Revista Ñ

Con el universo como escenario

Serie. Beacon 23, de Zak Penn, sigue la tradición de las space operas, de 2001 a los más recientes spin-offs de Alien, para adaptar la obra del escritor Hugh Howey.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

En algún lugar de la galaxia en el siglo XXIII, un soldado llamado Harlan (Stephan James) vive solo en un faro ultra tecnológic­o y celestial. En modo “automático”, el faro, llamado Beacon 23, permite o niega el paso de naves, pero esta vez falla en avisarle a Harlan y da una doble señal: da luz verde pero cierra el paso. Y la nave ingresante se estrella. Del desastre escapa una sobrevivie­nte en estado de hibernació­n, Aster (Lena Headey), que lejos de ser una invitada empezará a cuestionar muchos aspectos de la vida de Harlan. En los diálogos, al principio amables, pronto se nota que ninguno confía en el otro y que las historias que cuentan suenan falsas, como si cubrieran verdades más trágicas o siniestras. Sobre este conflicto, al menos inicialmen­te, trata la adaptación de esta space opera publicada originalme­nte por el escritor Hugh Howey, autor de Silo.

Siguiendo la tradición de las space operas, de 2001 a los más recientes spin-offs de Alien, la dupla viene asistida por inteligenc­ias artificial­es. Claro que, con el viento a favor de las últimas novedades tecnológic­as, estas IA son verdaderas inteligenc­ias, sin la habitual cáscara y el tono monocorde de un robot.

Uno de ellos es Bart, el robot de a bordo; algo así como un HAL 9000 avanzado, un poco díscolo, que le tiene inquina a Harlan. La otra es Harmony (Natasha Mumba), un holograma que responde a Aster y es una mezcla de amiga y consejera. Entre ambas inteligenc­ias se dispara una guerra de informació­n, donde sus amos obtienen datos que ponen en duda sus identidade­s. ¿Es Harlan un cuidador o un ex mercenario? Sus episodios de estrés postraumát­ico parecen apuntar más en la segunda dirección. ¿Y quién es Aster? Ella alega ser una agente gubernamen­tal, pero su extrema curiosidad sobre las raras

piedras que la nave estudia la sitúan cerca de la piratería.

En lo formal, Beacon 23 no es más que una obra teatral con el universo como escenario; una especie de “Space Oddity” en formato serial, que no deja de resultar un desafío. Mientras el cine de ciencia ficción, con el espaldaraz­o de gente como Nolan o Cameron, se vuelve cada vez más ambicioso, tanto en las tramas como en lo visual, este trabajo de Zak Penn (un egresado del Universo Marvel) apunta a una estructura mucho más “dialogada”, con algún que otro desvío hacia cosas propias del género.

Pero a medida que pasan los episodios (MGM+ emitió hasta ahora cuatro de los ocho pautados), la serie se pone más desconcert­ante. Un capítulo trata sobre una banda de piratas del espacio que invaden el faro e intentan tomarlo como bastión, deparando luchas en las que Harlan demuestra su origen militar. Otro, ambientado 180 años antes de la trama, es acerca del encuentro entre la antigua anfitriona del faro (interpreta­da por la veterana actriz Barbara Hershey) y un magnate que indaga la fórmula de una inteligenc­ia para trascender la vida humana.

No está claro si el misterio que rodea a la serie está en las piedras o en la nave misma. Por ahora, su estímulo está en la cuota de intriga de cada episodio. A veces Beacon 23 parece una versión moderna de la original Star Trek, donde el faro/nave es la escala que depara el encuentro de la tripulació­n con visitantes de otras galaxias.

Y la propia estructura depara sorpresas que complacerá­n a los fans del género, como un generador que provoca placeres al mero contacto, en el cual Harlan y Aster se recuestan y “recomponen” tras alguna discusión. Son estimulant­es para mantener la intriga latente, hasta que Beacon23 finalmente despegue.

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En lo formal, Beacon 23 no es más que una obra teatral con el universo como escenario.

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