Despabilados por el trance oceánico
En el Museo MAR. El 9° Festival Pleamar reunió a la vibrante escena de arte sonoro, audiovisual y electrónico, nutrido con la fuerza del paisaje.
El sábado a la tarde está nublado en Mar del Plata y dentro del Museo de Arte Contemporáneo MAR, la gente circula e interactúa con una serie de nuevas instalaciones. Fueron emplazadas allí para Pleamar, el festival de música y artes electrónicas que desplegó durante dos días y con entrada gratuita conciertos y performances audiovisuales, jams experimentales, muestras de arte sonoro y conversatorios de la mano de más de cien artistas. No es casual que el espacio, por el cual el mar argentino pareciera introducirse desde los enormes ventanales, volviéndose imposible de evadir con la mirada, sea la cuna de esta propuesta; inspirada en el misterio, la densidad e ingravidez del fondo del océano.
Pleamar significa marea. “Me gusta imaginar a nuestra pleamar electrónica como una creciente viva de ideas, intensa como es la actividad en el fondo del agua durante la marea alta. En conjunción con esa fuerza natural, alineada a las fases de la luna. La pleamar marina es nuestra metáfora”, subraya Luciana Aldegani, quien fundó y co-dirige el festival junto al compositor, tecladista y especialista en sintetizadores Ernesto Romeo.
Antes de aterrizar en el museo para el festival, gestores y artistas se alistan en Casa Mía. Un hostel del barrio Los Troncos que solía ser residencia del pianista, curador y galerista Osvaldo Robles, y más tarde funcionó como parada de intelectuales. En esta ocasión, alumnos seleccionados por la Beca Pleamar –auspiciada por el Ministerio de Cultura de la Nación y el FNA– , se reúnen para escuchar la clínica dirigida por Ernesto.
La primera en inaugurarse es la muestra multimedial Preceder al mar es ser orilla, en el espacio transitivo del museo. Curada por Javier Sandoval Velasquez, la exhibición convoca al público a la contemplación y la escucha, en diálogo con la vida urbana y el mar argentino que hace de horizonte y se integra a la experiencia, de la misma forma que el gigantesco Lobo Marino de Alfajores, de color oro, que Marta Minujín instaló en 2014 en la explanada.
De pie frente la instalación Electrosensibles, de Ana Dulce Collados, una niña aprieta una y otra vez una de las morfologías dibujadas por la artista en grafito. Lo hace como empeñada en impedir que aquel sonido que el tacto enciende se apague. Luego de unos minutos, otros dos niños se acercan y buscan también un resultado musical. Hechas de cables y botones sobre lienzos blancos, de esta fusión de dibujos que son lecturas del oleaje costero, se produce una melodía. El experimento lleva a los niños a darse las manos libres y el sonido, como si atravesara sus cuerpos y los escuchara, se interrumpe.
Dentro del museo los destellos de mareas y olas también son transformados en luz. Con su instalación Fluctuación Costera, el artista rosarino Juan Ignacio Cabruja consigue despabilar al visitante a punto de ingresar en la sala que exhibe una muestra de Bienalsur. Debajo de una inmensa nube de botellas de plástico, a su vez, la videoinstalación Superficies, de Aldegani, propone sentarse a imaginar lo que podría ocurrir en el límite difuso entre el cielo y el mar. La música experimental que se oye desde un juego de auriculares, sumerge al espectador en la abstracción de las profundidades del agua.
“Las obras simbolizan el mar porque quería que se note que avanza cada vez más sobre la playa”, explica Sandoval respecto de la crisis ambiental de la zona norte de esta MDQ inolvidable, entre otras cosas, por aquel característico paisaje dual de edificios –el contraste entre los pintorescos y los que son más de estilo bloque– , o por los pasajes geométricos de La Rambla que diseñó el mismísimo Clorindo Testa. Sin ir más lejos, por su playa, elegida por millones de turistas y locales cada verano, se calcula un retroceso de 15 metros de costa entre 1985 y 2020.
“Pleamar nace por la comunidad de las artes electrónicas en Mar del Plata. Ver gente experimentando sin un espacio consolidado nos llevó a convocar artistas para fortalecer al circuito”, cuenta Aldegani. Además de ocho ediciones en el MAR, el festival tuvo versión virtual y llegó a espacios como Artlab y el CC Recoleta.
“Hay una simbiosis entre el museo y Pleamar, es una experiencia que ya es parte de nuestra producción”, considera el director del Museo MAR, Ezequiel Pérez Sáenz. “Un objetivo del museo es albergar diversidades culturales, y el arte sonoro, en pleno crecimiento, es una experiencia contemporánea que convive con todo lo que sucede en el museo”.
El arquitecto y artista Fernando Molina fue encargado de la programación audiovisual del evento. En el auditorio del museo se proyectaban el sábado a la noche piezas seleccionadas en una convocatoria global. Más tarde, un público expectante experimentaba un discurso visual por los miembros del colectivo Pleamar –Aldegani y Romeo junto a Molina y el compositor Juan Ibarlucía como invitado–. En la pantalla, las líneas reaccionaban en vivo a la música. Se tensaban, ondulaban, se hacían polvo y quebraban hipnotizando, también, con un poema del mítico Héctor Viel Temperley susurrado por Ibarlucía.
Por la tarde del domingo, la caída del sol se proyectaba sobre los visitantes reunidos en ritual alrededor de una sucesión de jams experimentales en la planta baja. En el centro, en una mesa distintos grupos improvisaban una conversación surrealista con sintetizadores analógicos y modulares, guitarras con pedaleras que distorsionan el sonido, platillos, tambores y computadoras. Con un vestido de tul celeste hasta los pies, lentes y medias de brillos, Aili entona cánticos como una sirena de cuentos. Los visitantes se asoman desde el piso de arriba o se detienen para registrar lo que pasa con sus celulares. Otros se sientan en el piso y cierran los ojos en un gesto de entrega al trance oceánico.