La maternidad y sus bordes más ásperos
Crónica. Testimonio íntimo de la periodista Ana Wajszczuk sobre su lucha para llegar a ser madre.
Ante la promesa de alcanzar un deseo, y al mismo tiempo, la ausencia de garantías para lograrlo, la escritora y periodista Ana Wajszczuk narra la experiencia de la maternidad desde sus bordes más ásperos en Fantasticland, una crónica personal que recorre el camino laberíntico que transitó para ser madre, y también sus despueses.
La crónica se divide en dos tiempos, la prehistoria del nacimiento y la nueva etapa. Desde una primera persona íntima que observa y se observa, el inicio del relato coincide con el momento en que se implanta uno de los embriones que lograron prosperar a partir de la donación de óvulos de la hermana de la protagonista.
El intento tiene, al fin, éxito. Y a medida que el embarazo avanza, el relato vuelve a la cadena de vivencias que condujeron a ese momento crucial. La juventud despreocupada, el primer matrimonio, la migración, la vida al sol en una playa del caribe, el fracaso, la vuelta al país, marcan un período en el que todo parecía posible. Y dentro de la crónica, conforman el punto de vista de una mujer independiente que no acata el imperativo de la maternidad como condición ineludible de toda mujer; al contrario, durante largo tiempo no es parte de sus planes. Más adelante, en los momentos de mayor desesperación cuestiona las elecciones de su pasado, de algún modo las hace responsables de la imposibilidad.
Con menos estridencias, pero igual intensidad la crónica relata la historia de un gran amor. La narradora conoce a Martín, primero son amantes, luego conviven y deciden armar una vida en común. La felicidad y el amor se encuentran y son el motor de un deseo común: tener un hijo. Un anhelo que la biología parece poner a prueba. Primero aparece la expectativa, los intentos fallidos, luego la sensación de inviabilidad y más expectativa. La biología se resiste a crear lo que el amor insiste en alcanzar. Y la cercanía con los 40 años son un punto de quiebre, una suerte de límite inminente que tensan el hilo del relato. Wajszczuk conoce las estrategias de la crónica narrativa, que ya desplegara en Chicos de Varsovia, una crónica del viaje que hace con su papá para rastrear la identidad familiar, y recuperar una historia que los involucra, la de uno de los movimientos de resistencia más importantes de la Segunda Guerra, el Levantamiento de Varsovia. Con esa destreza, Fantasticland descorre el velo de una experiencia sacralizada y ahonda en el territorio la intimidad. Se adentra en los procedimientos médicos de fertilidad asistida y los claroscuros de una medicina que encuentra caminos para salvar los obstáculos de la biología, sí, pero recurre a toda el andamiaje de un capitalismo feroz para avanzar sobre el cuerpo y el espíritu sin piedad y sin medida.
El cuerpo, la biología y la verdad personal
son la materia del relato: “Deseo y mandato y cultura y biología: cosas que se enroscan y se entrelazan como una enredadera donde uno fuera el tutor que la sostiene”. La maternidad, en el momento de la imposibilidad, resulta una trampa. Algo similar ocurre en otro libro contemporáneo que aborda el tema, Linea nigra, de Jazmina Barrera. En un registro aún más íntimo, menos apegados al de la verdad, la mexicana narra de manera fragmentaria el período de gestación y los primeros meses de su hija. La incertidumbre aparece reflejada en el terremoto que sacudió México en ese mismo período y funciona como hilo.
Algo vacilante también recorre la escritura de la autora argentina. Con agudeza, la narradora se mira a sí misma. Y uno de los mayores aciertos es que no se conforma con exponer las miserias del sistema médico. Se adentra en la configuración del deseo personal y la humanidad de una mujer que duda, y aún así, insiste.
Algo filoso en la interpelación constante lleva a pensar en Un trabajo para toda la vida, de Rachel Cusk. Una cualidad que le permite a Wajszczuk despegarse de sí misma y armar una suerte de conversación que pone en tela de juicio su necesidad de ser madre. Y pararse en los bordes del territorio de la maternidad, iluminar los lugares intermedios –sin nombre– entre lo que aún no es, pero puede serlo. Ni tan fantásticas, ni tan idílicas, pero sí llenas de una ternura que habilita la persistencia.