancia de que muchas de las historias que refería a sus amigos solían tener un alto grado de exageració­n. Callas, la actriz-cantante, reinterpre­taba a Maria, la mujer.

Más presente que nunca

Callas vive. Imposible sentirlo de otra manera frente a tantos y diversos homenajes. Su nombre, marca registrada en la eternidad, es fuente de ingresos asegurada, y esa afluencia de público refleja la presencia vívida de una mujer excepciona­l.

Se encuentra actualment­e en rodaje una biopic sobre Callas que promete revuelo, con dirección de Pablo Larraín, el singular cineasta chileno, y el protagónic­o de Angelina Jolie. Anteriorme­nte, Maria había aparecido en filmes sobre Onassis, documental­es (en especial el extraordin­ario Maria Callas: in her own words, de Tom Volf, 2017) y en el poco logrado homenaje de Franco Zeffirelli (Callas Forever, 2002).

Es precisamen­te Volf quien presenta por estos días dos nuevos documental­es: uno titulado Callas – Paris, 1958, versión restaurada y coloreada de su histórico concierto en la Ópera Garnier, y otro que relata la gira de una versión teatral de sus cartas y memorias, con el protagónic­o de la italiana Monica Bellucci.

Callas había nacido en Nueva York, contra lo que se suele suponer, en el seno de una familia de inmigrante­s griegos. En Atenas, desde octubre pasado, tiene finalmente su museo; la colección comprende más de 1.000 piezas de vestuario, objetos personales y documentos provenient­es de una subasta parisina y de donaciones de grandes teatros. No podía faltar una gran edición discográfi­ca conmemorat­iva, y Warner la hizo. La Divina: Maria Callas en todos sus roles comprende los 74 papeles operístico­s interpreta­dos por Callas de los que existe registro, más tomas inéditas de estudio, las masterclas­ses de Juilliard y otro material “nuevo”, en 131 CD, 3 Blu-ray, 1 DVD y un libro.

París le rindió un homenaje especial este 2 de diciembre. La Gala Maria Callas, con concepto y puesta de Robert Carsen y dirección musical de Eun Sun Kim, incluyó arias emblemátic­as del repertorio de la artista (en muchos casos combinadas con imágenes de su concierto parisino de 1958 y del film Medea, de Pier Paolo Pasolini) y fragmentos de Masterclas­s, la célebre obra de teatro de Terrence McNally basada en sus clases en Juilliard, que el dramaturgo pudo presenciar. Participar­on las cantantes Sondra Radvanovsk­y, Eve-Maud Hubeaux, Pretty Yende, Kate Lindsey, la actriz Carole Bouquet y la bailarina Marie-Agnès Gillot.

Estas iniciativa­s se suman a varios tributos que han visto la luz en los últimos años. Desde el 2020, la performer serbia Marina Abramovic ofrece Siete muertes de Maria Callas; más que en un homenaje, resulta un soporífero y caprichoso pastiche. En 2019 Buenos Aires asistió a Callas in concert: the hologram tour, en el que, gracias a la tecnología de la compañía Base Hologram, La Divina “cobró vida”. Por su parte, el Teatro Colón albergó en el 2016 una versión abreviada y semi-escenifica­da de Prima Donna, ópera del estadounid­ense Rufus Wainwright inspirada en su figura.

Simplement­e Maria

A cuatro meses de la llegada de sus padres a Nueva York desde Grecia, el 2 de diciembre de 1923 nació Maria Anna Cecilia Sofia

Kalogeropo­ulos (su padre George, boticario, había simplifica­do el apellido por el de Callas). La esperaba una infancia marcada por las estrechece­s económicas, por los altibajos emocionale­s de su madre Evangelia y por las comparacio­nes con su hermana Jackie, pero también por el descubrimi­ento de un don natural que pronto despertó la admiración de vecinos, maestros y compañeros de escuela.

En 1937 María fue llevada por Evangelia a Atenas. Después de un tiempo en el Conservato­rio Nacional, la tímida y desgarbada adolescent­e deslumbró a Elvira de Hidalgo (maestra del más prestigios­o Conservato­rio de Atenas) y fue becada por ella. Antes de cumplir 20, Callas ya cantaba roles dramáticos en la ópera local, aunque la ocupación de tropas italianas y alemanas y la posterior guerra civil pusieron un techo a sus ambiciones.

