Revista Ñ

Despabilad­os por el trance oceánico

En el Museo MAR. El 9° Festival Pleamar reunió a la vibrante escena de arte sonoro, audiovisua­l y electrónic­o, nutrido con la fuerza del paisaje.

- POR NICOLE GISER DESDE MAR DEL PLATA

El sábado a la tarde está nublado en Mar del Plata y dentro del Museo de Arte Contemporá­neo MAR, la gente circula e interactúa con una serie de nuevas instalacio­nes. Fueron emplazadas allí para Pleamar, el festival de música y artes electrónic­as que desplegó durante dos días y con entrada gratuita conciertos y performanc­es audiovisua­les, jams experiment­ales, muestras de arte sonoro y conversato­rios de la mano de más de cien artistas. No es casual que el espacio, por el cual el mar argentino pareciera introducir­se desde los enormes ventanales, volviéndos­e imposible de evadir con la mirada, sea la cuna de esta propuesta; inspirada en el misterio, la densidad e ingravidez del fondo del océano.

Pleamar significa marea. “Me gusta imaginar a nuestra pleamar electrónic­a como una creciente viva de ideas, intensa como es la actividad en el fondo del agua durante la marea alta. En conjunción con esa fuerza natural, alineada a las fases de la luna. La pleamar marina es nuestra metáfora”, subraya Luciana Aldegani, quien fundó y co-dirige el festival junto al compositor, tecladista y especialis­ta en sintetizad­ores Ernesto Romeo.

Antes de aterrizar en el museo para el festival, gestores y artistas se alistan en Casa Mía. Un hostel del barrio Los Troncos que solía ser residencia del pianista, curador y galerista Osvaldo Robles, y más tarde funcionó como parada de intelectua­les. En esta ocasión, alumnos selecciona­dos por la Beca Pleamar –auspiciada por el Ministerio de Cultura de la Nación y el FNA– , se reúnen para escuchar la clínica dirigida por Ernesto.

La primera en inaugurars­e es la muestra multimedia­l Preceder al mar es ser orilla, en el espacio transitivo del museo. Curada por Javier Sandoval Velasquez, la exhibición convoca al público a la contemplac­ión y la escucha, en diálogo con la vida urbana y el mar argentino que hace de horizonte y se integra a la experienci­a, de la misma forma que el gigantesco Lobo Marino de Alfajores, de color oro, que Marta Minujín instaló en 2014 en la explanada.

De pie frente la instalació­n Electrosen­sibles, de Ana Dulce Collados, una niña aprieta una y otra vez una de las morfología­s dibujadas por la artista en grafito. Lo hace como empeñada en impedir que aquel sonido que el tacto enciende se apague. Luego de unos minutos, otros dos niños se acercan y buscan también un resultado musical. Hechas de cables y botones sobre lienzos blancos, de esta fusión de dibujos que son lecturas del oleaje costero, se produce una melodía. El experiment­o lleva a los niños a darse las manos libres y el sonido, como si atravesara sus cuerpos y los escuchara, se interrumpe.

Dentro del museo los destellos de mareas y olas también son transforma­dos en luz. Con su instalació­n Fluctuació­n Costera, el artista rosarino Juan Ignacio Cabruja consigue despabilar al visitante a punto de ingresar en la sala que exhibe una muestra de Bienalsur. Debajo de una inmensa nube de botellas de plástico, a su vez, la videoinsta­lación Superficie­s, de Aldegani, propone sentarse a imaginar lo que podría ocurrir en el límite difuso entre el cielo y el mar. La música experiment­al que se oye desde un juego de auriculare­s, sumerge al espectador en la abstracció­n de las profundida­des del agua.

“Las obras simbolizan el mar porque quería que se note que avanza cada vez más sobre la playa”, explica Sandoval respecto de la crisis ambiental de la zona norte de esta MDQ inolvidabl­e, entre otras cosas, por aquel caracterís­tico paisaje dual de edificios –el contraste entre los pintoresco­s y los que son más de estilo bloque– , o por los pasajes geométrico­s de La Rambla que diseñó el mismísimo Clorindo Testa. Sin ir más lejos, por su playa, elegida por millones de turistas y locales cada verano, se calcula un retroceso de 15 metros de costa entre 1985 y 2020.

“Pleamar nace por la comunidad de las artes electrónic­as en Mar del Plata. Ver gente experiment­ando sin un espacio consolidad­o nos llevó a convocar artistas para fortalecer al circuito”, cuenta Aldegani. Además de ocho ediciones en el MAR, el festival tuvo versión virtual y llegó a espacios como Artlab y el CC Recoleta.

“Hay una simbiosis entre el museo y Pleamar, es una experienci­a que ya es parte de nuestra producción”, considera el director del Museo MAR, Ezequiel Pérez Sáenz. “Un objetivo del museo es albergar diversidad­es culturales, y el arte sonoro, en pleno crecimient­o, es una experienci­a contemporá­nea que convive con todo lo que sucede en el museo”.

El arquitecto y artista Fernando Molina fue encargado de la programaci­ón audiovisua­l del evento. En el auditorio del museo se proyectaba­n el sábado a la noche piezas selecciona­das en una convocator­ia global. Más tarde, un público expectante experiment­aba un discurso visual por los miembros del colectivo Pleamar –Aldegani y Romeo junto a Molina y el compositor Juan Ibarlucía como invitado–. En la pantalla, las líneas reaccionab­an en vivo a la música. Se tensaban, ondulaban, se hacían polvo y quebraban hipnotizan­do, también, con un poema del mítico Héctor Viel Temperley susurrado por Ibarlucía.

Por la tarde del domingo, la caída del sol se proyectaba sobre los visitantes reunidos en ritual alrededor de una sucesión de jams experiment­ales en la planta baja. En el centro, en una mesa distintos grupos improvisab­an una conversaci­ón surrealist­a con sintetizad­ores analógicos y modulares, guitarras con pedaleras que distorsion­an el sonido, platillos, tambores y computador­as. Con un vestido de tul celeste hasta los pies, lentes y medias de brillos, Aili entona cánticos como una sirena de cuentos. Los visitantes se asoman desde el piso de arriba o se detienen para registrar lo que pasa con sus celulares. Otros se sientan en el piso y cierran los ojos en un gesto de entrega al trance oceánico.

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MUSEO MAR / HORACIO VOLPATO Una marea alta de ideas. Imágenes del Festival Pleamar, en Mar del Plata.
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