Revista Ñ

Esos fieles bocetos mentales

Poesía japonesa. Momentos fugaces son lo que más y mejor captan los versos de Kenji Miyazawa.

- POR JUAN ARABIA

Al igual que la famosa y controvert­ida poeta Akiko Yosano, Kenji Miyazawa (1896-1933) desarrolló gran parte de su carrera en la era TaishĪ y escribió, como ella, numerosos trabajos en forma tradiciona­l japonesa y en versificac­ión libre. Kenji publicó un solo libro en vida, y murió a los 37 años, aunque esa única publicació­n no tuvo un gran impacto; apareció en 1924, años más tarde de instalarse – luego de vivir en Tokio– en su ciudad natal, Hanakami, para cuidar y acompañar a su hermana enferma. Si bien fue un estudioso de poetas modernos como Hakushŀ Kitahara y SakutarĪ Hagiwara, podríamos concluir que Miyazawa no escribía para otros poetas, y que jamás llegó a pertenecer a ningún círculo literario.

Tampoco teorizó sobre poesía, algo que sí forjó la carrera de Masaoka Shiki con la publicació­n de sus aportes sobre el haiku en la revista Nippon. Formado en la Escuela de Agricultur­a de Morioka, trabajó como ingeniero agrónomo y docente, para más tarde dedicarse exclusivam­ente al cultivo de la tierra y fundar una sociedad que promovía la actividad de los campesinos pobres de su tierra. Por esa razón, muchos afirman que su vida entre los agricultor­es lo determinó más que sus intereses literarios.

Resulta igual de importante su creencia religiosa, el budismo Nichiren, una rama más ortodoxa y austera del extendido budismo Mahõyõna, que exigía en primera instancia el sacrificio y la entrega a los demás (más allá de la devoción como requisito fundamenta­l), y que lo alejó primero de su padre y del negocio familiar, y por tanto de cualquier situación económica cómoda. Todos estos datos, más que meros detalles biográfico­s, contribuye­n a explicar su obra, y el libro que aquí se presenta.

Una luz que perdura es una antología de la producción poética de Miyazawa en lenguaje coloquial en verso libre, en su mayoría publicada en forma póstuma. Por momentos clara y directa; por otros, oscura y difusa, no pretende sublimar la realidad sino reflejarla fielmente. En ese sentido, comparte con dos grandes referentes de su época, Akiko Yosano y Masaoka Shiki, cierta inclinació­n por describir lo que aparece en la superficie, trabajar con la naturaleza de una forma verdadera. Sólo que intenta reflejar esa realidad tal como se presentaba en su mente, en un momento puntual y fugaz. En el prefacio a Primavera y Asura, su libro más importante, escribe: “En estos veintidós meses que percibo se encuentran/ la dirección del pasado/ se unen papel y tinta mineral/ con cada pasaje de luz y sombra/ que ha mantenido hasta aquí/ hasta conformar en mí estos bocetos mentales”.

El recorrido es experienci­al, en sentido profundo. Se presentan en estos poemas tanto sus guerras y duelos externos como internos. Kenji Miyazawa no sólo sufre por la muerte y agonía de su hermana (“Ay, no apartes tu mirada/ de esa manera tan triste”), sino por sus rivales eternos: “Pero ahora eso no te lo puedo decir/ (porque voy caminando por la senda de un asura). / Mis ojos se ven tristes. / Es porque estoy viendo mis dos corazones”.

Los asuras representa­n para el budismo demonios o semidioses dominados por pasiones negativas como el orgullo, la ira, la envidia o la vanidad. Todos los trabajos de Kenji están atravesado­s por asuras y sufrimient­os (“Ay, por mucho que lo intente la razón/ no hay manera de curar esta tristeza. / Demasiada soledad es esa. / (A esa soledad, la llamamos muerte”), condición evitable para quienes inician el camino de Buda hacia el nirvana.

La elección de Miyazawa, su renuncia voluntaria a esta iluminació­n, da lugar a estos poemas (recordemos a Jack Kerouac y su obsesión con el ideal del bodhisattv­a en el intento de superar la muerte de su padre), que sólo buscan una mayor exactitud, una mayor fidelidad de esa imagen o impresión recibida en la mente del poeta: “Yo, el amante de los bosques y los campos,/ avanzo con el roce entre las cañas,/ y discretas notas de verdor se doblan/ y se meten sin querer en mis bolsillos./ Cuando camino por las zonas más oscuras del bosque,/ los pantalones y los codos se me llenan de labios/ que tienen la forma de la luna creciente”.

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Tren nocturno de la Vía Láctea.
De Kenji Miyazawa (1896-1933) pueden leerse los relatos de Tren nocturno de la Vía Láctea.
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223 págs.
$26.900
Una luz que perdura Kenji Miyazawa Traducción, notas y prólogo de Yumi Hoshino y David Carrión, Satori Ediciones 223 págs. $26.900

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