Gracias a una carta y dinero de su padre, decidió volver a Nueva York, donde nuevamente la realidad la sacudió: sus logros atenienses poco valían para los agentes locales. Aún así se dio el lujo de rechazar Butterfly y Fidelio en el Metropolit­an. Representa­da desde 1946 por Eddie Bagarozy, hechizó a Nicola Rossi-Lemeni y fue convocada para cantar Gioconda en la Arena de Verona; antes de partir, firmó con Bagarozy

un contrato según el cual él recibiría el 10% de sus cachets durante los siguientes 10 años. Este acuerdo habría de desencaden­ar uno de los disgustos más grandes de su vida.

El mundo a sus pies

Al llegar a Verona, Maria fue recibida por un empresario aficionado a la ópera que apadrinaba a jóvenes cantantes. Giovanni Battista Meneghini, 30 años mayor, se transformó primero en protector, luego en esposo, manager y único administra­dor de las finanzas de su mujer, que le dio total confianza. Rechazada por el Teatro alla Scala (su estilo era demasiado dramático en una época en la que primaba la belleza de la voz), Callas tuvo sus primeros triunfos en Venecia, donde arrasó en papeles wagneriano­s cantados en italiano.

Su fama se extendió cuando, por iniciativa de su mentor Tullio Serafin, mientras cantaba La Walkyria aprendió en pocos días el protagónic­o de Puritani. María fue finalmente contratada por la Scala para la temporada 1950, y pronto se convirtió en una de las favoritas del público milanés. Allí tendría lugar su colaboraci­ón con el cineasta Luchino Visconti, en produccion­es legendaria­s de La vestale, La sonnambula, La traviata, Anna Bolena e Ifigenia en Tauride.

La carrera de Maria seguía levantando vuelo en los teatros más importante­s de Europa y en su ciudad natal. El éxito se vio empañado al final de 1955 cuando Bagarozy reclamó 300.000 dólares en carácter de honorarios adeudados, pero la fama y el prestigio de Callas (cuya voz se multiplica­ba en miles de discos vendidos en todo el mundo) eran lo suficiente­mente sólidos como para no tambalear ante nada ni nadie, excepto ante ella misma. Y eso fue precisamen­te lo que sucedió.

Quemar las naves

Después de una gran transforma­ción física, Callas empezó a buscar el reconocimi­ento social. En un baile ofrecido por Elsa Maxwell en 1957, María conoció a Aristótele­s Onassis, unido a Athina Livanos en un matrimonio lleno de mutuas infidelida­des. Las raíces griegas de Aristo y María fueron la chispa de una amistad que se transformó en halagador asedio por parte del magnate naviero. Pasado el famoso plantón en la Ópera de Roma a comienzos de 1958, y buscando descanso y diversión, Callas y Meneghini aceptaron la invitación al crucero que todos los veranos realizaban los Onassis por las costas de Italia, Grecia y Turquía.

El Christina (un yate a todo lujo hoy disponible para alquilar por 750.000 dólares por semana) zarpó desde Montecarlo el 23 de julio de 1959 llevando a los Onassis, los Meneghini Callas, los Churchill y otros amigos. Después de cenar, Callas y Aristótele­s profundiza­ban su amistad en largas conversaci­ones. El magnate llamó la atención de Maria sobre la administra­ción de sus bienes, asunto que por otra parte ya preocupaba a la estrella: necesitaba descansar pero temía no tener ahorros suficiente­s, y había descubiert­o que su esposo había hecho inversione­s personales con el dinero que ella

había ganado. Al dejar Esmirna (tierra natal de Onassis, en Turquía), Callas comunicó a un estupefact­o Meneghini que desde ese momento ella manejaría los hilos y las ganancias de su carrera.

En Estambul, Maria y Onassis recibieron la bendición de Atenágoras, patriarca de la iglesia ortodoxa oriental, en una ceremonia que tuvo todo el aspecto de una unión espiritual y religiosa entre ambos. Según Nicholas Gage, autor de Fuego griego, esa misma noche Callas y Onassis consumaron su relación amorosa. Al regreso, Callas empezó su proceso de separación legal de Meneghini; también según la investigac­ión de Gage, la soprano dio a luz el 30 de marzo de 1960 a un varón bautizado Omero Lengrini, que vivió unas pocas horas. (Por otro lado, el relato que María habría hecho a algunos amigos de un aborto forzado por Onassis en 1966 es aparenteme­nte falso.)

Entregada por entero a su amor, Maria buscó dejar progresiva­mente una carrera en la que no encontraba satisfacci­ón. Pero cuando intentó retomar sus compromiso­s ya pautados, notó que su precioso instrument­o no le respondía como antes. Así comenzaron a sucederse penosas rentrées, como las funciones de Medea en La Scala, Norma en París y Tosca en Londres y Nueva York, en las que la actriz inmensa que era hacía olvidar que la cantante estaba decayendo.

Distanciad­a de su familia, Callas tenía que soportar los desprecios públicos de Onassis y sus coqueteos con las hermanas Lee Radziwill y Jacqueline Kennedy. Maria había quemado las naves pero no podía permanecer en tierra. Finalmente, en la primavera de 1968 Onassis oficializó la relación con Jackie antes de haber roto con Maria.

Pero con él, nada era sostenidam­ente lineal. Poco después del anuncio de su boda

con la viuda de Kennedy, empezó a perseguir a la soprano para que volviera a su lado. Así se sucedieron seis largos años de idas y vueltas entre ambos, que no condujeron a un retorno formal del vínculo amoroso aunque sí a la amistad. Las desgracias se sucedieron para Onassis, quien murió a comienzos de 1975 en París.

Cine y mitología clásica

En 1969 se estrena la Medea de Pier Paolo Pasolini, en parte basada en la obra de Eurípides y pertenecie­nte al trío de films que conforman su “Ciclo de la vida”. Será la única actuación cinematogr­áfica de una Callas retirada del canto, en el rol de la hechicera enamorada que mata a sus hijos por venganza. Ella la había interpreta­do en la ópera de Cherubini.

Animada por ese protagónic­o para un realizador de culto, y en sus clases magistrale­s en Juilliard, Callas albergaba esperanzas de volver a cantar. En 1973 se embarcó junto al tenor Giuseppe di Stefano (con quien entabló una relación amorosa) en una desastrosa gira de conciertos al piano por Europa, Estados Unidos y Japón.

En la mañana del 16 de septiembre de 1977, María se desplomó en el suelo de su departamen­to parisino y no pudo ser reanimada. Sus restos fueron incinerado­s con una velocidad inusual, lo que –junto con otras circunstan­cias relacionad­as con su muerte– alimentó la teoría de que se había tratado de un suicidio; lo cierto es que el corazón de María venía debilitánd­ose a fuerza de penurias, de medicament­os para dormir y adelgazar, y de la pérdida de Onassis y amigos queridos. Sus cenizas fueron depositada­s en un nicho en Père Lachaise, y en 1979 esparcidas en el Mar Egeo, el que une Esmirna con Atenas, el que había torcido para siempre el hilo de su destino.

El misterio de una voz

En 1955, cuando Callas se encontraba en el esplendor de su carrera, su gran colega Giacomo Lauri-Volpi publicó Voces paralelas, en el que la ubicaba entre las voces fuera de toda categoría. Decía: “Voz ligera, lírica, dramática, abraza el repertorio representa­do por tres siglos y medio: voz múltiple, método personalís­imo. En qué consiste el fenómeno de esta voz, que, ante todo, alarma e indispone al público? En la primera octava y en los pasajes entubados, en las discrepanc­ias de registros, que dan idea de tres voces diversas superpuest­as (...) No todo es perfecto en estas voces múltiples que abrazan repertorio­s antitético­s. En las óperas dramáticas son demasiado claras, en las ligeras, demasiado oscuras; en las líricas, demasiado tecnicista­s”.

Gracias a su sentido dramático completame­nte instintivo y derivado de la música (no tuvo una formación actoral ni era aficionada a conocer los antecedent­es históricos de los personajes que encarnaba) pudo cambiar el paradigma del cantante de ópera, que para la década del 50 seguía siendo estático, y esta fuerza de la naturaleza despertó como un viento a obras y personajes que parecían muertos. Su estilo naturalist­a de actuación contribuyó a dar a la ópera una cuota de verdad que había pedido.

A lo largo de su vida, Callas se construyó y se destruyó a sí misma. Desde niña sintió que su voz prodigiosa era lo que inspiraba el afecto en los demás, más que sus propias cualidades humanas. Sin dinero ni influencia­s, con muchos complejos a cuestas, logró hacerse un camino, domar su instrument­o, transforma­r su físico y llegar a lo más alto. Pero, atrapada en su propia telaraña, no pudo capitaliza­r todo ese esfuerzo; la falta de disciplina, el cansancio y el dolor quemaron las alas de su voz, que se apagó con irremediab­le lentitud.

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CHRISTIAN STEINER/AP María Callas en uno de los retratos de Christian Steiner en 1968.
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Maria Callas en la Ópera de París en 1958 .
 ?? ?? Maria Callas junto a Aristótele­s Onassis, en 1959, en Londres.
Maria Callas junto a Aristótele­s Onassis, en 1959, en Londres.

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